Curiosamente, el crédito a las pymes en muchos países aumentó de forma importante durante los años que siguieron a la Gran Crisis Financiera de 2008-09, sobre todo una vez que la recuperación económica fue más evidente. Algunas economías dieron apoyos focalizados. De forma más general, las pymes pudieron beneficiarse del entorno de enorme liquidez global por los cuantiosos programas fiscales y monetarios que implementaron los países avanzados en respuesta a la crisis. La abundancia de recursos propició un contexto de muy bajas tasas de interés en esas economías, lo que llevó a una búsqueda desenfrenada por mayores rendimientos. Ello permitió a las grandes empresas de economías emergentes colocar, a bajo costo, volúmenes significativos de deuda en el mercado externo. A su vez, liberó recursos de los intermediarios financieros a nivel local que se destinaron a otros segmentos del mercado de crédito interno, incluido el de las pymes.

Por ahí de 2015, un par de ex-colegas de Banxico y yo elaboramos un documento de trabajo que estimaba que, para el caso de México, por cada millón de pesos que no se canalizó en aquellos años a las empresas grandes, se destinaron alrededor de 200 mil pesos en créditos nuevos a pymes. Advertimos, sin embargo, que ante el inminente aumento de las tasas de interés externas, era probable que el periodo de bonanza terminara. Anticipamos que las empresas grandes volverían al mercado local, lo que podría desplazar al crédito dirigido a un segmento de mercado más riesgoso. Había factores que podrían aminorar el choque, como la puesta en marcha de la reforma financiera, los altos niveles de capitalización de la banca y el hecho de que algunas de estas empresas con un buen track record ya se habrían “graduado”, pasando de prestatarios novatos a empresas con un historial crediticio sólido. Aun así, los riesgos eran patentes.

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Lo que vino después fue, en efecto, la materialización de esos riesgos. La Reserva Federal inició el ciclo de alzas a su tasa de interés objetivo en diciembre de 2015, en un momento en el que, según Banxico, el crédito de la banca comercial a las empresas de menor tamaño en México se expandía de manera sostenida a tasas superiores al 10% real anual. Este ritmo disminuyó rápidamente, y desde 2019 ya se veían en promedio contracciones de alrededor de 1.5% (vs. crecimientos de 6-7% del crédito a las empresas grandes). Así, el crédito a las pymes llegó a representar 14% del total del crédito de la banca al sector privado no financiero hacia 2014-16, mientras que hacia finales de 2019 ya se ubicaba por debajo del 10%.

Como era de esperarse, la crisis del Covid agravó las cosas. En julio de 2021, la cartera de la banca comercial a empresas más pequeñas caía 9% y acumulaba 29 meses consecutivos de disminuciones, sin señales claras de recuperación. El decrecimiento no ha sido exclusivo de ese segmento, y de hecho el crédito a las empresas grandes no emisoras en el mismo mes de julio caía también a tasa similar. No obstante, la retracción del financiamiento a las empresas más pequeñas, por muchas razones, preocupa más. Primero, porque no parece revertir su tendencia de largo plazo. Segundo, porque las fuentes de financiamiento de las pymes son mucho más limitadas. Tercero, y más importante, porque las pymes componen el 99% de los establecimientos en México según los Censos Económicos más recientes de INEGI, con una representación del 50% del valor agregado censal y más de dos terceras partes del personal ocupado.

Las causas de la atonía en el financiamiento a pymes son múltiples. Desde luego, hay factores de oferta involucrados —por ejemplo, el importante estrechamiento de las condiciones generales y los estándares de otorgamiento de crédito a ese segmento al inicio de la pandemia—. Así lo refleja la Encuesta a Bancos de Banxico, con mayores requerimientos de colateral y primas de riesgo más elevadas a partir del segundo trimestre de 2020. Ello se explica sobre todo por un mayor riesgo de impago de las empresas durante la crisis, sobre todo las de menor tamaño, que son más vulnerables. Sin embargo, ya no ha habido estrechamiento adicional desde el cuarto trimestre de 2020, aun cuando la morosidad del crédito a pymes siguió aumentando hasta casi 7%, el máximo de la última década (y que contrasta con la tendencia estable en la morosidad de las empresas grandes de alrededor de 1%, de acuerdo al último Reporte de Indicadores Básicos del banco central). También están implicados factores de demanda. Por ejemplo, según otra encuesta del instituto central (la Encuesta de Evaluación Coyuntural del Mercado de Crédito, EECMC), de las pymes que no utilizan crédito bancario, más del 80 por ciento ni siquiera lo solicita. Según las mismas empresas, entre los factores que más limitan la demanda por crédito están la situación económica en general y la falta de acceso a apoyo público. Destaca que, del total de pymes encuestadas, alrededor de un 60 por ciento considera que las condiciones de acceso y costo del mercado de crédito bancario no constituyen ninguna limitante para la operación del negocio, mientras que otro 25 por ciento considera que son apenas una limitante menor.

