Un tema que ha reverberado en todo el mundo en los últimos días es el anuncio de que Facebook cambia de nombre a Meta y que ahora se enfocará en el desarrollo de su Metaverso, que es la evolución de la interacción social digital, donde podremos entrar a través de avatares a espacios tridimensionales de realidad virtual para trabajar, encontrarnos con amigos, jugar, visitar lugares lejanos, asistir a clases y cualquier otro tipo de actividad.

Las experiencias digitales inmersivas no son nuevas, ni Facebook es la primera empresa que las aborda. Hemos conocido algunas en videojuegos, plataformas de conferencias y exposiciones de museos, por ejemplo.

Pero lo que es cierto, es que estas plataformas se encuentran aún en una etapa muy incipiente y que el anuncio de Facebook nos muestra una estrategia de gran envergadura por parte de uno de los gigantes digitales del mundo para desarrollar servicios, equipo y aplicaciones que muy pronto comenzarán a ser parte de nuestra vida cotidiana, donde el mundo físico se podrá reexperimentar en la realidad virtual.

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Otras empresas han estado trabajando en la misma dirección, como es el caso de Nvidia que también anunció el lanzamiento de su Omniverso, un servicio enfocado en las empresas y en formato de suscripción anual.

El avance tecnológico se mueve a velocidades exponenciales. Estamos entonces en el momento de comenzar a plantearnos preguntas necesarias para reflexionar sobre cómo incidir en que el metaverso sea responsable, ético e inclusivo.

Podríamos comenzar por cuestionarnos si en el metaverso será ilegal lo que también se prohíbe en el mundo real. Si es así, ¿las reglas de cuáles países prevalecerán? De no ser el caso, entonces ¿quién dictará las leyes para el metaverso? ¿Cada empresa determinará las normas que rijan en su interior? ¿Quién tomará esas decisiones?

Los metaversos pueden ser un remanso de libertades, por ejemplo, si las mujeres que viven en sociedades que no reconocen sus derechos encuentran un espacio para convivir con otras personas, caminar en el exterior, manejar, moverse y expresarse sin trabas ni chaperones. Pero puede reproducir la represión del mundo analógico si en ese metaverso se permite agredirlas sin consecuencia alguna.

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Un mundo virtual permitiría construir cotos de caza y pesca “deportivas” para los aficionados a esas actividades –que muchos rechazamos–, lo que podría resultar en una salida airosa para dejar de matar animales reales por diversión.

Correctamente diseñados, esos espacios paralelos permitirán la movilidad sin barreras para personas con discapacidades motoras, dándoles acceso a experiencias nuevas y empoderantes.

En contraste, no hay que tener mucha imaginación para anticipar que se produzcan comportamientos que serían abiertamente ilegales y condenables en el mundo físico. ¿Se podrá interactuar con avatares falsos que simulen sexo con menores de edad? ¿Habrá prostíbulos? ¿Se podrá crear avatares de mujeres para abusar de ellas física y sexualmente sin consecuencia alguna?

¿Se permitirá la esclavitud?

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En la historia de la humanidad se ha exhibido la violencia como espectáculo y forma de entretenimiento. Podemos mencionar las ejecuciones públicas por guillotina, ahorcamiento, crucifixión o fusilamiento. Las exhibiciones también han tenido el dudoso objetivo de servir de escarnio, como ha sido con los azotes y otros castigos físicos. Están el circo romano, los duelos, combates y peleas por motivos políticos, “deportivos” y por simple negocio, como las apuestas.  En el mundo virtual ¿podrían generarse “espectáculos” de violencia extrema, para observar o interactuar? ¿Cuáles serían las consecuencias psicológicas y sociológicas de permitir y exponernos a esta explosión de violencia en el metaverso?

En las redes sociales, el anonimato ha facilitado la violencia digital, la manipulación de la opinión pública y la difusión de noticias falsas. ¿En el metaverso se podrá crear avatares falsos para conocer a otras personas bajo distintas identidades y comportarnos como no lo haríamos si estuviéramos plenamente identificadas?

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¿En los mundos virtuales nos atenderán nuevas cohortes de Alexas, Cortanas y Siris con dulces voces femeninas, rasgos jóvenes y cuerpos esbeltos? ¿Podremos quitar kilos y arrugas y blanquear el rostro de nuestros avatares? ¿La posibilidad de manipular su apariencia física reforzará prejuicios raciales y sobre el aspecto de las personas?

El metaverso nos rebasará, como siempre sucede con el avance tecnológico. Por eso debemos correr. Estas preguntas no son prematuras. Ya vamos tarde.

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Contacto:

*Economista especialista en competencia, regulación, ecosistema digital, liderazgo y género. Directora general del Centro-i para la Sociedad del Futuro. Socia directora de AEQUUM. Presidenta de la red de mujeres CONECTADAS y excomisionada del IFT.

Las opiniones expresadas son sólo responsabilidad de sus autores y son completamente independientes de la postura y la línea editorial de Forbes México.

 

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