El porvenir, si se anuncia bonito, suele ser abrazado. Como un laboratorio del detalle, las empresas y las marcas se han hecho de expertos para comprender la manera en la que el cerebro está cableado y así mejorar los mensajes y estímulos que pueden ser enviados a los usuarios.

Para este punto, muchos levantarían antorchas acusando cinismo capitalista retroplanificador. Otros cavarían más profundo para entender por qué nos quejamos cuando hay hallazgos funcionales de la naturaleza humana que permiten seguir entenciendo la especie.

Una capa que opera de manera más profunda en cómo se perciben el mundo y sus fenómentos y que impacta la manera en la que respondemos en el ámbito digital, como en el análogo, es el Diseño.

Aspectos  como la continuidad, cercanía, percepción, simetría, similaridad, definición y proximidad fueron ingredientes para que la escuela de la Gestalt —como una de tantas avenidas de aproximación y estudio— descifrara por qué nos gusta lo que nos gusta y cómo impacta esto en los procesos de consumo en la vida diaria.

La elección de la paleta de colores, tipografías, pesos visuales, proporciones y el blueprint en la arquitectura del diseño ha probado ser determinante en la preferencia de mensajes de serivicos y productos, no solo por su estética, por su funcionalidad, organización, claridad y contundencia.

El ser humano puede determinar la fiabilidad de una persona en 50 milisegundos. Tardamos todo ese tiempo en decidir si vale la pena abrirse a la persona, qué tan compatible puede ser y qué tanta información podríamos compartir con ella. 40 de esos 50 milisegundos le pertenecen a la imagen y a la organización de estructuras visuales que anticipan una interacción valiosa o una riesgosa.

De la calle al Html

La misma cantidad de milisegundos se emplea para determinar si una marca y su comunicación en línea vale la pena ser leída. Dado que el cerebro procesa el lenguaje visual 60 mil veces más rápido que el sistema escrito, no queda duda de la contundencia ni el aporte estratégico que el Diseño aporta.

El uso de principios y reglas del Diseño hace que —como cualquier sistema organizado— se orquesten elementos para lograr un impacto controlado en una audiencia que, consciente e inconscientemente, aprecia y valora la estructura, organización y estética de un mensaje visual.

Pero no todo se reduce a impulsos electroquímicos. El cerebro privilegia la organización funcional de contenidos con la exclusiva misión de procesarlos y utilizarlos dentro del espectro diario en la toma de decisiones. Traducido al ejercicio profesional, si se profundiza el cuidado en organizar el sistema de mensajes visuales, comprender la importancia de un código visual interno y una estrategia de marca que descanse en los principios del Diseño, los argumentos conscientes e inconscientes para diferenciarse y lograr una conversión serán mucho mayores.

Diseño… ¿del comportamiento?

Hay una corriente dentro del Diseño que utiliza las bases académicas de la disciplina para crear productos que atraigan a las audiencias mediante la estimulación de emociones con el fin de crear una experiencia preconfigurada para el usuario. Se le conoce como “Diseño emocional”.

Con la comprensión, interacción y navegación del mundo a cuenta de las emociones, las experiencias relevantes son buscadas en proporciones quirúrgicas por todo aquel encargado de confeccionar mensajes.

Te hace voltear al mostrar que existe. Cambias tu dirección con una sutil muestra de sus atributos. Te abraza con sus características y detalles. Entonces prometes lo que sea para mantener una relación duradera. No es la historia salida de un bar, es el llamado viaje del usuario en diseño de contenidos.

Su fórmula yace en conocer los intereses y puntos de afinidad de las audiencias y esclarecer con precisión los factores para aumentar la curiosidad en torno del producto o servicio mediante un mensaje.

De acuerdo con el Diseño emocional, este tipo de conexiones emocionales se construyen en tres niveles:

  • Nivel visceral
  • Nivel conductual
  • Nivel reflexivo

Diseño visceral

Este tipo de proyectos están pensados para provocar una reacción inmediata al exponerse al producto o servicio por vez primera. El acento lo marca la estética y la calidad percibida desde los elementos más primarios: el aspecto y el tacto.

El diseño visceral se explica mejor como “lo veo, lo quiero y me quedará bien”. A finales de los años 90, cuando la mayoría de las empresas se dedicaban a fabricar computadoras de color gris pálido, Apple ofreció, no uno, sino trece colores diferentes.

Diseño conductual

Esta subárea del Diseño analiza la usabilidad, rendimiento, funcionalidades, facilidad de navegación y —sobre todo— la satisfacción de las demandas y necesidades de las audiencias.

Se explica mejor como “puedo aprenderlo, dominarlo, me hace ver mejor, más inteligente, inspira una mejor versión de mí”. El equipo de diseñadores de las consolas de Playstation de Sony invierten una gran cantidad de tiempo y presupuesto en el diseño basado en comportamiento.

Diseño reflexivo

Esta vertiente aborda el impacto que tendrá el diseño en la vida del usuario luego de haberlo utilizado con la asociación sutil de valores. El diseño reflexivo se ocupa de una racionalización del producto en la que el consumidor observa conscientemente el diseño y —tras valorar sus riesgos y beneficios— decide sumarse racionalmente a él. Una forma de resumirlo es “puedo contar historias sobre mi uso y eso me hace sentir mejor”. Los autos de Tesla pueden fungir como ejemplo de un diseño reflexivo. Partiendo del la categoría de los autos eléctricos, mismos que impactan positivamente en el bienestar del planeta, un auto de Tesla representa el epítome de “conduzco este vehículo y me hace sentir bien”.

Hay sabios anónimos que encuentran el orden del universo en un lienzo en blanco aparentemente inofensivo. Los elementos para interpretar una nueva realidad están latentes, como se pone una mesa con la más minuciosa de las etiquetas. Orquestar los elementos, calibrar intensidades, olfatear gustos distantes y lograr un impacto funcional, solo estos maestros del lienzo en blanco lo cocinan.

Más que el balance, dimensión y variedad, presiento que lo que saben hacer es saber observar. Porque el ejercicio importa una vez que se hace con vocación inmersiva y se sabe que es en el lienzo todo acontece: se estrellan y bailan las referencias, se prueban los desconciertos y los elementos gravitan para ser entonces mediados con este tipo de reglas del Diseño.

Se trata del lenguaje de la elegancia y de la inteligencia: trasciende la vista superflua y define —tal vez sin quererlo— la misma noción de la expresión humana.

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Contacto:

Eduardo Navarrete se especializa en dirección editorial, Innovación y User Experience*

Twitter: @elnavarrete

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