Es curioso como en los últimos tiempos nos hemos dedicado a añorar la nueva normalidad y a imaginar cómo será eso de volver a una cotidianidad distinta que aún no logramos definir con un mínimo de claridad. Por un lado, la presencialidad parece marcar tendencia en ciertos sectores productivos y por el otro, mucha gente está cómoda trabajando en forma remota. El trabajo híbrido se revela como una opción intermedia, aunque no hemos definido bien a bien qué significa eso y cuándo opera y cuándo no.  Estos últimos años han sido para muchos de nosotros realmente difíciles. No se ha tratado solamente de pandemias y guerras. Me refiero a difícil situación —a veces muy poco valorada— de mantenernos al tanto de todo lo que pasa alrededor de nuestras vidas profesionales y de los esfuerzos por validar nuestro conocimiento en aras de poder ofrecer lo mejor de nosotros en nuestro trabajo diario.

Dice el dicho que es sabiduría popular, que “santo que no es visto no es valorado”. Eso ahonda la brecha entre lo que sabemos y la forma que hacemos lucir lo que es relevante para nuestro desempeño. ¿Cómo conectamos lo que necesitamos para continuar innovando o simplemente en mantenernos actualizados en dentro de nuestra industria o negocio? Además, es necesario que nuestros superiores y nuestro equipo de trabajo nos perciba presentes y en el ejercicio de nuestras tareas.  Justo cuando tenemos un mayor acceso a la información, parece que estamos más desarticulados; hay tantos datos y todos los días se crea más y más contenido que parece muy difícil seguirle la carrera al presente futuro. De todo ese universo informativo, hay una tendencia generalizada que genera más preguntas que respuestas.

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Hasta cierto nivel, estos cuestionamientos no sólo son pertinentes sino deseables porque nos llevan a la reflexión. El problema es cuando estás preguntas más que buscar soluciones, se quedan albergadas en el corazón y en la mente, se convierten en preocupaciones y no en acciones. Peor aún, hay gente que se ha dejado llevar por el torrente de exigencias diarias y ni se han dado cuenta de que están cayendo en un bache de riesgo profesional. Hay individuos que no se han dado cuenta de que su futuro profesional puede estar en riesgo o que han perdido rumbo o que no tienen claro hacía dónde se quieren dirigir y mucho menos si lo que están haciendo está reduciendo las posibilidades de seguir en el tipo de trabajo o profesión que realizas.

Desde luego, es pertinente preguntarnos ¿qué hace falta? Para darnos cuenta del nivel de riesgo que corremos, hay focos de alerta que se encienden en nuestro tablero de control. A veces nos aferramos a las formas de hacer todos los días, lo mismo y de la misma manera. Nos fastidiamos si nos piden hacer cosas nuevas o si nos dan acceso a la actualización o educación que se requiere para salir adelante con tu diario hacer en tu labor o posición que hoy ocupamos, creemos que la capacitación es perder el tiempo o nos da flojera. Dejamos de ver cuáles son las habilidades que definen la posición que ocupamos, las que son valiosas y relevantes. Por supuesto no vemos cuáles son aquellas en las que podríamos crecer o desarrollar. Ahí empiezan los riesgos a crecer y ni nos damos cuenta. Pues, hay que poner atención.

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Otra alerta a la que debemos de poner atención es a la tendencia “cocooning”, es decir, esta propensión a quedarse en casa como si fuera un capullo protector sin salir ya que puedes trabajar, comprar, divertirte y llevar una vida sentado frente a una pantalla, sin moverte ni hacer ejercicio, condenándonos a poco contacto social. Encima, de acuerdo con la firma Deloitte que efectuó un estudio que da como resultado que el treinta y nuevo por ciento de empleos del sector judicial son vulnerables a automatizarse en los siguientes 10 años; la actividad contable tiene un noventa y cinco por ciento de probabilidades de ser un trabajo totalmente automatizado en el futuro.

Entonces, lo primero que tenemos que hacer es abrir los ojos y poner atención. En segundo lugar, es posible que ciertas actividades se automaticen y se roboticen, sin embargo, no todas las actividades aplican para ese formato. Por lo tanto, hay competencias que debemos fomentar para disminuir nuestro riesgo profesional y convertirnos en piezas relevantes en el engranaje competitivo. Por ejemplo:

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  1. Saber liderar equipos en momentos difíciles. Un líder que sabe dirigir con ideas claras y que entiende a sus equipos de trabajo y les ayuda a desempeñarse con mayor facilidad y tranquilidad es una persona relevante que ningún proyecto quiere perder.
  2. Fomentar lugares de trabajo más diversos e inclusivos es una tendencia que cada vez se está popularizando más. La diversidad es una ventaja competitiva de amplio espectro porque enriquece con los diferentes puntos de vista al equipo de trabajo.
  3. Impulsar el rendimiento del equipo con un enfoque probado, con objetivos claros y medidas de desempeño que sean observables y comprobables.
  4. Construir los mejores equipos centrándose en las prioridades correctas que ayuden a crecer a la corporación, a la empresa o al proyecto de emprendimiento y que impulsen a los integrantes. Es decir, que se lleven a cabo transacciones de ganar-ganar.

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Por supuesto, quienes más están en riesgo son todos estos líderes abusivos, que no saben dar instrucciones ni saben apoyar a sus equipos; los que arrugan la nariz si ven a una persona diferente, alguien cuyas preferencias son distintas, cuya edad les molesta, que discriminan y son prejuiciosos, los que no saben exigir resultados ni tienen forma de medir desempeños, los que se suben a un pedestal y no se bajan de ahí, están aumentando su riesgo profesional.

La competitividad de las personas y de las empresas solo será sostenible si se enfocan en recapacitar y mejorar las habilidades de los colaboradores. Hay que capacitar. Ningún avance es posible; si no tenemos en consideración que cada producto o servicio ofrecido debe estar enfocado al cliente.

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Para reducir nuestro riesgo profesional, hay que darnos cuenta. Por eso, hay que abrir los ojos. También es de primordial importancia enfocar todos nuestros esfuerzos tanto en alcanzar en nosotros mismos y en dejar que nuestros colaboradores lleguen a un máximo esplendor como personas y profesionales. Respertarlos y acompañarlos. Se trata de estar preparados, con las mejores habilidades, competencias y herramientas para desempeñarnos con excelencia en nuestro día a día.

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