El futuro será uno sin dolor ni ansiedades, sin preocupaciones ni tristezas. Así lo predice el filósofo inglés David Pearce.

A pesar de que esta idea enfrenta el contrapeso del presente —al que parece no caber una emoción más en sentido contrario— como buen sistema de transporte le entran pandemias y hasta guerras. Pero Pearce anticipa que ninguna de las emociones adversas será más fuerte que las positivas.

Para que esto suceda se requiere entender el momento presente como una transición. Sufrimos porque nos relacionamos de una manera equivocada con el mundo, uno carente de propiedades absolutas. Y al no haber éxito en los intentos por cambiarlo, mejor lo criticamos, en lo que surge una mejor idea.

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Por ejemplo, no conforme la camada de mesiánicos políticos (sin importar el partido o el sexenio) que insiste en afirmar lo contrario a lo que se constata en la calle diariamente, es común ver venir el brote de expertos de ocasión en temas de tendencia, pero especializados en la desacreditación. Geopolíticos con especialidad en la cuenca del Donetsk y el Donbás amparados por la prestigiosa academia de los hilos de Twitter; Sociólogos criminales perfiladores de aficiones y fenómenos de masas por la superficial, pero esclavizante facultad de scrolleo en Facebook. Médicos inmunólogos al instante y expertos en finales de pandemias con credenciales de mensajes y memes en WhatsApp.

Se trata del habitante de la razón pura, el mismo al que le han llovido tomatazos desde épocas kantianas y el mismo que sabe cómo se debe caminar, cómo tendrías que usar el tenedor y a qué subgénero pertenece la canción que estás por escuchar.

Ilustrar a quien se deje

Ni para qué discutir —ahí yace el arma secreta—, el detentor de cualquier supremacía solo aspira a ser príncipe de su soledad. No por la soberbia que almacena, por la energía que demanda su infinita vocación al pretender ilustrar a quien se deje.

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Basta hacer acopio de los traumas, insatisfacciones, debilidades y frustraciones no habladas con un profesional y habrá municiones para tapizar el mundo con el hechizo de una versión. La idea misma de soportar a uno de estos, lo deja a uno tirado a media calle. Pero los soportamos. Y los encarnamos. 

Lo mejor de creer que siempre tienes razón es que ni aún viendo que te estás equivocando, sobreviene la aceptación. No importa otra cosa, el punto es (creer) tener razón. Puedes estar alejando amistades y aniquilando la credibilidad. El ego y la soberbia tienen el poder de entintar hipnóticamente la mirada. Dejarse arrastrar por el ritmo de los meses y por lo que vaya saliendo al paso, si confirma tu interpretación del mundo, será una bandera de ideales.

¿Se cuenta con los recursos para lidiar con esto?

Pero en el futuro de David Pearce las cosas serán diferentes. Él está seguro de que nuestros descendientes habitarán una realidad libre de dolor, sin resentimientos ni ansiedades, sin dolor ni sufrimiento, sin la necesidad de tener razón ni gritarla al mundo.

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Esta idea de futuro se basa en la calidad de los pensamientos cotidianos y por ello, en el desarrollo y cultivo de la salud mental.

Pero como nos vamos a desesperar con la construcción de una ruta gradual hacia ese paraíso, habrá otra alternativa de acuerdo con Pearce: los avances tecnológicos traerán consigo el uso de farmacología ultraespecializada, nanotecnología, neurocirugía y mejoras genéticas de autoestimulación cerebral que mermarán el sufrimiento. Tal vez no lo hemos hecho consciente, pero ese camino pudo haber dado inicio ya, con el uso, por ejemplo, de la anestesia.

La especie humana tiene un añejo objetivo compartido y es acabar con el sufrimiento. Tal claridad lleva consigo el riesgo de parecer un juicio fácil, de esos que David Pearce critica, por lo que resulta pertinente preguntar si el ser cuenta con los recursos biológicos propios para llevar a cabo la empresa de acabar —o por lo menos lidiar— por sí mismo, con el dolor y el sufrimiento.

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De contar con dichos medios, ¿por qué parece que los estamos enterrando? Si no están a nuestro alcance, la teoría de Pearce levantará —por sí misma— críticas y señalamientos, con todo y su dosis de realismo funcional.

De ser este el caso, estamos ante una carrera que no quedaba clara: asumimos la tarea de balancear la fuente de relación con el mundo, o fuerzas exógenas la terminarán balanceando.

Por el momento y en lo que se aclara el futuro próximo, dejemos esto como una mera opinión. Y veamos lo que tienen que decir el juicio y la imputación.

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Contacto:

Eduardo Navarrete es Head of Content en UX Marketing, especialista en estrategias de contenido y fotógrafo de momentos decisivos.*

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Instagram: @elnavarrete

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