Numerosos estudios nos muestran que las niñas y los niños desde pequeños exhiben, de manera natural, interés por las ciencias. No sólo eso, sino que disfrutan haciendo experimentos, entendiendo los fenómenos físicos y biológicos, observando cómo funcionan las cosas. Preguntan todo el tiempo: ¿por qué llueve? ¿por qué el sol no se apaga? ¿cómo funcionan los teléfonos? ¿por qué me canso?  El conocimiento científico en esa edad es divertido, fuente de asombro y maravilla.

Pero pasan unos años y las ciencias dejan de ser atractivas. Especialmente las niñas comienzan a sentir que la ciencia, las matemáticas y la tecnología no son lo suyo, a pesar de esa fascinación evidente durante la primera infancia y que a lo largo de la educación básica demuestran grandes capacidades académicas en todas las materias.

Así se comienza a abrir la brecha de género en estos temas, que no hará sino seguir agrandándose a medida que las niñas pasan a la educación media, a la superior y, más tarde, al mundo profesional. En cada etapa, en cada escalón, la participación de las mujeres disminuye un poco más.

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La brecha de género es un fenómeno complejo, impulsado por diversos factores estructurales y culturales que exige luchar contra sesgos conscientes e inconscientes, normas sociales, discriminación y prejuicios, todo lo cual se cristaliza en las expectativas y aspiraciones que se van moldeando en la mente de las niñas, sus familias, maestras y amigas.

Todo ello empuja a las niñas hacia ciertos tipos de vocaciones y a los niños a otras, lo que se refleja en una brecha horizontal, donde las niñas están sobrerrepresentadas en las áreas de educación, salud, artes, humanidades; y subrepresentadas en las de ingeniería, construcción, tecnologías de la comunicación, ciencias básicas, matemáticas y economía.

Por otro lado, está la brecha vertical, donde se observa una sobrerrepresentación de mujeres en los niveles jerárquicos básicos, frente a una subrepresentación en los puestos de mayor responsabilidad.

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Aunque la brecha de género en las áreas STEM aparece desde una edad bastante temprana, es importante tomar conciencia de que, aun considerando ese desequilibrio en la participación de género, las mujeres se encuentran subrepresentadas en el campo profesional.

Desde 2008, la tasa de alfabetización de las mujeres superó la de los hombres en México. Las mujeres constituyen el 53% de personas graduadas universitarias, pero sólo tienen el 37% de puestos a nivel de entrada y 10% de cargos ejecutivos[1].

Los factores culturales inciden también en la subrepresentación de las mujeres, lo que podemos advertir en el hecho de que las empresas nacionales tienen en promedio 10 puntos porcentuales menos de participación femenina que las extranjeras[2].

Aunque la brecha de género es un fenómeno mundial, México presenta particulares retos al ubicarse en el lugar 124 de los 153 países donde el Foro Económico Mundial mide la brecha económica de género. De hecho, en el último informe nuestro país retrocedió dos lugares[3].

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La dependencia económica de las mujeres incide poderosamente en su vulnerabilidad frente a la violencia de todo tipo, restándoles herramientas para enfrentarla.

Lo que hemos hecho hasta ahora para cambiar esta realidad, sin duda ha sido insuficiente.

Sin embargo, hay valiosas experiencias exitosas dentro y fuera de México, que nos dan luz sobre la ruta que podemos seguir para impulsar la inserción económica de las mujeres con igualdad de oportunidades.

Primero, es importante poner en acción estrategias enfocadas en cada etapa de la vida de las mujeres: desde la promoción de las vocaciones STEM en niñas y jóvenes, pasando por los mecanismos que aseguren la igualdad de oportunidades durante toda su vida laboral, hasta la protección de sus derechos a un retiro digno.

Asimismo, es fundamental propiciar una comunicación sin sexismo. Los mensajes que bombardean a las mujeres y a los hombres reafirman prejuicios, validan la discriminación y moldean aspiraciones sesgadas.

La comunicación comprende una diversidad de elementos: lenguaje, símbolos, imágenes. Además, se da a través de distintos medios. Unos son formales, intencionados y planeados; otros informales e indirectos; y unos más, inconscientes y no intencionados. Por ello es común recibir mensajes contradictorios.

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Por ejemplo: un programa social donde se llama “salario rosa” a un apoyo monetario para quien se hace cargo de las labores domésticas, si bien por una parte pretende valorar y reconocer las labores del hogar, por otro lado usa una etiqueta eminentemente relacionada con lo femenino en el imaginario popular, por lo que comunica que las labores del hogar corresponden a las mujeres; además, solemos ver que se asigna un muy bajo valor monetario a las labores del hogar, lo que subestima la contribución del trabajo en el hogar, a la formación del patrimonio de la familia.

Otros ejemplos son los de numerosos espacios de decisión y debate públicos ocupados por grupos completa o mayoritariamente masculinos donde el mensaje más poderoso será el que coloca la autoridad intelectual y el poder en los hombres sobrerrepresentados de esta manera.

El camino a la igualdad demanda la transformación de las instituciones, puesto que las que tenemos se fueron delineando para responder a la asignación de roles de la sociedad tradicional. El nuevo diseño organizacional debe permitir la compatibilidad laboral con distintos estilos de vida. No podemos esperar que las instituciones de pronto generen oportunidades por igual para hombres y mujeres, sin modificar las complejas dinámicas internas que hasta ahora han impedido que eso ocurra.

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Finalmente, necesitamos medir y evaluar. Los programas para impulsar la igualdad deben contemplar objetivos concretos y medibles, no sólo pronunciamientos y buenas intenciones.

Es esencial publicar regularmente estadísticas desagregadas comparables que permitan diagnosticar, dar seguimiento a los avances y corregir el rumbo cuando sea necesario.

Necesitamos medir también para evaluar resultados y comprobar la eficacia de las estrategias. Sin datos, no podemos identificar “mejores prácticas”. A lo más, reuniremos un puñado de “programas populares” en los que podemos seguir insistiendo sin comprobar que hayan tenido resultado alguno.

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Pareciera que estamos al inicio del camino, pero en realidad estamos dando como sociedad el paso más trascendente para impulsar las grandes transformaciones: reconocer que existe una realidad que queremos cambiar.


[1] Universidad Autónoma de Aguascalientes (2010): (http://www.uaa.mx/investigacion/revista/archivo/revista46/REVISTA%2046.pdf

[2] McKinsey (2018), Women Matters.

[3] Foro Económico Mundial (2020), Reporte Global de la Brecha de Género.

Contacto:

* Economista especialista en competencia, regulación, ecosistema digital y género. Socia directora de AEQUUM. Presidenta de la red de mujeres CONECTADAS y excomisionada del IFT.

Las opiniones expresadas son sólo responsabilidad de sus autores y son completamente independientes de la postura y la línea editorial de Forbes México.

 

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