Más allá de las filias y fobias que representa el hecho de tener candidatos con un precario perfil listos para consolidar sus aspiraciones políticas (o las de otros), el nivel que se vislumbra en la contienda electoral es el reflejo de un sistema en decadencia con inmensos retos y enormes rezagos.

Ante el incremento de la competencia electoral a principios de los noventa, el sistema político monolítico y hegemónico sufrió un parteaguas hasta entonces inimaginable, la llegada al escenario político de gobiernos de oposición abanderados del Acción Nacional.

Se abrió así el paso a una nueva era, la de las concertaciones y las reformas institucionales que comenzaban a desquebrajar el anticuado e ineficiente engranaje político.

La reciente apertura política aceleró la dinámica de creación/generación (casi espontánea) de partidos a modo, aquellos que eran creados bajo la luz de la oposición y aquellos que eran creados a modo del partido en el poder para simular un contrapeso.

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México al igual que los países de América Latina tiene un perverso juego político, en el que el servicio público es una extensión de los actores políticos con amplia sed de poder y hoy, de un nuevo hegemonismo.

A pesar de que el México post revolucionario se caracterizó por una institucionalización, la inestabilidad económica ha servido como pesa sobre una balanza en la que se rata de equilibrar la fuerza de la complejidad política y la problemática social.

El aparente equilibrio de las fuerzas políticas ocurrido en nuestro país a partir de los momentos de transición no son un reflejo real de las preferencias electorales, sino resultado de un hartazgo social y un amplio rechazo hacia la clase política.

Los cismas político-electorales del siglo XXI en México demuestran la falta de madurez política, no por la transición per se, sino por los contextos y los vicios en las prácticas políticas que se vuelven añejos y aún más pesados.

Pareciera que el enemigo a derrotar siempre fue el Revolucionario Institucional, cuando en realidad el enemigo a vencer siempre ha sido la ignorancia y la falta de una cultura política que enmarca la arraigada corrupción, el abuso de poder, la impunidad y la carente gobernabilidad.

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Pareciera que el anuncio de la contienda electoral llega acompañado de sinsentidos y hasta de insultos hacia la población que hoy, sumergida en la emergencia sanitaria percibe un regreso total a la era del hegemonismo. Como si viviéramos en el México previo a 1994 momento en el que la apertura democrática nos hacía sentir de primer mundo.

La creciente preocupación por las descaradas prácticas clientelares de quienes en su momento encabezaron la endeble oposición, se acompaña de un despilfarro de dinero público al servicio de quienes pretenden perpetuarse en el poder.

El proceso electoral de este 2021 será para México un gran desafío, ¿tendremos el valor de enfrentarlo?

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