Hay buenas noticias en el panorama. Pfizer Global nos de la esperanza de avanzar hacia una posible vacuna contra el coronavirus que podría permitir al mundo revivir la fabricación, las compras y la vida normal. Los mercados financieros en el mundo reaccionaron con gran entusiasmo. Los puntos de referencia de las bolsas de valores en Londres, Frankfurt y Tokio avanzaron, la noticia de que Joe Biden fuera declarado presidente electo días después de las elecciones presidenciales de Estados Unidos se recibieron con gusto. El mundo está feliz porque el panorama nos ofrece un rayo de esperanza que el mundo financiero no dudó en hacer fructificar. También el mundo corporativo y de emprendimiento debe aprovechar esta ventana que se abre, sin embargo, me temo que precipitarse no es la respuesta. Tal vez, merezca la pena detenernos a pensar en lo que debe venir.

La velocidad con la que los acontecimientos van sucediendo nos ha hecho creer que tenemos que apresurarnos y vamos tomando decisiones como si fuéramos una especie de veletas que se mueven conforme el viento va dando dirección. En cierta medida, así ha sido. Nos hemos montado en una especie de juego de las sillas en el que nos paramos y nos ponemos a dar de vueltas al son de la música y si no estamos alertas y no entendemos los ritmos, nos quedamos sin asiento. Pero, los ritmos se han ralentizado y los tiempos han cambiado. La pandemia nos ha metido en casa y nuestros movimientos se modificaron radicalmente. La realidad nos está presentando una oportunidad de oro: reflexionar en torno a cuál queremos que sea nuestra nueva realidad.

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De repente, la Humanidad se parecía al Conejo Blanco de Alicia en el País de las Maravillas que corre y corre a toda prisa y no sabe las razones que tiene para apresurarse ni el lugar al que se dirige. Si seguimos así, no sería extraño que lleguemos a un lugar al que no queríamos llegar. Ni hablar de conseguir metas que no nos interesaban o llevar a cabo acciones que ni nos hacen feliz, ni nos hacen crecer ni tienen una relación directa con lo que somos. No es extraño ver a gente que va persiguiendo su sombra, que hace cosas que no le gustan y uno no deja de preguntarse ¿por qué lo hacen? Lo peor es que ellos tampoco lo saben.

Esta falta de claridad en lo que hacemos es una fuente muy grande de frustración y es la principal inhibidora de la creatividad. Nadie puede ir detrás de la excelencia si no sabe dónde está y mucho menos si lo está haciendo por el camino equivocado. Es de sorprender el número de personas que estudiaron una carrera que no les gusta, que no ejercen porque no les hace feliz. Llama la atención que muchas personas trabajan en una empresa por la que no sienten ningún tipo de filiación. Están así porque no les queda de otra, eso dicen. Hay muchísimas personas que emprendieron un negocio que no los satisface o ejercen ciertos roles porque les tocó.

El problema es que cuando estamos en un lugar en el que no nos sentimos plenos, no podemos brillar. Entonces, nuestro desempeño se vuelve gris, polvoso y ensuciamos el trabajo de los demás. Los resultados pueden ser buenos, pero podrían ser mejores si nos sintiéramos motivados por aquello que forma un punto central de nuestra cotidianidad. Luego, estas mismas personas se preguntan ¿Por qué fracasan los negocios?, ¿por qué no florecen los proyectos? No es una ñoñería buscar sentido en lo que hacemos.

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Incluso, cuando sabemos que la situación en la que nos encontramos no está para ponernos delicados porque tampoco es que haya muchas opciones, es tiempo de buscar un propósito. Peter Drucker, desde los años ochenta del siglo XX habla de la importancia de entender este concepto. Se trata de mirar profundo a nuestro interior y a nuestro entorno. Se trata de dejar de mirarnos al ombligo y de dar pasos distraídos. Es momento de poner atención y dejar atrás los tiempos en los que nos extraviábamos en la catatonia del aburrimiento. Se trata de tomar el timón y hacernos responsables del rumbo que queremos tomar.

Parece mentira, pero muchos empiezan a caminar sin entender a dónde quieren llegar. En medio de esta pandemia, hay esperanza. No sólo por los resultados y por la promesa de que una vacuna puede llegar a salvarnos de una situación que nos tiene alejados. Eso sería dejarles a otros que vuelvan a dar dirección. Es nuestra responsabilidad detenernos a reflexionar y pensar en lo que debe venir. Lo maravilloso es que esta oportunidad puede ser algo divertido en que podemos poner en juego nuestra imaginación y nuestra creatividad.

Si hoy los pasos se hicieron más lentos, si nos detuvieron y nos cambiaron el ritmo, es momento para aprovechar. Podemos diseñar soluciones a nuestra medida, que se sustenten en lo que somos. Si logramos construir sobre nuestras fortalezas, si conocemos nuestras debilidades, si vislumbramos riesgos y amenazas, si tenemos la agudeza para encontrar oportunidades, podremos lograr una transformación. Incluso, ese cambio puede venir en nuestra actividad actual. Lo que cambia es la forma en la que abordamos nuestra cotidianidad: lo que se modifica es la forma, podemos hacerla con un propósito.

Lo que debe venir en nuestra nueva realidad es lo que nosotros hayamos decidido, después de habernos detenido a reflexionar en lo que deseamos. Así, conseguiremos negocios más activos, empleos más satisfactorios. También, dejaremos de tragarnos mentiras que nos cuentan y que creemos sin pasarlas por el filtro de la razón y nos evitaremos bocados amargos que a nadie nos gustan. Pero, como dijera Luis XIV: “vístanme despacio que voy de prisa”. 

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El primer paso es entender qué queremos hacer. Lo increíble es que, al encontrar esta respuesta, se nos ilumina la propuesta de valor, la forma en la que lograremos una ventaja competitiva, entendemos como servir mejor a nuestros clientes y vemos la forma de generar utilidades. No, no es una quimera. No, no es magia. Lo que sucede es que cuando tenemos claridad, cuando sabemos el rumbo, dejamos de trabajar doble y encaminamos los esfuerzos a donde encontraremos la retribución que vamos buscando. Vale la pena, tomarnos un respiro y pensar en lo que debe de venir.

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Blog: Las ventanas de Cecilia Durán Mena

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