Con las elecciones de este 6 de junio, México cumple 24 años de alternancia democrática si consideramos que desde 1997 el PRI dejó de ser el partido hegemónico del país. Como lo hemos constatado a lo largo del presente siglo, nuestra democracia es imperfecta, aunque nos ha dotado de mayores balances de poder, de un auténtico federalismo y de una pluralidad política que enriquece el debate público. Desgraciadamente, nuestra clase política propicia cada vez más la pauperización, la polarización y la precarización de nuestra democracia, o a lo que llamo las tres “p” del debilitamiento de la democracia en México.

Primero está la pauperización o empobrecimiento de la democracia en México. El balance de este proceso electoral arroja una serie de campañas políticas que se alejan cada vez más de las soluciones a los problemas que los ciudadanos enfrentamos en nuestras localidades, y se manejan de manera reiterada a espectáculos de entretenimiento entre los que encontramos los bailongos, los tenis fosforescentes o las canciones cantadas por los candidatos, disponibles en todas las redes sociales. Probablemente los votantes pueden no ser los más letrados o conocedores de asuntos públicos, pero definitivamente poseen información sobre sus comunidades y sobre sus propias vidas que la mayoría de los políticos no llegan conocer a profundidad. Desaprovechar las campañas políticas para recoger las inquietudes de los ciudadanos y para proponer soluciones es igual a mermar nuestra democracia.

Segundo, diferentes actores políticos polarizan profundamente a la sociedad mexicana, dividiendo a los mexicanos en liberales o conservadores, pueblo bueno o mafias del poder, “fifis” o “chairos”, fanáticos o sensatos, entre otros coloridos adjetivos calificativos. Estas divisiones fracturan el tejido social y revientan puentes de diálogo sobre los cuales construir un proyecto conjunto de nación. Peor aún, la polarización política se agrava cuando se descalifican a las instituciones electorales como el INE, a los mecanismos para resolver disputas electorales, o a las propias elecciones. Todo lo anterior causa que la democracia se polarice y que se pierda terreno en común sobre el cual construir un mejor México.

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Por último, el Estado mexicano permite que la democracia se precarice a niveles alarmantes. El número de asesinatos políticos en este proceso electoral es inaudito, incluso para un país plagado de violencia como México.  Cerca de un centenar de asesinatos y miles de crímenes perpetrados contra candidatos son la factura de la impunidad imperante en el país. Hoy más que nunca, ser candidato en ciertas zonas “calientes” del país es sinónimo de arriesgar la vida. Si el Estado mexicano continua sin tomarse en serio las consecuencias de permitir que el crimen organizado se entrometa en nuestros procesos electorales, pronto acabaremos como un narcoestado.

El panorama que enfrenta México en cuanto a su democracia refiere no es alentador. Tanto la ciudadanía como la clase política tienen muchas tareas pendientes para consolidar nuestra democracia y nuestra sociedad. Entre estos pendientes están elevar el nivel de las campañas en el futuro, entender la postura de otros mexicanos que no sean afines a nuestra opinión política, exigir a las autoridades el esclarecimiento de candidatos asesinados, y –sobre todo– ejercer nuestro derecho a votar en cada oportunidad que se nos presente. Mi generación y la de muchos mexicanos ha sido afortunada de conocer a la democracia como único sistema político de gobierno. De todos los mexicanos depende conservar este privilegio para futuras generaciones.

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Contacto:

Dr. Jose Roberto Balmori, Director de los programas de licenciatura de la Facultad de Economía y Negocios de la Universidad Anáhuac México.*

Twitter: @jrbalmori

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