En abril, la inflación general llegó a 6.08%, la tasa anual más elevada desde diciembre de 2017. Desde 2003, a partir que el Banco de México adoptó el objetivo puntual y permanente de 3.0% para la inflación, solo en dos ocasiones habíamos visto una tasa superior al 6%: en 2008-2009 (por un periodo de 6 meses) y en 2017 (por 8 meses). En ambos casos, la tasa no llegó a 7%, pues registró un máximo de 6.53% y 6.77%, respectivamente. Ahora por tercera vez, en un poco más de 18 años, vemos que la inflación de nuevo rebasa el umbral de 6%, lo doble del objetivo de 3%.

Estos tres episodios de alta inflación han sido básicamente producto de choques de oferta, más no de un exceso de demanda agregada. Primero, a partir de 2002 hubo una tendencia al alza en casi todos los precios internacionales de los commodities a raíz de la alta demanda por parte de China, que culminó en 2008. Por ejemplo, el Bloomberg Commodity Index tuvo un incremento anual que culminó en 34.2% en junio 2008, mientras que el Índice de Precios de Alimentos de la FAO llegó a registrar un aumento anual de 63% en marzo de 2008. Las presiones inflacionarias suscitadas del exterior llevaron a México a registrar incrementos generalizados en sus precios que culminó en 6.53% para la inflación general en diciembre de 2008. Sin embargo, la inflación observada en el componente no subyacente llegó a 9.80%, producto de aumentos de dos dígitos en los precios agropecuarios. Aun así, el componente subyacente también registró incrementos pronunciados al culminar en 5.64% en abril de 2009, siendo el rubro de las mercancías alimenticias el que más aumento (llegó a 9.70% en enero de 2009). Sin duda, la Gran Recesión de 2009 ayudó a revertir la tendencia alcista, ya que para fin de 2009, la inflación general se ubicó en 3.57%.

El segundo episodio de alta inflación se observó en 2017 cuando la Secretaría de Hacienda tomó la decisión de incrementar el precio de la gasolina en enero de ese año en 26% para la de bajo octanaje y 30% para la de alto octanaje (el famoso gasolinazo). Ante este ajuste, la tasa mensual de la inflación general de enero fue 1.70%, la más elevada para un mes desde enero de 1999. El impacto sobre el componente no subyacente fue brutal, al llegar a 12.62% en diciembre de ese año, la tasa más elevada desde septiembre de 1999 (cuando todavía prevalecía en México la inflación de doble digito). El choque fue tan grande e inesperado, que provocó disturbios, manifestaciones y saqueos por todo el país, mientras que la confianza del consumidor registró su nivel mínimo histórico. Aunque el impacto sobre los precios no fue tan generalizado como en 2008, los precios más afectados fueron las mercancías alimenticias (altamente susceptibles a los precios de los energéticos), que llegaron a una tasa máxima en agosto de 2017 de 7.57%.

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El tercer episodio lo estamos viviendo ahora. En abril de 2021 el componente no subyacente de la inflación registró una tasa de 12.34%, el segundo incremento anual más alto que se ha observado en los últimos veinte años. Esto fue el resultado de alzas en los precios de las gasolinas de 35.0% por encima del precio del mismo mes del año pasado. Aunque el incremento anual es muy parecido al observado en 2017, la diferencia crucial es que en esa ocasión se realizó el ajuste en un solo mes, mientras que ahora se fueron observando aumentos a lo largo de los últimos doce meses. En esta ocasión pesa sustancialmente el efecto aritmético de la base de comparación, ya que se compara el precio de ahora con el de abril de 2020, justo cuando se registró un precio muy bajo ante el desplome de la demanda por gasolina en pleno confinamiento de la pandemia. Aparentemente, la inflación general ha tocado su máximo en el año (6.08%) y de aquí en adelante se debe observar una tendencia a la baja para terminar en diciembre en una tasa por debajo de 5.0% (según las últimas encuestas).

Al igual que se le ha puesto etiquetas a los dos episodios anteriores, la burbuja de los commodities y el gasolinazo, respectivamente, ahora podemos llamar al actual como el de la pandemia. Si bien tiene algunas características similares a los antepuestos, realmente esta burbuja tiene una dinámica propia, muy especial, que vale la pena analizarla a fondo. En esta ocasión se han combinado choques de oferta y de demanda muy agudos, que no solamente han ocasionado un reacomodo en los precios relativos, sino por su naturaleza transitoria, se han combinado con efectos aritméticos significativos que producen tasas muy inusuales.

Ante las políticas de confinamiento y cierre ya sea parcial o total de establecimientos y empresas, hubo una disminución significativa en la producción de muchos bienes y servicios. Al disminuir la oferta, suben los precios. Las mismas políticas sanitarias ocasionaron cambios en los patrones de consumo de los hogares, incrementando la demanda por ciertos bienes (y disminuyendo la de otros). Al aumentar la demanda, suben los precios. En algunos casos, como el de muchos servicios turísticos, de esparcimiento y servicios de alimentación y hospedaje, la demanda disminuyó más que la oferta, por lo que sus precios cayeron. Al mismo tiempo, en otros casos la oferta disminuyó más que la demanda. El resultado fue que muchos precios cambiaron en relación a otros, por lo que se dice que hubo un reacomodo en los precios relativos, más que un fenómeno inflacionario por sí. Habría que recordar que la inflación se define como un aumento generalizado y sostenido en los precios. En este caso, los aumentos no fueron generalizados, ya que muchos precios disminuyeron, ni fueron sostenidos, ya que la mayoría de los ajustes fueron temporales.