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Más allá de esos elementos, el gran ausente en el crédito a pymes ha sido la banca de desarrollo. De entrada, del total del financiamiento directo otorgado al mes de diciembre de 2019, la banca de desarrollo destinaba 39% al sector público federal vs. solo un 35% a todo el sector privado —la mayoría de estos últimos recursos, a las empresas—. Los recursos crediticios de la banca de desarrollo a las empresas privadas no financieras apenas alcanzaban entonces 419 mil millones de pesos vs. los 2.6 billones canalizados por la banca comercial. Y si bien para la banca de desarrollo no hay estadística pública comparable al crédito de la banca comercial por tamaño de empresa, la EECMC revela que en el cuarto trimestre de 2019 apenas un 3.6% de las pymes recibía algún tipo de financiamiento de la banca de desarrollo, en contraste con 6% de las empresas grandes.

Aquí también, la cosa empeoró en la pandemia. El crédito de la banca de desarrollo a las empresas privadas no financieras ha permanecido en contracción prácticamente a lo largo de toda la crisis. Ajustando por efectos cambiarios, los datos a julio de 2021 muestran una caída de 4% real anual (aun cuando en julio de 2020 ya la base de comparación era baja). La disminución se explica en buena medida por el decrecimiento de 9% del crédito a las empresas privadas, lo que contrasta con la expansión de 1% del crédito al sector público federal. Por tamaño de empresa (nos referimos de nuevo a la EECMC), hacia el segundo trimestre de este año apenas el 2.2% de las pymes tenía algún financiamiento de la banca de desarrollo, cifra menor que la de 5.3% para las empresas grandes y también menor que la de las mismas pymes previo a la pandemia. Por más acostumbrados que estemos a estas alturas a la austeridad republicana y a la falta de medidas contracíclicas en apoyo a las empresas, no deja de sorprender la indolencia respecto de la situación que enfrenta un sector inherentemente más desprotegido como el de las pymes.

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El futuro tampoco parece particularmente auspicioso. Es desatinado que el Paquete Económico 2022 recién enviado por la Secretaría de Hacienda al Congreso de la Unión presuma los índices de capitalización tan elevados y los tan bajos índices de morosidad de la banca de desarrollo, así como criterios prudenciales idénticos a los de la banca comercial. El rol de la banca de desarrollo debería ser tomar y administrar riesgos, llenar vacíos que por diversas razones dejan los intermediarios financieros privados y, en fin, promover la inclusión y el progreso donde hay exclusión y rezago. Es inadmisible que el Paquete priorice el financiamiento por la banca de desarrollo del Tren Maya, el Aeropuerto Felipe Ángeles y los otros proyectos prioritarios del gobierno federal, particularmente cuando esos ya cuentan con recursos públicos y cuando el grueso del sector productivo del país queda desatendido en medio de una crisis como la actual.

Se aproxima un nuevo ciclo de alzas a las tasas de interés externas y de apretamiento de las condiciones financieras globales, lo que podría retraer aún más los recursos canalizados a las pymes. De nuevo, no ayudan las iniciativas contenidas en el Paquete Económico, sobre todo porque el mayor endeudamiento previsto del gobierno federal podría exacerbar el desplazamiento del crédito a las pequeñas empresas. Resultan así inaplazables mayores apoyos a las pymes, incluidos más recursos del Presupuesto de Egresos de la Federación. La pelota está en la cancha del Congreso.

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Adrián de la Garza es economista en jefe y director de estudios económicos de Citibanamex*

Las opiniones expresadas son sólo responsabilidad de sus autores y son completamente independientes de la postura y la línea editorial de Forbes México.

 

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