A dos semanas de las elecciones en México, los mercados financieros locales se muestran imperturbables. Aunque el tipo de cambio ha subido y bajado principalmente por factores externos, su nivel se mantiene cerca del que observamos hacia finales de 2020. Las tasas de interés de largo plazo han aumentado, aunque bastante en línea con lo que vemos en otros países, por lo que los movimientos no parecen estar vinculados al panorama electoral. Los indicadores de riesgo-país, en general, siguen bastante contenidos.  

No todos los procesos electorales mueven a los mercados, pero típicamente sí los que por alguna razón se perciben trascendentes, sobre todo cuando hay sorpresas. En la elección presidencial en Estados Unidos en noviembre pasado, por ejemplo, pocos días antes de la elección se hablaba de una victoria contundente para los Demócratas —la famosa “ola azul”—. Los precios de las acciones y las tasas de interés habían aumentado dado que se esperaba que Biden incrementara de forma importante el gasto público, lo que elevaba las expectativas de inflación. Pero el día de la elección, en cuanto se supo que Florida sería de los Republicanos, el anticipado triunfo de Biden se puso en duda. El mercado bursátil se desplomó, así como las tasas de interés, y la volatilidad en los mercados siguió en las horas y días subsecuentes hasta que la victoria de Biden se hizo inminente.

Las intermedias de este año tienen toda la pinta de trascendentes, pero ¿qué tanto? Empecemos por la numeralia. El evento definirá cerca de 21,000 cargos de elección—un máximo histórico—. Se renovarán la Cámara de Diputados a nivel federal y 30 de los 32 congresos estatales. Nunca antes se habían definido tantas gubernaturas simultáneamente, 15, lo que en principio podría permitir a Morena y sus aliados controlar una mayoría de los estados, dado que hoy controlan siete.

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Más trascendente es todavía que la posibilidad de una expansión del dominio morenista se da en el contexto de una percepción de radicalización del gobierno de México y su partido. En los últimos seis meses, este grupo ha impulsado y defendido la iniciativa de reforma a la Ley Banxico, la aprobación en fast track de las reformas a la Ley de la Industria Eléctrica y a la Ley de Hidrocarburos, la inclusión de último minuto de un artículo transitorio a la propuesta de reforma judicial que ampliaría por dos años el mandato del presidente de la Suprema Corte de Justicia, entre otras propuestas inusualmente controvertidas. Estos planteamientos retan los fundamentos macroeconómicos e institucionales del país. No sorprenden así las fuertes reacciones que han generado por parte de los analistas, los grupos empresariales y la comunidad internacional.

¿Por qué entonces los mercados se mantienen serenos? Varias razones. Primero, que el sistema de pesos y contrapesos políticos ha venido funcionando relativamente bien. El Congreso modificó o echó para atrás varias de las propuestas más cuestionadas a partir de llamados de diversos grupos de interés. Fue el caso de la reforma a la subcontratación laboral en su versión más extrema, que terminó moderándose y aprobándose en acuerdo con la iniciativa privada. En otros casos de reformas controversiales que sí se aprobaron en el Legislativo, el Poder Judicial las suspendió por considerarlas inconstitucionales. Desde luego, esto puede cambiar y, en todo caso, la incertidumbre se mantendrá elevada, pero por ahora se han contenido las propuestas más radicales.

Por otro lado, prevalece la percepción de que a la coalición morenista no le irá tan bien en estas elecciones como en 2018. El equipo de Estudios Económicos y Políticos de Citibanamex contempla que esa coalición podría hacerse de 55% de las 500 curules en la Cámara de Diputados, en contraste con el 66% que tiene hoy. Esto se explica en parte porque López Obrador no aparece en la boleta, porque tanto el presidente como Morena han perdido popularidad desde 2018, y porque la inseguridad y la crisis económica (los problemas que más preocupan a los mexicanos según las encuestas) siguen sin resolverse. Si bien hay analistas que estiman resultados más favorables para el partido incumbente, también hay varios otros que proyectan escenarios aún más desfavorables.

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Una razón más es que, a pesar de todo, los inversionistas no estén tan persuadidos de que la elección sea tan trascendente. Extraña por ejemplo que la aparente radicalización de Morena se dé justamente unos meses antes de la elección, por lo que hay quien ve en las controversias un afán de apelar a las bases, con fines meramente electoreros. Hay que decir además que muchos inversionistas están acostumbrados al entorno de incertidumbre propio de los mercados emergentes. Compran bonos emitidos por países con niveles elevados de deuda, con gobiernos populistas y corruptos, con dictaduras militares, con altos niveles de inseguridad. En la medida que el rendimiento esperado sea suficientemente elevado, habrá interés por mantener ese bono dentro de su cartera de inversiones.

Para estos inversionistas, el gobierno de AMLO es, así, otro de tantos en mercados emergentes — business as usual—. Sí, en México podrán existir riesgos de un mayor deterioro institucional, de episodios de depreciación cambiaria, de inflaciones elevadas y de tasas de crecimiento económico perennemente bajas. Sin embargo se perciben también un compromiso estoico de estabilidad fiscal, una voluntad inamovible de cumplimiento del gobierno en sus obligaciones de deuda, y un reconocimiento tácito por parte del banco central de la necesidad de mantener tasas de interés de referencia más elevadas que en muchos otros países (sí, la estabilidad macrofinanciera cuesta). Hay además otros contrapesos importantísimos que ni siquiera han tenido que ponerse a prueba todavía: la apertura económica de México, su inserción en un sinnúmero de tratados comerciales y su dependencia financiera y comercial del exterior, especialmente de Estados Unidos. No parece que nada de esto vaya a cambiar el 6 de junio.

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Desde luego, lo anterior no implica que la calma en los mercados financieros locales vaya a prevalecer en independencia del resultado electoral. Las sorpresas, en cualquier dirección, pueden provocar ajustes. Hoy no se anticipa, por ejemplo, que la coalición morenista asegure una mayoría calificada (i.e., de dos terceras partes) en la cámara baja, por lo que ese escenario no está incorporado en los precios de los activos. De materializarse ese caso, los inversionistas que teman un mayor deterioro macroeconómico e institucional (sobre todo los inversionistas locales, que tienden a ser más pesimistas) buscarían liquidar activos mexicanos, lo que posiblemente depreciaría al peso frente al dólar. El caso contrario, el de una pérdida de márgenes de poder significativos en el Congreso por parte de Morena, también podría mover el tipo de cambio, tanto a la baja, por el “optimismo” que generaría un impasse legislativo, como al alza, si se intensifica la retórica reciente de líderes morenistas con respecto a un posible fraude electoral —aun si las acusaciones carecen absolutamente de fundamento—.

Aun en estos casos, lo más probable es que la volatilidad financiera asociada a las elecciones dure poco. No hay en la historia reciente de los procesos electorales en México evidencia de volatilidad financiera persistente, especialmente cuando se trata de elecciones intermedias. Y si bien es posible que, dado lo que está en juego, en esta ocasión los inversionistas locales reaccionen bruscamente ante un triunfo de la coalición morenista, en general sería necesario ver señales de abandono de la prudencia fiscal del gobierno o de una sostenida radicalización del grupo político en el poder para ver una desmejora permanente de las variables financieras.

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Adrián de la Garza es economista en jefe y director de estudios económicos de Citibanamex*

Las opiniones expresadas son sólo responsabilidad de sus autores y son completamente independientes de la postura y la línea editorial de Forbes México.

 

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