El término «libertad digital» encierra suficientes ideas como para mantener ocupada a toda una universidad durante toda la eternidad. Por cierto, la ironía que encierra la etimología de la palabra «digital» merece un comentario. Originalmente, aludía a los números del 1 al 10, que se pueden contar con los dígitos, y ahora abarca el mundo informático moderno. Todas las cosas, desde las comunicaciones hasta las divisas o la fotografía, son ahora más digitales que analógicas, así que ¿por qué no lo son también nuestros derechos?

En cuanto a la «libertad», ¿qué otra palabra encierra tanta emoción y tantas posibilidades de interpretación? Se utiliza y se abusa tanto de ella que prácticamente carece de sentido como concepto práctico. Su significado recobra el sentido en ausencia de libertad. Puede que no seamos conscientes de las libertades que tenemos, pero podemos sentir intensamente cualquier pérdida de libertad.

Como he tratado a menudo en estas páginas (digitales), nuestros derechos no pueden desaparecer solo porque nuestras expresiones de ellos y los desafíos a los mismos se realicen en línea, y no en el mundo real. Sin embargo, esto no significa que podamos copiar y pegar las viejas leyes en Internet. El mundo digital es más grande y cruza todas las fronteras nacionales. Es más rápido, casi instantáneo, y requiere respuestas igual de rápidas. Además, se plantean las espinosas cuestiones de la verificación de la identidad y de cómo mantener el equilibrio de la responsabilidad y la transparencia con la privacidad.

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La seguridad también se ha digitalizado para hacer frente a los abusos y la delincuencia, que forman parte del mundo digital casi desde el comienzo. ¿Es justo decir que hoy en día hay más delitos en línea que en la vida real? Probablemente sea imposible asegurarlo, pero no debemos permitir que la división «en línea frente a en la vida real» nos confunda. Un delito es un delito, y lo cometen personas, con independencia de que tengan en sus manos una pistola o un teclado. Como deberían recordarnos los recientes ataques de ransomware a hospitales y otras infraestructuras vitales, la ciberdelincuencia también puede costar vidas. Así como decimos correctamente que categorías como «derechos de la mujer» son derechos humanos, «ciberdelincuencia» sigue siendo delito, y «libertad digital» sigue siendo libertad.

No debemos permitir que estas discusiones se conviertan en argumentos teóricos o académicos simplemente porque se hayan convertido en palabras de moda. La libertad de expresión no es sólo una cuestión semántica, especialmente en el mundo carente de libertad donde un tuit puede llevarnos a la cárcel. Hay personas malintencionadas que difunden información errónea que puede provocar el caos e incluso la muerte. Se aprovechan de nuestra sociedad y de nuestras plataformas abiertas. La forma de protegernos sin ceder nuestros derechos es uno de los grandes retos sociales del siglo XXI.

Cuando Avast me pidió que expusiera mi opinión sobre la libertad digital, dije que para ello debíamos debatir sobre la igualdad de acceso a Internet y a la información, los pros y los contras del estado de vigilancia y el papel de los gigantes tecnológicos mundiales en un mundo digital.

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Mi opinión personal siempre será clara, comenzando por el énfasis que pongo en esta publicación en el doble estándar que existe desde hace tiempo en la forma en que algunos gigantes tecnológicos estadounidenses tratan las cuestiones de derechos en el mundo libre y en el mundo que carece de libertad. El balance de este año nos muestra lo grave que se ha vuelto el problema.

La reciente detención de uno de los presuntos asesinos saudíes de Jamal Khashoggi y el uso continuado por parte de Lukashenko de los inmigrantes como armas humanas nos recuerda lo bárbaros que son los autócratas. Pero su barbarie no los hace menos hábiles en el desmantelamiento de las libertades de Internet, con el consentimiento voluntario de las empresas digitales occidentales.

Durante las «elecciones» parlamentarias rusas de septiembre, Google y Apple silenciaron el movimiento del disidente encarcelado Alexei Navalny bajo la presión del Kremlin. Este verano, Apple y Tesla debilitaron intencionadamente sus sistemas de protección de datos y decidieron guardar los datos de los usuarios chinos dentro de ese país a petición del PCCh.

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Este año, descubrimos que empresas tecnológicas israelíes han ayudado a regímenes autoritarios a espiar a activistas de los derechos humanos, como la prometida de Khashoggi, Hatice Cengiz. Mientras tanto, Turquía se ha vuelto más agresiva a la hora de presionar a las empresas de redes sociales para que censuren el material de la oposición política.

¿Van estas empresas a aliarse abiertamente con dictaduras hostiles? ¿No sería mejor marcharse antes que convertirse en un instrumento de opresión?

A veces encontramos algunas señales alentadoras. Recientemente, YouTube ha eliminado los canales de propaganda rusa en sus sitios alemanes y ha retirado vídeos de interrogatorios de Bielorrusia. Sin embargo, es sorprendente que estas herramientas, desarrolladas y controladas en las democracias, sean utilizadas con tanta frecuencia por los estados autoritarios contra sus enemigos en el país y en el extranjero.

Si usted se encuentra a salvo en el mundo libre, tal vez esto no le parezca gran cosa. Pero la historia nos dice que las prácticas desarrolladas en el mundo sin libertad no se quedan solo allí por mucho tiempo. Los métodos de propaganda de las dictaduras modernas, por ejemplo, impulsados también por las grandes empresas tecnológicas estadounidenses, han saltado la valla de la política democrática en todo el mundo.

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Hay que distinguir entre las medidas adoptadas en países con tribunales independientes y derechos civiles, pero el papel de las poderosas empresas tecnológicas debe ir acompañado de responsabilidad y transparencia.

Los órganos de vigilancia, la censura, la retirada de aplicaciones y vídeos a petición de los Gobiernos; los Estados sin libertad son los canarios digitales en la mina de carbón digital. Los consumidores y las instituciones, especialmente los de los Estados Unidos, donde la mayoría tiene su sede, siguen teniendo una gran influencia sobre estas empresas, pero si renuncian a utilizarla, pueden encontrarse con que los malhechores han vuelto a poner las ventajas del mundo libre en su contra.

¿Quién tiene la ventaja realmente? ¿Es todo cuestión de dinero? ¿Qué se puede hacer y qué puede hacer usted? Necesitamos algo más que las noticias y el interés; necesitamos un plan de actuación. Eso es precisamente en lo que vamos a centrarnos durante el 2022. Cuídense todos, en línea y en la vida real.

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Por Garry Kasparov, embajador de seguridad de Avast, optimista tecnológico, y ex campeón mundial de ajedrez*

Las opiniones expresadas son sólo responsabilidad de sus autores y son completamente independientes de la postura y la línea editorial de Forbes México.

 

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