Cada vez son más los ahorradores en el mundo que se preocupan por exigir a sus inversiones no sólo rentabilidad a largo plazo, sino que además desean que estas se guíen por criterios éticos y medioambientales. Por esta razón, la inversión responsable no para de crecer a nivel global desde hace ya varios años y esta tendencia se está acelerado aún más desde que se inició la pandemia. Parece como si el coronavirus hubiera despertado las conciencias de los inversores y que estos en la medida de sus posibilidades quisieran contribuir a mejorar y no seguir deteriorando aún más el entorno natural y social del que todos formamos parte. Sin embargo, todavía son muchos los inversores que no terminan de estar convencidos de las bondades que ofrece la inversión responsable. Es por esto por lo que conviene aclarar uno de los mitos que se tienen sobre la misma y es que sólo así se podrá seguir impulsado.

En este sentido, son muchos los que piensan que no se tiene claro que es exactamente la inversión responsable y es que no se puede negar que existen diversos enfoques sobre lo que considera o no inversión responsable. A las diferentes ópticas existentes sobre el concepto se le añade el hecho de que muchas veces el lenguaje que las gestoras o los bancos de inversión utilizan para describirlos suele ser poco claro y a veces resulta difícil entender cual es la verdadera naturaleza del producto que están ofertando.

Para que una inversión sea ética tiene que estar, ante todo, basada en valores y esto debe permitir a los potenciales inversores evitar aquellos sectores o empresas cuyo modelo de negocio no sea respetuoso con el entorno y con la sociedad. En este punto, surge el primer problema que es necesario resolver y es que los valores, al fin y al cabo, son subjetivos de forma que lo que es aceptable para una persona no lo es para otra. Por todo ello se hace necesario ir más allá de las buenas intenciones y seguir un marco operativo riguroso en el que se defina de una forma clara y estructurada que es invertir de forma responsable.

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El enfoque que ha venido siendo dominante se conoce como ASG o de factores ambientales, sociales y de gobernanza y conlleva que las gestoras de patrimonios incorporen dichos principios a sus decisiones de inversión. El modelo ASG incorpora una serie de herramientas analíticas y de modelización que identifican todos los factores que afectan a la sostenibilidad de la compañía a largo plazo y que, por supuesto, van mucho más allá de la información que esta revela por sí misma. Existen incluso agencias de calificación de la sostenibilidad que surgen como oferentes de dicha información y que han desarrollado herramientas propias de medición y evaluación de los factores ASG.

Dichas agencias de calificación de sostenibilidad o de rating ASG, se encargan de evaluar a las empresas u otro tipo de instituciones demandantes de crédito o inversión con criterios financieros, ambientales, sociales y de buen gobierno y ello lo hacen con metodologías de investigación propias. Normalmente los resultados que obtienen de sus análisis los estructuran en bases de datos que ponen a disposición del mercado financiero. Su método de trabajo se basa en recopilar y analizar información corporativa que obtienen de diferentes áreas de la empresa. Entre los departamentos analizados se suelen encontrar el de compras, el de ventas, o el de recursos humanos y para ello utilizan todos aquellos datos que se encuentran disponibles en bases de datos externas, informes o memorias de sostenibilidad. Igualmente, también pueden obtener información a través de trabajos de campo como aquellos que se basan en la remisión de cuestionarios a la propia empresa pero cuyos resultados serán verificados a través de actores externos.

Todo este análisis termina condensado en una serie de métricas que nos dan una calificación de la empresa evaluada, de forma que cada compañía tiene asignada una puntuación que se obtiene al ponderar una serie de criterios que evalúan cada una de las dimensiones a calificar, es decir, la financiera, la ambiental, la social y la de buen gobierno corporativo.  Con dichas evaluaciones también se elaboran índices de sostenibilidad.

Ahora bien, tenemos que tener en cuenta que la inversión socialmente responsable no deja de ser un concepto dinámico, de forma que constantemente aparecen nuevos enfoques y actores en el mercado. De esta forma las metodologías cambian con el tiempo como también fluctúan entre los diferentes países y regiones del planeta. No podemos dejar pasar por alto que existen importantes diferencias culturales y de valores a lo largo y ancho del mundo y esto condiciona todas las metodologías.

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Sin embargo, y a pesar de todas las dificultades, las agencias de rating de sostenibilidad y sus modelos de medición deben ser un instrumento útil para valorar y medir la sostenibilidad corporativa. A pesar de que sus modelos vayan cambiando en función de las nuevas sensibilidades globales dichas agencias deben ser una herramienta de primer orden para valorar este tipo de inversiones. Dichas agencias todavía tienen un recorrido vital muy limitado y se necesita que los distintos actores que configuran el mercado las evalúen como ellas hacen a las empresas que califican. Entre las iniciativas que han surgido en este punto y que tratan de mejorar todo el proceso de calificación de la sostenibilidad encontramos entre otras a rate the raters o la de GISR (Global Initiative for Sustainability Rating). La labor y la presión que ejerzan estas empresas “auditoras” serán claves para que las agencias de rating de sostenibilidad adquieran el prestigio y la reputación necesarias para que sus calificaciones sean un referente de inversión.

Contacto:

LinkedIn: Máximo Santos Miranda Ph.D.

Las opiniones expresadas son sólo responsabilidad de sus autores y son completamente independientes de la postura y la línea editorial de Forbes México.

 

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