El uso de las redes sociales ya tiene un impacto en la vida de millones de niños y adolescentes en el mundo, advierte la investigadora Kate Eichhorn en su libro “El fin del olvido”, en el cual plantea el desafío que implica para los individuos enfrentarse a su pasado de forma recurrente.

En la actualidad, Eichhorn es profesora y presidenta de estudios sobre cultura y medios en la Nueva Universidad de Nueva York, y su mayor experiencia gira entorno a estudios sobre los medios y la cultura.

En los últimos años, Eichhorn ha trabajado con adolescentes y pre adolescentes a fin de documentar cómo el uso de las nuevas tecnologías está modificando sus comportamientos sociales, y cómo ejerce una presión extra a la que tuvieron las generaciones pasadas.

Ella señala que, hasta finales del siglo XX, los jóvenes podían vivir un sinnúmero de experiencias vergonzosas sin generar nada más allá que quizá una anécdota para compartir entre la familia o los amigos. Las fotografías y las películas de video eran físicas; por tanto, bastaba con romperlas para deshacerse de ellas y dejarlas atrás. Los jóvenes eran jóvenes, y se comportaban como tales. Esa generación tuvo la oportunidad de elegir qué aspectos de su historia mantenía consigo durante su vida adulta, y cuáles, no.

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Pero los jóvenes de ahora no la tienen tan fácil. Hoy, dice Eichhorn, la gente entra a la edad adulta con su niñez y adolescencia bajo la lupa, con los más mínimos detalles expuestos en las redes sociales, como Facebook e Instagram. Esto le genera un enorme peso ante la posibilidad de enfrentar, según su propia visión, una reputación negativa o imagen distorsionada.

En la mayoría de los casos, la vida de estas personas ha sido compartida desde su infancia por parte de sus padres, quienes no dudaron en mostrar su nacimiento, sus primeros pasos y cualquier acto que les pareció gracioso o digno de recordar. Su “huella digital” se hizo pública, sin que tuvieran la opción de decidirlo. Al crecer, a lo anterior se suman los cientos de fotos y videos que ellas mismos generan día con día sobre sí, sus amigos y otros, pero cuya difusión ya no está en sus manos por lo que circulan hasta en los sitios más inimaginables de Internet.

Por si fuera poco, los ambientes virtuales en los que se desenvuelven, como las plataformas de educación, también las mantienen sometidas al escrutinio público.  Sus calificaciones, sus notas favorables y las desfavorables, su conducta y habilidades. Todo está al alcance de un clic.

Eichhorn cita al psicoanalista Erik Erikson para hacer notar que la mente de un adolescente aún está en desarrollo. A la adolescencia se la considera una etapa de transición entre la conducta infantil y adulta, “una moratoria psicosocial”; por ello, de manera legal, un adolescente no puede ser juzgado como un adulto, sus datos ni su identidad pueden ser expuestos y hay la flexibilidad de que un joven puede cometer un error, incluso grave, pero tiene la oportunidad de enmendarlo y seguir adelante con su vida.

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No obstante a lo anterior, cada vez es menor esta tolerancia que este sector debería gozar; en gran medida, porque en las redes sociales no hay olvido para las conductas bochornosas e inmaduras. Basta que una persona tome la decisión de difundir “algo”, para que esto permanezca circulando por siempre.

Y es esta imposibilidad de dejar en el olvido lo vivido lo que Eichhorn analiza al plantear cómo afecta este acto el futuro no sólo de los jóvenes, sino de la sociedad en su conjunto. ¿Qué pasa con aquéllos que han vivido durante la infancia o adolescencia hechos traumáticos?, ¿Será que jamás podrán conseguir olvidarlos? Olvidar el pasado es liberador, permite seguir adelante, crecer, avanzar. Olvidar en realidad se trata de libertad, asegura.

En diversas entrevistas, Eichhorn cita como ejemplo múltiples casos de jóvenes destacados que perdieron oportunidades académicas, de empleo y desarrollo sólo porque incurrieron en alguna práctica que alguien más consideró inaceptable en las redes. Estas prácticas, por lo común, fueron algunas líneas en Twitter, un me gusta en una publicación, el compartir un meme, un comentario en un chat privado.  Sin embargo, a pesar de los años, ese hecho los marcó y perseguirá.

En algunos jóvenes, el temor a ser señalados los está llevando a modificar sus conductas, de tal forma que se pierden de aspectos propios de la adolescencia como lo es la oportunidad de experimentar, de equivocarse, de aprender de los errores, sin consecuencias. Viven sometidos a la presión de ser perfectos ante los ojos de los conocidos, pero también de los desconocidos y los suyos.

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En las condiciones políticas y sociales actuales, la evidencia nos demuestra que, si una persona quiere señalar algo negativo sobre alguien más, basta con buscar en Internet para encontrar algún rastro que afecte su credibilidad, que ponga en duda su coherencia, y su vida. Así, el pasado irrumpe en el presente.

Ésa es una práctica que cada vez será más común. Es la nueva forma de obtener los antecedentes de cualquier individuo, pero ¿qué tan justo es cuestionarlo por las acciones pasadas?

Lo anterior abre nuevos planteamientos éticos, puesto que es previsible que quienes tienen poder adquisitivo, también cuentan con la posibilidad de modificar su “huella digital” para dejar en línea sólo aquello que les convenga, lo cual dejaría en desventaja a quienes no puedan. Habría un nuevo factor para seguir manteniendo la brecha y la desigualdad social.

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En este contexto, Eichhorn cuestiona si un acontecimiento de años atrás debería definir nuestro futuro para siempre, si estamos condenados por el pasado: “Si los geek seguirán siendo geek, si los deportistas tontos lo seguirán siendo irremediablemente, y los fanáticos tampoco cambiarán” ¿Valdría entonces la pena reconstruirse día con día?

Eichhorn advierte que quizá ése sea el riesgo del fin del olvido, que si las personas creen que no hay nada por hacer ante lo que quedó marcado en otros tiempos, entonces desistan por transformar su futuro, nuestro futuro.

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*Javier Murillo es Ingeniero electrónico e informático mexicano, especialista en analítica de datos y maestro en ciberseguridad.

Las opiniones expresadas son sólo responsabilidad de sus autores y son completamente independientes de la postura y la línea editorial de Forbes México.

 

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