El populismo está de moda, este formato de comunicación política, persuasión y estilo de ejercer el gobierno se ha hecho predominante ante la depauperación de los liderazgos; la vulnerabilidad, negligencia y debilidad de la cultura cívica; una oferta política misérrima de partidos y candidatos, así como el hartazgo e indiferencia de lXs votantes.

El método populista se divide en estadios de acercamiento, asimilación, contraste, discurso y proselitismo conforme a una estrategia de persuasión por niveles:

  • SOY COMO TÚ. LXs candidatXs se esfuerzan por “asimilar, entender y apropiarse” de las características de sus audiencias objetivos. Se levantan muy temprano, salen a trabajar, cocinan, viajan en pesero, metro y cable-bus, van al mercado, comen tacos, cantan y bailan para demostrar que viven como todos, comparten los mismos problemas y su vida es exactamente igual a la de sus electores.

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Ganar simpatía, notoriedad y popularidad son requerimientos para ganar un puesto de elección. Promesas, drama, ridiculeces, ocurrencias, intrigas, todos los “recursos” se valen en la competencia por el sufragio, la clave es explotar la emocionalidad, ingenuidad, inepcia, desinformación y reacciones viscerales de lXs electorXs.

Las redes sociales reventarán de sonrisas, selfies, recorridos, frases y poses que exhiban su arraigo y empatía. Deben mostrar orgullo, tatuarse y ponerse la camiseta de las raíces nacionales haciendo gala de las tradiciones, dichos, leyendas, vestimenta, aficiones, modos y cultura locales.

La clave es convencer a la gente de que no existen diferencias entre autoridades, candidatXs y cuidadanXs; que la mejor alternativa es alguien surgido del pueblo, que conoce la realidad en que vivo, que se preocupa, me entiende, con quien me identifico y que -por ser como yo- me garantiza que cumplirá sus promesas.

  • ESTOY DE TU LADO. Para generar más adeptos, lXs populistas recurren a la radicalización y la polarización, todos los problemas sociales tienen una solución casi mágica, reparten culpas, asignan responsables y prometen castigos.

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Encender la llama y mantener el conflicto entre grupos, sectores y “clases” es parte de las tareas populistas. La idea es focalizar y pasar la factura de las inconformidades de las mayorías hacia determinados grupos, personajes y, sobre todo, los opositores.

El populismo pretende que la vida diaria sea un escenario permanente de confrontación, de melodrama telenovelero, el pasado y las cúpulas siempre al acecho; quejas, lamentos, excusas, acusaciones, justificaciones interminables.

Al lado de la promesa de luchar por el pueblo, erradicar la pobreza y acabar con la corrupción se fusionan y se justifican todos los complejos, carencias, frustraciones, limitaciones, envidias y deseos de carácter personal.

El populismo vende sueño aspiracional, prodigios automáticos, una vida plena gratuita y sin esfuerzo que el “pueblo” se merece solo por ser “pueblo”. El cuento se abrevia: bienestar, justicia, igualdad, progreso, seguridad y salud fueron arrebatados, monopolizados y detentados por unos cuantos -por supuesto- a expensas de las mayorías.

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Para el populismo la razón, la crítica, la ilustración y la transparencia son los males que deben ser excluidos y exiliados debido al alto riesgo de contagio que representan. Atreverse a cuestionar es la actitud del antipatriota, corrupto y/o privilegiado.

Todos los actores, medios y comunidades que no ofrezcan sumisión, fe ciega y obediencia serán etiquetados, censurados y acosados por las huestes de ni-ni bots dependientes de los programas de gobierno, así como pseudo “periodistas” y “medios” zalameros.

El populista se adjudica el papel de “bueno, noble y víctima” en el discurso, ocultando -bajo un disfraz de austeridad, honestidad, simpleza y cercanía- su mediocridad, corrupción, ineptitud y narcisismo.

  • EL POPULISMO COMO POLÍTICA PÚBLICA. Para el populismo, el gobierno, las instituciones, los programas sociales, las dependencias, los proyectos, las obras y quienes ocupan un puesto público deben servir solo a dos propósitos: su permanencia y su expansión.

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Todo lo que se haga en el gobierno no está orientado al desarrollo social, la equidad, la democracia ni el crecimiento económico. La política pública solo sirve para consolidar las “promesas” y sumar adeptos. Después de todo, alguien tiene que cargar con la cuenta de los “apoyos” a las masas.

Los gobiernos populistas se reducen a una especie de intermediario que en sus afanes de “justicia” cobra más caros los servicios públicos a unos, aumenta “proporcionalmente” los impuestos, las multas, derechos, licencias y permisos para que las clases productivas carguen con sus “beneficiarios” y, de paso, estos últimos le sirvan como “operadores” electorales.

A través de becas, uniformes, despensas, tarjetas, vacunas, aviones, penachos, casas, exenciones y contratos solo se busca dar testimonio de las “ventajas” de compensar los agravios ancestrales en contra del “pueblo”. Incluso, para consolidar lazos, en las compras internacionales se privilegiarán las adquisiciones de otros gobiernos igualmente populistas. Adoctrinar, dogmatizar, extender la palabra del populismo es fundamental, toda la nomina gubernamental debe pasar el filtro de lo barato, simple y de bajo nivel para demostrar identidad con el “pueblo”. Si no hay educación o capacidad no importa, lo que cuenta es la “buena” intención y la identidad con el “proyecto popular”.

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