En días recientes, he tenido la tentación de imaginar el futuro. El porvenir es un espacio ambiguo. Basta pensar en algo que tenga que ver con un punto lejano en el tiempo y diseñarlo, para que más tarde o temprano se vuelva viejo. Recuerdo aquellos años en los que ir a Tomorrowland era escabullirnos al mañana, o ver los programas como Star Treck o Los Supersónicos era ilusionarte con lo que nos gustaría que fuera y no es. Hoy, da risa de lo viejo que se ve ese futuro. Pero, hay personas que saben ver y diseñar, que lo hicieron y por eso hoy gozamos de esas ventajas tecnológicas. Lo que antes parecía una locura, hoy es parte de la cotidianidad. Por eso hay que poner atención cuando se nos habla de esas propuestas, porque formaran parte de nuestra cotidianidad.

Hace unos cuantos días, el mundo vivió el apagón que universo de Zuckerberg puso a nuestra disposición. Ni Facebook ni Instagram ni WhatsApp trabajaron por seis horas lo que desató una microcrisis entre los usuarios de estas plataformas. Las razones que nos dieron fueron tantas, las disculpas se pronunciaron y yo no dejo de imaginar que Mark reía por lo bajo. Hoy, esa sospecha se me hace más certera. Esta semana, se delineó el futuro de la compañía y en muchos sentidos, de lo que puede ser el porvenir de la Humanidad.

La visión de Facebook es migrar al metaverso, cualquier cosa que eso signifique. Facebook evoluciona y se convierte en Meta. El movimiento es un sorprendente pivoteo que tiene al mundo de Silicon Valley obsesionado por tratar de entender lo que eso significa, sus implicaciones en el corto y mediano plazo. Según Zuckerberg, quiere que las personas dejemos de ver a Facebook como una red social para convertirse en una compañía metaverso que los ubique como punta de lanza en el ambiente tecnológico.

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Así definido, lo único que sucede es que se nos pinta un signo de interrogación en el rostro, en la mente y también en la conciencia. Las preguntas son pertinentes ya que Zuckerberg no es tan inocente como lucía con su camiseta amarilla y su mirada despistada. El hombre nos dio una probadita del poder que ejerce en nuestros mundos particulares al bajarle el switch a sus plataformas. Y, ahora quiere más. Pero, ¿qué quiere?

Es curioso, pero puede que la literatura nos entregue algunas respuestas. Tal como el término ciberespacio fue acuñado por el escritor de ciencia ficción, William Gibson, metaverso también tiene orígenes literarios. En la novela distópica de Neal Stephenson “Snow Crash”, el protagonista, un programador que se gana la vida como repartidor de pizza, emerge en un metaverso. Es decir, aparece en espacio con suelo y cielo color negro, en un lugar de noche eterna que nos remite a algo parecido a Las Vegas en un estado nocturno permanente en donde las corporaciones pagan por su tajada digital.

Stephenson plantea que en el metaverso, los grandes corporativos le pagan a una compañía que posee el espacio, compran los derechos para estar ahí, como si se tratara de una renta y los usuarios tienen una cuota para acceder a estos sitios que se establecieron en forma virtual ahí. Si esto es así, Zuckerberg se imagina el futuro de Meta como la gran dueña y administradora de estos espacios a los que los oferentes y demandantes de bienes y servicios tendremos que acceder, después de haber abierto la cartera y dejado nuestra aportación. Se trata de un mercado alternativo y si ponemos atención, de un mundo alternativo en el que transcurrirá mucha de nuestra vida.

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Zuckerberg opina que esta será la forma en la que “los bienes y servicios digitales serán enormes”. Y, aunque la explicación venga de la literatura y nos parezca una novela de ciencia ficción, los cambios ya están empezando a suceder. Ya existen video juegos en los que existen mundos virtuales en donde se puede caminar, pasear, construir, llevar a cabo transacciones. Ya vemos como los niños prefieren entrar a videojuegos de realidad aumentada que salir a jugar a la calle con sus amigos. La infancia de hoy juega Fortnite, un juego colaborativo, en el que tienen que pagar para obtener ayudas y lograr progresar.

En teoría, así como nadie es dueño del internet, nadie podrá tener la posesión absoluta del metaverso. No obstante, la propuesta de Zuckerberg busca que nos mudemos a una idea virtual en la que habrá activos, se podrá contratar deuda y se podrán generar utilidades. Las corporaciones podrán entrar, ocupar un lugar y luego moverse ya que la portabilidad es una de las ventajas más grandes que ofrece esta dimensión. Sí, pero hay que entrar en ella y esa sí tendrá un dueño.

Para muestra, el botón que nos dio hace unas cuantas semanas. Pareció un acto inocente y tal vez lo haya sido, porque uno no muestra tan descaradamente el poder que detenta. El apagón de Facebook le trajo a la compañía un río de pérdidas, que significan poco, frente al flujo imparable de utilidades diarias. Para quienes hubo grandes descalabros, fue para los usuarios que usan esas plataformas para desempeñarse y hacer negocios día a día. A ellos los paró en seco. En ese momento, el mundo pudo darse cuenta de lo que significa poner el destino en manos de una sola persona. En realidad, Meta busca concretar eso que ya estamos viviendo hoy, cada uno de nosotros y llevarlo a un grado más profundo.

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La dicotomía que genera esta propuesta es curiosa. Estoy segura de que muchas de las posibilidades que presenta Meta tienen que ver con facilidad de operación, ahorros de costos y gastos, incrementos de márgenes de utilidad y hasta una mejor distribución de la riqueza. Pero, habría una gran dependencia ya que la plataforma, al final, será operada por una corporación, por un individuo que nos propone alejarnos de la realidad física para entrar al universo digital.

Al escuchar a Zuckerberg, me admira su capacidad para ver algo donde otros no vimos nada, su intención lograda de crear un futuro que juegue a su favor. No obstante, para que su idea se concrete, tiene que contar con nuestra complicidad. Yo me pregunto si ese es el futuro que yo quiero para mi vida, la de los míos y la de la Humanidad. No imagino un mundo en el que una máquina me diga la temperatura que tiene un cuerpo, en vez de que yo pueda tocar la calidez de la piel o una pantalla que me indique la pasión de un sentimiento en vez de percibirlo a través del cuerpo. No sé, yo prefiero un abrazo físico a uno virtual, el contacto directo que a distancia.

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