En la vida cotidiana nos encontramos con directivos de empresas que simplemente ignoran la razón por la que realizan ciertas actividades. Trabajan incansablemente, día a día, sin tener certeza de hacia dónde van encaminados sus esfuerzos. Confunden la necesidad y el propósito, incluso llegan a desconocer los procesos y recursos con los que cuentan para completar sus tareas y cumplir sus objetivos. ¿Sería este el caso de una empresa que realmente satisface a sus clientes? ¿Una en la que se trabaja sin tregua, pero que no entiende al cien por ciento por qué?

Cuando no se conocen cuáles son los objetivos, es casi imposible encontrar la ruta adecuada para llegar a ellos. Para marcar un rumbo certero y direccionar los esfuerzos de manera productiva, hace falta volver a lo básico: sentarse frente al pizarrón y escribir la misión, visión y los objetivos estratégicos.

¿Por qué la visión? Algunas empresas solo la utilizan para decorar los muros de sus oficinas, pero la visión es la imagen que se tiene del lugar a donde se quiere llegar, de cómo queremos vernos como empresa en un futuro definido. La visión nos permite plantear un futuro deseable, que sea lo suficientemente claro y, en especial, motivador para todo el equipo. El primer paso para afilar el hacha consiste en trabajar en la visión: determinar a dónde vamos y si tenemos los recursos para llegar ahí.

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¿Han escuchado la fábula del leñador que talaba más rápido que todos sus compañeros? El secreto de aquel hombre era muy sencillo: era el único que afilaba su hacha de manera periódica y disciplinada. Cuenta la historia que en una competencia de leñadores se enfrentaba un leñador joven, físicamente muy superior a su contrincante, un hombre ya entrado en años. El joven comenzó muy rápido a dar hachazos al tronco, pero finalmente perdió. Reconociendo su derrota, el joven fue donde el anciano y le preguntó cómo había hecho para ganarle, pues era evidente que no poseía el mismo vigor, incluso lo había visto descansar muchas veces. El viejo le respondió que no paraba para descansar, sino para afilar el hacha.  Stephen Covey, famoso autor de negocios, tiene un concepto muy parecido: “afilar la sierra”. Esto no es otra cosa que dar mantenimiento a nuestras habilidades para lograr mejores resultados con un menor esfuerzo. Robin Sharma también se refirió a ello en El monje que vendió su Ferrari cuando dice: “amigo mío, decir que no tienes tiempo para mejorar tus pensamientos es como decir que no tienes tiempo para echar gasolina porque estás demasiado ocupado conduciendo”.

Sin embargo, en este inicio de un año tan complicado como ha sido el 2021, vale la pena preguntarse: ¿qué debe hacer el director de una empresa en tiempos de volatilidad, incertidumbre, complejidad y ambigüedad para afilar el hacha?

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Recordemos que la actualidad más que nunca las empresas operan con altos niveles de incertidumbre, por lo que tomar decisiones ante la escasez de información oportuna y confiable es una cuestión de vida o muerte. Como Nicholas Sonnenberg explica en su artículo The best CEOs have mastered the art of learning (2019), para ser gran un director general hay que ser, antes que nada, un gran director de aprendizaje. Para que un director pueda tomar las mejores decisiones estratégicas, como lo requiere su puesto y trabajo diario, debe tener la mejor información disponible, eso significa que debe mantenerse aprendiendo, creciendo e innovando de manera continua. Lo que funcionó ayer ya no aplica para los negocios del día de hoy. Esta es la segunda cosa que debemos tener en cuenta si queremos afilar nuestra hacha de manera correcta. Ahora, ¿de dónde puede aprender un director?

De las evaluaciones: Lo que no se mide no se puede mejorar. Las objetivas y oportunas evaluaciones nos dicen que hicimos bien, qué se puede corregir y qué evitar. También son muy útiles para escuchar la retroalimentación y las propuestas de mejora de clientes, asesores, proveedores y colaboradores que normalmente no son tomados en cuenta, lo que nos ayuda a eliminar puntos ciegos. ¿Queremos una buena visión y excelentes objetivos estratégicos? La mejor información puede venir de nuestros mismos colaboradores, especialmente de los que tratan con el cliente cara a cara todos los días o de los que están en cualquier parte de la cadena de valor, ¿no es verdad?

De la mentoría: Los directores generales también necesitan aceptar consejos, especialmente los que lideran nuevos proyectos o emprendimientos y no son tan experimentados. La mentoría acelera el aprendizaje a partir de la convivencia formal o informal de su consejo de administración o consultivo, con directivos jubilados, consultores especializados en la materia o, sencillamente, de otros directores que ya vivieron estas etapas. Si tu empresa, aún no es muy grande, no te preocupes: cuando la empresa crezca, la mentoría puede practicarse entre los mismos miembros de la organización, heredando el conocimiento al talento joven que un día ocupará puestos clave y este proceso es indispensable para la continuidad de cualquier tipo de empresa, es decir el desarrollar sucesores para los puestos claves.

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De la capacitación continua: El equipo directivo bien capacitado y debidamente entrenado tiene altos niveles de productividad y satisfacción, así como bajos niveles de rotación. Además de garantizar un servicio de alta calidad al cliente interno y externo, un personal capacitado y motivado es interdependiente: sabe reconocer y resolver problemas con mayor eficiencia, algo especialmente útil en tiempos de crisis.

Finalmente, no sobra decir que, para un directivo o director general, cultivar el hábito de leer y asistir a seminarios o cursos que traten temas de actualidad en material empresarial es fundamental para mantenerse actualizados, aprender ideas nuevas e incluso combinarlas, ampliando sus horizontes y dándole oportunidad de acceder a nuevas ideas. Si no, preguntémosle a Bill Gates.

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En resumen: afilar el hacha se trata de saber tomar las más acertadas decisiones en medio de la incertidumbre, y la incertidumbre se combate cultivando el aprendizaje continuo, aplicándolo de manera ordenada, sin perder de vista los objetivos. Más adelante y, de ser posible, será necesario buscar el apoyo de un órgano colegiado como lo es el Consejo de Administración, quien nos ayudará a tener el hacha bien afilada, pues en sus funciones está definir la estrategia a seguir y evaluar la función del director general.

Es necesario hacer una pausa, detenernos a mirar, conectarnos, definir caminos, y mantener una visión a futuro concreta, clara, objetiva y medible. Si queremos que nuestras empresas continúen generando valor y por lo tanto manteniendo las fuentes de empleo para colaborar con la recuperación económica de nuestro país, especialmente en estos momentos tan duros, es nuestra responsabilidad tomarnos un descanso y repensar las cosas. Como aquel hombre de la anécdota, hay que trabajar duro, pero también sabiamente.  Abraham Lincoln ya hizo referencia a este concepto: “Dame seis horas para cortar un árbol y pasaré las cuatro primeras afilando el hacha”.

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