La vida y sus etapas se asemejan a una escalera, misma que parecería infinita, pues nos cuesta ver su final. ¡Y vaya que cuesta subir por ella! Afortunadamente, en este trayecto no estamos solos. Por este camino van nuestros colegas, familiares y amigos, y más allá, en los escalones superiores, personas que aún estamos por conocer. Para algunos, subir la escalera es como una competencia: siempre están al pendiente de quién va unos peldaños más adelante y quiénes van detrás. Para los que suben la escalera muy rápido, la altura puede marearlos: estoy hablando de personas que han llegado a una posición de privilegio demasiado rápido sin estar preparados para ello. El ejemplo más común de esto podemos verlo en las estrellas del deporte, del cine o del pop, pero las que nos ocupan son otras: los herederos de empresas familiares.

Para una persona privilegiada, subir la escalera de la vida no debería significar obtener más poder, sino madurar lo suficiente para poder utilizarlo con mesura, sapiencia y, por qué no, paciencia. En pocas palabras, el tamaño del privilegio equivale al tamaño de la oportunidad que uno tiene para cambiar el statu quo. Cuando uno sube por la escalera de la vida, es verdad que uno va dejando personas atrás: antiguos amigos, colegas de otros tiempos, incluso familia. Sin embargo, algunos jóvenes ambiciosos confunden este concepto: no se deben dejar atrás a las personas menos exitosas sino a las menos íntegras. Un joven privilegiado también estará rodeado de personas de su mismo estrato socioeconómico, pero no necesariamente de aquellos que deseen lo mejor para él. ¿Qué pasará cuando sus padres, dueños de la empresa familiar y fuentes de todo su privilegio, lleguen a faltar? ¿Tendrá aquel o aquella joven el temple, la experiencia y la pericia para distinguir las buenas amistades de los manipuladores? ¿Tendrá la veteranía necesaria para hacerse cargo de la empresa familiar y de todas las familias que dependen de las fuentes de trabajo que genera?

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Primero que nada, planeemos el siguiente escalón

Empecemos respondiendo la pregunta anterior a través del escenario más pesimista: ese joven privilegiado no está calificado, ni lo estará, para hacerse cargo del negocio familiar. Eso no quiere decir que los padres deban vender el negocio a un tercero o vender la empresa por partes para evitar una catástrofe familiar. A fin de cuentas, la empresa familiar sigue siendo su legado, no hay por qué destruirla. Lo mejor que se puede hacer en estos casos es que el heredero continúe siendo propietario del negocio, pero que no participe en el manejo de este. Así, podrá disfrutar de los frutos de la empresa sin el peso de la responsabilidad de dirigirla. Esto no es para nada una cuestión vergonzosa. En especial, porque les da la oportunidad a los herederos de encontrar su propio camino, impulsados por el legado que sus padres les han dejado. Prepararnos para este escenario implica volver al Protocolo Familiar y dejar por escrito cómo proceder en un caso como éste.

Segundo, ¿eres altruista u oportunista?

Además de tener el conocimiento y la pericia, el heredero debe tener integridad. Según Adam Grant, reconocido psicólogo organizacional y dueño de algunas de las charlas de TED más inspiradoras que he visto, hay fundamentalmente dos tipos de personas en una organización: a los que les gusta dar y a los que les gusta tomar. Dicho de otro modo, los altruistas y los oportunistas. Según Grant, una organización con muchos oportunistas está destinada al fracaso. ¿Quiénes son estos personajes? Los que se enfocan exclusivamente en ellos, en su propio progreso, su propia carrera, los que no están preocupados en ayudar a los demás. Creo que todos conocemos a alguien, esa persona narcisista que es la primera en apuntarse el crédito de los logros de la empresa. Los altruistas, en cambio, son tan cooperativos que a veces sufren de lo opuesto: hacen todo el trabajo, no saben decir que no por miedo al rechazo, y reciben poco o nada de reconocimiento a su trabajo. La cultura del individualismo, que está tan arraigada en el mundo y de la cual Estados Unidos es su mejor exponente, ha ayudado a producir muchos oportunistas. Y contrario a la creencia popular, no son buenos líderes. Llegarán a la cima eventualmente, sí, pero ya estando ahí, llevarán a las organizaciones a padecer grandes problemas. Es como dice el dicho: “empresario rico, empresa pobre”. Lejos de querer cooperar para enmendar los problemas que ha causado, el oportunista brincará a un nuevo puesto o empresa, dejando todo atrás. ¿Cuál es la solución, abarrotar la empresa de altruistas? No. Todos tenemos ambos un poco de ambos perfiles, lo ideal es encontrar el punto medio, y esa es una labor clave del heredero, incluso desde temprana edad.

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Tercero, eduquemos para el éxito

El éxito puede ser tan tóxico como el fracaso. Los grandes líderes también son personas, y como tal también sufren de factores emocionales como el síndrome del impostor, la necesidad de aprobación y validación externas. Cuando el éxito y el reconocimiento llegan, si la persona no está preparada para ellos puede devenir una especie de adicción. Así lo dice William W. George, reconocido académico de la escuela de negocios de Harvard: “Son pocos los líderes que inician sus carreras deseando solamente dinero, poder y prestigio. A la larga, sin embargo, las recompensas, los beneficios, los artículos en periódicos y la apreciación de las acciones de la compañía…, todo eso alimenta el deseo de obtener más”. ¿Qué sucede entonces? Este reconocimiento ya no solo es un deseo, sino que pasa a ser prácticamente una necesidad; el deseo es tan grande que “el líder viola los estándares éticos que antes gobernaban su conducta, que pueden resultar grotescos e incluso ilegales”, remata George. De nuevo, preparar a los herederos para soportar la presión, no solo del eventual fracaso, sino del éxito desmedido, es algo que debe contemplarse en su formación y en el Protocolo Familiar, y preparar a aquel o aquella que suceda al fundador en el cargo.

Para un heredero privilegiado, subir por la escalera de la vida no solo significa una mejor posición social o mayores beneficios supone también más responsabilidades. Es común que pensemos en los beneficios, pero no en las obligaciones. Aunque, dicho sea de paso, la palabra obligación siempre ha tenido una connotación muy negativa. Un verdadero líder no es el que recibe todos los beneficios y está exento de todas las obligaciones, sino el que esté preparado para asumir grandes responsabilidades por el bien de sus congéneres, algo que es, a todas luces, un gran honor.

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