Sí, otra vez estamos con la indignación a flor de piel y un profundo dolor por un caso más de feminicidio que alcanzó gran visibilidad.

Otra vez nos golpea la brutal evidencia de una joven vida segada con una total indolencia, inconsciencia y cinismo por parte de un presunto perpetrador que, sin mayor preocupación, invitó a sus amigos a unos tacos para convencerlos de apoyarlo, en tanto el cuerpo de la víctima aguardaba en su cajuela.

Ese primer testimonio llega al alma y no puede uno sino pensar en los dolidos padres que escuchaban pasmados el relato de cómo su hija fue ultimada y desechada, como si nada valiera. Solo porque él quiso, porque pudo, porque ella estaba ahí.

Y sí, otra vez hay que decir que, lamentablemente, no es la única. Que en nuestro país cada día hay 11 mujeres, desde bebés hasta ancianas, que son asesinadas en el marco de un sistema social que no logra entender cuán imbricada en muchas de nuestras ideas y acciones está esa podrida premisa que da lugar a que esto ocurra.

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Que seguir pensando en que esto pasa porque ellas se lo buscaron o ellos no pudieron controlar sus deseos e impulsos sigue permeando el imaginario público, colocando a unas como objeto de uso y a otros como animales salvajes.

Y #SíTodosLosHombres, como gritaron las redes hace unos días, pero también TodasLasMujeres. Todas, todos nosotros, necesitamos comprometernos a una profunda reflexión colectiva en torno a la forma en que estamos contribuyendo a que esto ocurra, pues, por indolencia u omisión, todos nos hemos convertido en cómplices de este estado criminal en que vivimos.

Basta ya de voltear a otro lado. Como retaba una frase compartida en redes: ¿Qué mujer de tu familia tiene que faltar para que te preocupen los feminicidios?

¿Quién? ¿Tu pareja? ¿Tu madre? ¿Tu hija? ¿Quién tiene que faltar en tu casa para que te des cuenta de que esto es real y necesita de atención urgente?

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Si el gobierno no quiere hablar de esto, si no le da para entenderlo, ¿qué sí puedes hacer tú para cambiarlo?

El feminicidio es la expresión última, la más dolorosa, de un espectro en el que los derechos de las mujeres a decidir, a vivir sin miedo, a realizarse plenamente, son todavía cuestionados por convenciones sociales y religiosas, así como limitados por leyes y procedimientos, que impiden una verdadera equidad de género.

La recientemente fallecida juez de la Suprema Corte de Justicia de Estados Unidos, Ruth Bader Ginsburg, fue una persona fundamental en aquel país –con enormes repercusiones en otros– para señalar la existencia de normas que minaban el avance de las mujeres, muchas de las cuales estaban cubiertas por el velo de una supuesta protección de ellas. Fue una estrategia jurídica, sí, pero también pedagógica, enseñando al público lo que implicaban en la vida cotidiana de hombres y mujeres, las aparentemente inocuas diferencias en las leyes.

Mucho se ha avanzado, es cierto, pero todavía queda un largo tramo que recorrer para lograr una verdadera igualdad en el ejercicio de los derechos de hombres y mujeres. Más allá de lo formal, hay que insistir en que, en la vida real, en lo cotidiano, una gran parte de nuestros comportamientos refuerzan la posición de desventaja de la mujer, sobrecargándola y poniéndola en situación de subordinación.

Hoy, ante la crisis sanitaria y económica que se vive internacionalmente, son ya muchas las voces que alertan sobre los retrocesos que se están viviendo en el ejercicio pleno de los derechos de las féminas, al ser ellas quienes enfrentan una carga mayor en la atención de enfermos, mayores e hijos, hoy en casa por la imposibilidad de asistir a la escuela o centros de cuidado, a lo que se suman sus responsabilidades laborales y domésticas.

Reflexionar sobre qué de nuestro actuar refuerza estas diferencias y, de ahí, esta perspectiva equívoca de la convivencia social que las coloca como ciudadanas de segunda, nos permitirá asumir responsabilidad sobre esas premisas que subyacen al horror del feminicidio, para dejar de verlo como un fenómeno aislado y abordarlo como lo que es, un producto de un sistema inicuo del que todos y todas formamos parte.

Contacto:

LinkedIn: Nora Méndez

*La autora es Directora de Fundación Aliat – Aliat Universidades.

Las opiniones expresadas son sólo responsabilidad de sus autores y son completamente independientes de la postura y la línea editorial de Forbes México.

 

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