No sería la primera vez que resaltamos la importancia del comercio internacional para la economía mexicana, así como su relación con los Estados Unidos en nuestra columna. Ahora bien, en tiempos en los que las noticias de color salmón, las económicas, no son tan positivas como deberían, uno puede optar por analizar el pesimismo que salpica a la recuperación azteca, o tratar de encontrar vías mediante las que ofrecer soluciones a una ciudadanía cada vez más desesperada y, atendiendo a la situación que atraviesa el país en estos momentos, revertir una situación que va de mal en peor.

Con todo, conviene señalar que en ningún caso estoy diciendo que debamos desatender la situación que vive el país en estos momentos. En esta misma columna resaltábamos, la pasada semana, que la economía mexicana se encontraba nuevamente al borde de la recesión técnica. La autocomplacencia del gobierno siempre fue cuestionada cuando los indicadores sacaban a la luz las debilidades de la economía mexicana. Pero hay que decir que, pese a ello, en esta columna tratamos de mirar más allá, en esas luces que, ante la multitud de sombras que se avistan en el horizonte, pasan prácticamente desapercibidas.

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Y es en este mismo instante cuando debemos comenzar a hablar de la apuesta mexicana por el sector exterior y cómo, con el paso de los años, su peso en el PIB ha crecido significativamente. Las buenas relaciones comerciales del país azteca, en adición a diversos factores que han permitido a México convertirse en el principal socio comercial de los Estados Unidos, han hecho del comercio exterior un motor de crecimiento económico para el país. Es por esta razón que, en tiempos de pandemia y cuando escasea ese crecimiento, cada vez más desacelerado, dicho motor puede ser la vía de escape.

Pues hay que decir que, en cierta forma, así ha sido. La pandemia trajo consigo una fuerte contracción a nivel global, haciendo que economías se hundiesen en hasta 11 puntos porcentuales de PIB. Con la economía prácticamente paralizada, pocos sectores lograban salir adelante. En su mayoría, recurrían a reestructurar sus deudas y a acogerse a mecanismos para evitar los costes laborales de los empleados inactivos por las restricciones de movilidad. Sin embargo, el sector exterior mexicano, y especialmente durante la pandemia, no ha dejado de cosechar records en lo que respecta a la relación articulada bajo el T-MEC, así como las articuladas mediante otros acuerdos regionales.

Los ritmos de tráfico de mercancías entre la región y los Estados Unidos han sido de los pocos flujos analizados por los economistas que no ha perdido intensidad por factores estructurales o derivados de la pandemia. Desde que China inició esa guerra comercial con Estados Unidos, las dos potencias mundiales dejaron de negociar, dando preferencia a una economía azteca que esperaba el relevo en esa configuración, erigiéndose como principal socio comercial de los Estados Unidos. Tal es la relación que México pudo amortiguar el duro shock con el contagio que suponía ser la economía vecina, y principal socia comercial, de una economía que ha respondido fiscalmente con casi el 18% de su PIB.

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Es por esta razón por la que el peso del comercio en la economía mexicana asciende hasta, aproximadamente, el 78% de su PIB. Desde la puesta en marcha de los distintos tratados de libre comercio que México tiene hoy suscritos, especialmente el T-MEC, en 1994, el comercio ha pasado de representar el 30% del PIB nacional a representar, en cuestión de pocos años, el 78% de su PIB. Y es que, si algo ha hecho muy bien la economía de México, eso ha sido la férrea apuesta por incrementar la participación de México en los mercados internacionales y, como muestran los datos, firmar acuerdos de libre comercio que fomenten el intercambio.

Además, la situación que atraviesa el planeta, las oportunidades que se presentan y las posibilidades que hay en la economía para incrementar la presencia de México en dichos mercados hacen que hablar de comercio, hoy, cobre mucho más sentido. En otras palabras, el planeta se enfrenta a una reorganización global de las distintas cadenas de valor, al calor de un virus que ha sembrado el pánico en diversos tejidos empresariales; tejidos que veían cómo la concentración de la producción en China, que convirtió al país asiático en “la fábrica del mundo”, no ofrecía tantas ventajas como, a priori, se esperaban.

En cierta forma, esa dependencia de China y el desabastecimiento que han vivido las distintas economías han hecho pensar a empresarios, economistas y mandatarios en todo el mundo. Pues, ante esa posibilidad de que se den nuevos sucesos similares en el futuro, concentrar toda la producción en China podría provocar situaciones igual de desagradables en pocos años. Por esta razón, son muchas las empresas que, tal y como prevemos, pueden comenzar esa reconfiguración de su cadena de valor, buscando nuevos socios que, como México, ofrezcan más garantías y, como ocurre con Estados Unidos, más cercanía.

Teniendo en cuenta la apertura comercial de México, su apuesta por el comercio y la relación privilegiada con Estados Unidos, hablamos de una reconfiguración en la que México podría jugar muy bien sus cartas, por lo que apostar por el comercio sigue siendo la estrategia más acertada.

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