Cuando se llega a cierto grado de miseria, lo invade a uno algo así como una indiferencia espectral y se ve a las criaturas como si fueran larvas“.

Los miserables de Víctor Hugo

De chica, viaje mucho en carretera. A mi padre le gustaba manejar y cualquier pretexto era bueno para tomar el volante e irnos rumbo a la autopista. Los recuerdos de esos años son preciosos y me son preciados. Me gustaba sentarme junto a la ventanilla porque podía ver profundo, lejos, sin los muros de la cotidianidad de la casa, sin las bardas de las calles, sin el impedimento de los edificios que me obligaban a mirar cortito, ver a unos cuantos metros y ya.

En la vida profesional, mirar profundo es crucial ya implica poner atención, estar en presencia plena y ser empático. Hoy, esta mirada adquiere relevancia, especialmente cuando nuestros equipos de trabajo están detrás de una pantalla o sus rostros están ocultos por caretas y tapabocas. Es fácil perdernos y caer en la indiferencia.

Por supuesto, para mirar profundo hacen falta compromiso y valor. Es una tarea de liderazgo que, ciertamente, no todos quieren asumir. Es que la profundidad no siempre es fácil de contemplar. No todos pueden, no muchos lo logran. Me sorprendí mucho alguna vez que mi hermana me contó que a ella le daba miedo cuando salíamos a carretera. Sus recuerdos la llevaban a una ocasión en la que pasamos por las barrancas de San Roberto.

Era una noche oscura sin luna, la carretera era muy angosta y muy poco transitada. Ella se acuerda de haber ido apretando los dientes todo el tiempo y sudando frío. Le asustaban las profundidades de esos desfiladeros, de esas tinieblas y le mortificaba que mi padre cabeceara y perdiera el control del auto. Yo tenía hundido ese recuerdo y cuando ella lo reavivó, un escalofrío recorrió el caminito que va desde el sacro hasta el cráneo. Es cierto, la profundidad puede asustar.

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Mirar profundo tiene sus requerimientos, qué duda cabe. Si pongo la mente en el recuerdo de aquellos campos sembrados de trigo, de las montañas verdes, y de los animales pastando pacíficamente, es fácil y agradable mirar profundo. Por contraste, si recuerdo las barrancas de la carretera de San Roberto, la cosa cambia. La profundidad toma otro cariz y el ombligo se retrotrae, se pega para atrás. Lo mismo pasa cuando enfrentamos a la gente que integra nuestros equipos de trabajo. Algunos tienen situaciones fáciles y es agradable mirarlos a profundidad, otros no nos son tan afines. En casos extremos, preferiríamos volver los ojos lejos y hacer como que no vemos.

En esa condición, la mirada de Víctor Hugo sobre la sociedad francesa de tu tiempo alcanza la genialidad universal y  nos puede servir de inspiración en estos tiempos difíciles. El autor tuvo la capacidad de transportarnos a una Francia en la que la malandanza y la desventura infectan al alma del ser humano a tal grado que transforman a la gente en individuos indiferentes, egoístas y ególatras. Uno de los pasajes magistrales en la novela de Los miserables es justo cuando Jean Valjean es acogido por el obispo Myriel. Es una situación que podemos trasladar al mundo corporativo fácilmente.

El obispo lo recibe a en su casa, le ofrece protección y cobijo, pero Valjean le paga mal: lo roba. Al huir es detenido por la policía y llevado en presencia del prelado. Los lectores estamos sobrecogidos, por un lado, sentimos pena por el protagonista y por el otro nos indignamos al pensar en lo mal que le pagó a la persona que le tendió la mano. Anticipamos que Valjean volverá a la cárcel.

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Lo que pocos vemos venir es la mirada de profunda del obispo. Myrel le da una vuelta de tuerca a la situación: pedirá que lo dejen libre porque la plata que trae Valjean no es un robo, es un regalo. Ese será el punto de quiebre que provocará la transformación del personaje. Es ese punto de apoyo que catapulta la metamorfosis que lleva a florecer y a prosperar a Valjean. Javert, por su parte, buscará justicia, no misericordia.

¿Qué requiere un ser humano para germinar? ¿Cómo podemos lograr que nuestros colaboradores florezcan? No todos los caminos son iguales ni los liderazgos son idénticos. Sin embargo, un buen líder sabe mirar profundo a su gente, la entiende y puede ver más allá de los acontecimientos superficiales. Es capaz de penetrar las barreras de la distancia, las físicas e incluso aquellas que nos plantean la personalidad de cada integrante. Sin embargo, es necesario tomar la decisión de hacerlo; se requiere voluntad para lograrlo.

La gente que inspira tendrá vida que da brotes, que germina. Es posible que la mirada sea profunda si tomamos la decisión, si nos tomamos el tiempo y la disposición necesarias y si hacemos silencio interior acallando nuestros ruidos internos. Es posible que debamos buscar recursos: la humildad como primer peldaño para reconocer quienes han sido los pivotes que nos han llevado a ser lo que somos, la responsabilidad en nuestra toma de decisiones y el deseo de ponernos en marcha; de dirigirnos a un camino que nos ayude a florecer.

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Hay momentos en que los líderes deben tomar la decisión de traspasar la superficialidad, poner atención, tomarse el tiempo para valorar, para entender. Ponerse en los zapatos de otro no sólo es una buena acción, nos puede abrir a panoramas nuevos, mejores que nos lleven a conseguir mejores resultados. Para ello, hay que salir de nuestra zona de confort, apartar la indiferencia y atreverse a hacerlo.

Mirar profundo ayuda a integrar equipos de trabajo armónicos, creativos y orientados a resultados. También nos enseña a que podemos ser ese punto de quiebre que impulse el crecimiento de alguien más, que se nos presenta la oportunidad de aconsejar, de acompañar, de dirigir, de redireccionar a las personas para que encuentren el camino de cambio y de mejora.

Si reflexionamos, podremos encontrar cómo en nuestras vidas, hemos tenido personas que nos han mirado a profundidad y, tal como el obispo Myrel, fueron el punto de apoyo que nos ayudó a tomar una decisión trascendente, nos dieron otra oportunidad que necesitábamos o nos dieron un consejo que devino en algo maravilloso para nosotros. Si hubo ocasiones que nos tocó recibir, habrá otras en las que nos toque dar.     

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Florecer no es fácil y puede ser doloroso. Mirar profundo a veces puede parecer sencillo, como cuando miraba el campo desde la ventanilla del coche de mi papá o muy doloroso, como el recuerdo de mi hermana en la autopista de San Roberto. Tal vez, por eso Hugo habló del espectro que se filtra en el ánimo y se vuelve indiferencia.  Nadie ha dicho que mirar profundo fuera un sendero pavimentado y sin baches. Para arrancar, hace falta valor.

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