Samuel Taylor Coleridge definía el drama como esa supresión voluntaria de la incredulidad y remataba afirmando que eso era el elemento constitutivo de la fe poética. La industria del entretenimiento —y en particular el cine— lo entiende muy bien. Pocos sectores económicos han sido tan golpeados tan seriamente como éste. Hay que poner en pausa la desconfianza. Hay que promover mecanismos de actuación diversos y recorrer formas innovadoras de actuar cuando se está enfrentando una crisis. Parece que los cineastas lo entendieron muy bien.

El universo del cine comprende lo que es la creatividad y este año la pusieron en juego. En vez de sentarse a llorar y postrarse mientras se lamían las heridas, los que se atrevieron a ponerse en acción se han visto recompensados. Buscaron formas alternativas para ponerse en contacto con sus audiencias y entendieron que su misión es: “El Show debe continuar”.

En un mundo en el que se pusieron de moda los discursos de odio, en el que la productividad y la rentabilidad son el eje rotatorio de la vida empresarial, en el que hemos desestimado a la gente por edad, género, preferencias, ver que las competencias y habilidades se apreciaron con independencia de los falsos estándares, es refrescante. Lo diverso, lo distinto, la otredad sabe hacer las cosas y entiende las maneras para hacerlas muy bien. Para muestra está el botón de la gala de entrega de los priemiso Oscars.

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Puede ser que la mayoría de los asistentes a la entrega de premios Oscar en su edición número noventa y tres hayan tenido dudas al iniciar sus proyectos, muchos se habrán dejado tentar por la tentación de quedarse quieto, habrán sido mordidos por la incertidumbre. Estoy segura de que al ocupar sus lugares, llevarían en el corazón esa satisfacción de haber dejado de lado la incredulidad, de poner en pausa la cordura y a pesar de los pesares apostar por seguir haciendo películas. Lo que aprendí viendo la ceremonia de los Oscars es que un sistema de apoyo que cree en el talento y le tiene fe al éxito, incluso en tiempos de adversidad genera buenos resultados: estoy segura de que consiguieron muchas utilidades. Así es, la fe sigue moviendo montañas.

Creo que la gran mayoría de los productores que asistieron a la gala, llamarían al acto de financiar y hacer una película —dadas las condiciones de la industria y en medio de una pandemia—la suspensión voluntaria de la cordura financiera. Y, es que cuando se habla de tenerle fe a la creatividad, de poner esperanza en el talento como que se suscitan suspicacias. Se puede ser incluyente, abordar la diversidad y generar utilidades. El mundo de los negocios no tiene porque estar escindido de la responsabilidad social y de la ética empresarial. No están peleados.

Es verdad, Hollywood ha tenido severos cuestionamientos. De hecho, la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas ha sido duramente criticada ya que hubo años en que ni eran incluyentes ni eran tolerantes. Eran, más bien, todo lo contrario.  Pero, la emisión número noventa y tres hizo reconocimiento a la excelencia y activismo social de los profesionales en la industria cinematográfica. Se logró quitar un estigma y dar testimonio de que es posible romper techos de cristal y barreras raciales para darle paso al talento. Hay varios ejemplos que sirven de evidencia.

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 Chloe Zhao se convirtió en la primera mujer de raza negra en ganar el premio al mejor director, por “Nomadland” —que también se llevó el premio a la mejor película. Daniel Kaluuya y Yuh-Jung Youn se llevaron el reconocimiento de la Academia de actores secundarios. Mia Neal y Jamika Wilson se convirtieron en las primeras mujeres negras en ganar en maquillaje y peluquería, por “Ma Rainey’s Black Bottom”. La evidencia es contundente. No se trató de una cuota que se tuviera que cubrir, más bien nos deja evidencia de que el talento no debe ser justipreciado por el color de la piel, el género, las preferencias, el país de origen. El talento ha de brillar y germinar. No es sencillo ver como lista de nominados y ganadores si dejar de maravillarnos por la diversidad. Escuchar las palabras de quienes en otro momento no habrían soñado con estar ahí, cuando se les da la oportunidad de sostener la codiciada estatua dorada, es verdaderamente relevante y merece la pena escuchar con atención.

 Hay aprendizajes, el sentimiento en los discursos que se pronunciaron indicó lo impactante que pueden ser el triunfo para las comunidades que representan los diversos ganadores. Es edificante ver lo devastador que puede ser para ellos perderse, elevarse y ganar. Se pronunciaron palabras de unión y se privilegió el deber ser por encima del odio. Mia Neal  se refirió al  techo de cristal que rompió junto con Wilson y su esperanza de un futuro más diverso. “Puedo imaginar a las mujeres trans negras de pie aquí, y a las hermanas asiáticas y a nuestras hermanas latinas y a las mujeres indígenas, y sé que un día no será inusual o rompedor, simplemente será normal“, fueron sus palabras.

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Se rompieron muchos mitos, en la ceremonia también nos presentó un lado muy humano del quehacer corporativo.  Chloe Zhao se tomó unos momentos para hablar sobre sí misma, nos dejó ver lo que fue crecer en China y cómo se sobrepuso a la dificultad. Narró un juego que tenía con su padre. “Memorizábamos poemas y textos chinos clásicos y lo recitaríamos juntos y trataríamos de terminar las frases del otro”.  Hubo ironía, bromas, risas. Mi momento favorito estuvo a cargo de Yuh-Jung Youn  quien es la primera surcoreana en ganar un Oscar en una categoría de interpretación.

La inteligencia de esta actriz de 73 años es una muestra de todas las barreras que derrumbó con su talento. Interpretó a la entrañable abuela Soonja en el drama Minari, que retrata la experiencia de una familia surcoreana que se asienta en una granja de Arkansas con el fin de producir cultivos. Nos dejó ver en qué se convierte el sueño americano de las personas que viven en casas rodantes en los Estados Unidos. Y, sobre todo, me encantó el momento en que agradeció a sus dos hijos, “que hicieron que saliera a trabajar. Este es el resultado, porque su madre trabajó tan duro“. Lo hizo sin victimizarse, pero dejando claro lo rotundo que puede ser que una mujer salga a trabajar dejando hijos en casa.

Lo que aprendí viendo esta entrega de los Oscars es que Coleridge estaba en lo correcto: hay veces que la supresión voluntaria de la razón para enfrentar las crisis. Eso es creatividad en acción. Eso es ser innovador. Eso rinde frutos.

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