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El comportamiento de movimientos bruscos en los precios de carácter temporal es lo que conduce en muy buena medida a los efectos aritméticos. Por ejemplo, el precio de un boleto de avión a cierto destino estaba en 4 mil pesos antes de la pandemia. En el primer mes de la pandemia se cancelaron todos los vuelos, por lo que el precio del boleto se volvió no solo irrelevante, sino que incluso en muchos casos ni hubo una cotización disponible. En los siguientes meses, hubo ciertos vuelos disponibles pero ante la poca demanda, los precios se desplomaron. En el ejemplo expuesto, supongamos que el precio se redujo a mil pesos, una disminución de 75%. Al pasar más meses, empezó a aumentar la demanda y su precio regresó a los 4 mil pesos, un aumento de 300%. Al final del día, el precio del boleto cuesta ahora lo mismo que antes de la pandemia. Sin embargo, pasó por cierto tiempo con un desplome en su precio que hizo que la inflación pareciera muy baja, para después sufrir un incremento mucho mayor (en términos porcentuales).

Cada sector de la economía sufrió cambios en la oferta y la demanda de sus bienes y servicios en forma y en tiempos distintos. Algunos precios ya se recuperaron, mientras otros seguramente lo harán más adelante. En muchos casos, la pandemia causó incrementos significativos en precios desde un principio, que con el paso del tiempo se mantuvieron elevados. El resultado final es que las lecturas de la inflación medidas en forma tradicional arrojan distorsiones que dificultan su interpretación. Este fenómeno no es exclusivo a México. Quizás salimos más golpeados que muchos otros países, sin embargo, ajustes similares están ocurriendo en muchos otros lugares. Por ejemplo, la tasa anual de inflación en Estados Unidos registró una tasa de 4.2% en abril de este año, más de lo doble de lo que se encontraba hace un año.

Sabemos que uno de los instrumentos más importantes para combatir la inflación es la política monetaria, que consiste en subir o bajar la tasa de interés a un día en el mercado interbancario de fondeo, con el fin de influir en todas las demás tasas. Los cambios en tasas influyen a su vez en la formación de precios mediante cinco canales de transmisión monetaria. Los primeros cuatro afectan a la cantidad de dinero en circulación y al nivel de la actividad económica. En términos generales, estos canales son efectivos cuando las presiones inflaciones ocurren mediante un exceso de demanda agregada sobre la oferta, es decir, cuando la economía se encuentra sobrecalentada. Sin embargo, no son tan eficientes cuando la inflación se produce mediante choques de oferta.

A raíz de la pandemia, las políticas de confinamiento redujeron drásticamente tanto la demanda agregada como la oferta. Si utilizamos las métricas tradicionales para medir la brecha entre ambos, resulta que la demanda cayó mucho más que la oferta, lo que significaría que en una situación normal debería de haber disminuido en forma importante la inflación. Esto es lo a lo que se refieren los economistas cuando dicen que los precios deberían responder a las condiciones cíclicas de la economía. Sin embargo, la crisis pandémica es muy distinta a una recesión típica y la reducción de los precios no ha quedado del todo manifiesta. En estos tiempos, queda claro que cambiaron la oferta y la demanda de la mayoría de los bienes y servicios, no obstante, cada sector y región tuvo un reacomodo distinto, minimizando el posible impacto de las medidas de política monetaria.

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Otro factor a tomar en cuenta es que la política monetaria tradicional opera mediante el sistema financiero, en los canales de crédito y en cambios en los precios de los activos financieros. Por lo mismo, entre mayor profundidad financiero, penetración crediticia e inclusión financiera, mejor será el desempeño de la política monetaria en cuando a su papel en contener las presiones inflacionarias. También, juega un papel importante el nivel de informalidad; entre mayor es la economía informal en relación a la formal, menos campo de acción tiene la política monetaria. Por último, la formación de precios refleja mejor la interconexión de la oferta y demanda en mercados competitivos. Si existe una concentración bancaria en un país, el sistema financiero no va responder adecuadamente a las señales de la política monetaria. Sin dudas, México es un país con una profundidad financiera baja, una penetración crediticia limitada, una inclusión financiera disminuida, una economía informal muy grande y un sistema bancario muy concentrado en escasamente siete bancos.

Ante la poca efectividad de la política monetaria en los primeros cuatro canales de transmisión, resulta importante resaltar el papel del último canal, el de expectativas. Para su buen funcionamiento es clave mandar señales claras, firmes y transparentes en cuanto a qué se quiere lograr. La finalidad es “anclar” las expectativas lo más cercano al objetivo puntual y permanente de 3.0%. Si las expectativas giran siempre alrededor de 3.5% (como es el caso para el mediano y largo plazo), lo más seguro es que la inflación va converger a esa tasa y no al objetivo puntual. Por lo mismo, es fundamental que el Banco mantenga credibilidad en sus acciones.

¿Qué debemos esperar de la inflación en estos próximos años? En la resaca de la pandemia, estaremos viviendo las secuelas de las distorsiones mencionadas. Es muy probable que la inflación vaya iniciar una lenta trayectoria a la baja en lo que resta del año y en la medida que los efectos de la pandemia se vayan disipando, deberíamos ver el regreso a una cierta normalidad el año entrante. No obstante, es probable que el camino de esta inflación pandémica sea largo y sinuoso, por lo que no será fácil.

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Jonathan Heath, subgobernador del Banco de México*

Las opiniones expresadas son sólo responsabilidad de sus autores y son completamente independientes de la postura y la línea editorial de Forbes México.

 

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