Me gusta imaginar que la vida es un camino —tal vez por eso he recorrido el Camino de Santiago dos veces y planeo hacerlo otras más— en el que hay días en que los pasos nos hacen avanzar sobre terreno firme, otros sobre superficies lodosas y resbaladizas; unos momentos traemos el sol de frente y otros nos da en la espalda. Así es la vida personal, profesional y la de los negocios. Vamos avanzando y de repente el camino se bifurca y tenemos que decidir, tomamos una ruta o la otra, pero no podemos andar por ambas. Elegir una nos quita esta posibilidad y nos da aquella. Decidir trae riesgos y renuncias, entender la disyuntiva es un reto que puede ser realmente desafiante.

Nos sucede al elegir carrera, amistades, trabajo, pareja, proyectos. No es sencillo dilucidar cuándo debe rechazar una oportunidad. Es curioso como nuestro primer impulso es aceptar todo aquello que nos ofrecen. Decimos que sí con una alegría irreflexiva y podemos ser afortunados y que todo salga mejor de lo que imaginamos, pero hay el riesgo de que sea todo lo contrario.

En el terreno profesional, es necesario entender qué oportunidades aceptar y cuáles rechazar. Como todo, la experiencia ayuda. Refrenar nuestros primeros impulsos, controlar el entusiasmo que emerge cuando nos están ofreciendo una posición de trabajo, una nueva responsabilidad o un proyecto nos puede evitar muchos dolores de cabeza. La buena noticia es que es una habilidad que se puede desarrollar. Se trata de poner en juego estrategias para evaluar mejor qué alternativas son convenientes y cuáles no.

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Para justipreciar adecuadamente qué oportunidades aprovechar y cuáles rechazar, no debemos limitarnos por las falsas falacias. La falsa falacia o falacia informal del falso dilema involucra un escenario en la que se presentan dos puntos de vista como si fueran las únicas alternativas posibles, cuando en realidad existen una o más opciones que no han sido consideradas. Cuidado porque podemos estar perdiendo de vista mucha parte del panorama y estarnos limitando a ver un punto y no el horizonte en su totalidad.

Es más, puede se que las dos alternativas que se plantean sean los puntos de vista más extremos dentro de un espectro de posibilidades. En vez de tales simplificaciones extremistas suele ser más apropiado considerar el rango completo de opciones, como en la lógica difusa. Por ejemplo, al decir que sí a una oportunidad que está en un futuro lejano, al tomar una decisión a largo plazo, hay que preguntarnos cómo nos sentiríamos si estuviera sucediendo mañana en lugar de más tarde. ¿Seguiríamos diciendo que sí? Tal vez no.

Hay que tomar en cuenta varias consideraciones y el tiempo que requerimos es una de esas variables. Durante la pandemia, nos acostumbramos a restarle a nuestras actividades los tiempos de traslado, hoy es necesario calcular generosamente el tiempo requerido para hacer el trabajo y para llegar al lugar donde debemos hacerlo. Asimismo, hay que considerar todo el trabajo que estará involucrado antes de llegar a las partes emocionantes de la oportunidad, por ejemplo, el tiempo de preparación antes del compromiso de hablar. Hay preguntas clave que debemos responder: ¿Cuánto tiempo nos quitará del horario de trabajo regular y responsabilidades de rutina? ¿Puede encajar de manera realista el compromiso de tiempo en el horario de nuestras rutinas?

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Solemos ser muy optimistas: decimos que todo nos va a gustar, que todo va a ser fácil, que manejar por horas para llegar no será importante, que estar en un lugar aislado será una aventura, que trabajar con un adicto al trabajo es manejable. Y, al momento de la verdad, ni nos gustó, no todo fue fácil, ni pudimos manejar al adicto y el aislamiento provocó muchos inconvenientes que tuvimos que pagar con dinero que salió de nuestras bolsas.

Es preciso adoptar algunas reglas duras sobre qué oportunidades no quieres asumir. Hace tiempo leí un libro que aconsejaba comerse los sapos —las tareas que no nos gustan o que no sabemos hacer bien— primero para vernos libres de ellas. No estoy de acuerdo. Me parece que es mejor ser claro y saber específicamente que es lo que no queremos para no terminar enganchados en algo que terminaremos odiando. Mejor decimos que no y nos ahorramos la agonía.

Es tan sencillo como decir: “No edito proyectos de libros” o “No hago fotografía de bodas” o “Este sitio no acepta mascotas”. Esto ayudará a establecer límites claros en torno a los tipos de solicitudes que incluso se tendrán en consideración. Al desarrollar propias reglas, hay que considerar las fortalezas y el tipo de actividades que realmente lo energizan. También las debilidades. Es muy frecuente escuchar que necesitamos conocer las debilidades para convertirlas en fortalezas y eso no es necesariamente cierto. Hay puntos débiles que no van a cambiar. No todo es como mejorar la ortografía. Hay personas alérgicas al pelo de animales, jamás podrán aceptar un proyecto que involucre mascotas por más que quiera desestimar esa variable.

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Hace tiempo, se me pidió que diera una conferencia magistral en un evento para directores de marketing. Parecía una gran oportunidad, pero su presupuesto sólo podía pagar un tercio de mi tarifa. El gran debate comenzó en mi mente. ¿Debo aceptar dar la conferencia a una tarifa más baja? Siempre resulta difícil decir que no, tengo una tendencia a decir que sí con demasiada frecuencia. He decidido asistir a eventos en los que no estaba realmente interesado, pensando que expandirían mi red, sólo para llenarme de incomodidad social y aburrimiento al llegar. Y dije que sí a tantos compromisos de conferencias que he reservado todo mi horario, dejándome sin tiempo para trabajar en los proyectos que quiero perseguir activamente. Claramente, era necesario hacer un cambio.

Para obtener una idea de cómo puedo sopesar mejor mis decisiones y ser más selectiva al evaluar las oportunidades que realmente me beneficiarán. Creemos que decir que sí también es más fácil que decir que no. Lleva menos tiempo y no requiere una explicación reflexiva. Pero, cuando el evento inevitablemente se sucede, empiezo a arrepentirme de mi decisión, ya que mi agenda se ha vuelto completamente abrumadora. Sigmund Freud se refirió a estas ganancias a corto plazo que generan dolores a largo plazo como nuestra tendencia como humanos a buscar el placer y evitar el dolor. Cuando inmediatamente decimos que sí, nos encontramos con una respuesta positiva del solicitante, lo que nos hace sentir bien, especialmente si tenemos el hábito de complacer a las personas. Sin embargo, el dolor aparece más adelante en la línea, cuando realmente tenemos que seguir adelante. Ahora me hago esta pregunta, y encuentro que me ayuda a concentrarme en cómo me siento genuinamente acerca de cualquier oportunidad que esté considerando. Si también te cuesta decir que no, es una estrategia que recomiendo. En ocasiones, no gracias, es la mejor respuesta.

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