Daniel Dennett, filósofo cognitivo estadounidense, cree que para alcanzar la felicidad hay que buscar algo más importante que uno, por lo que recomienda dedicar la vida a ello.

Se trata de un elogio al desapego para aceptar que solo somos dueños de nuestra motivación, detonador de acciones y subsecuentes proyecciones con las que vestimos la experiencia.

No es tarea simple la que propone Dennett porque implica encontrar algo más relevante que uno mismo. Y esto podría llevar toda la vida y aún así, sería muy factible terminar con las manos vacías. Tal vez por eso Rumi recomendó que se diera todo lo que uno tuviera antes de que la vida lo quitara.

Y es que la incomodidad de siquiera pensar esto representa el punto de partida para hacer las paces con una tempestad de expectativas que hemos venido fabricando de manera obsesiva desde que nos fue presentado este lienzo.

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¿Con qué estás satisfecho o satisfecha?

Difícilmente estamos satisfechos con el estado actual, y de estarlo, pasaría muy poco tiempo para perder esa condición por razones propias o ajenas: el ser está condicionado a moverse.

Desde esa perspectiva la incomodidad, como origen de un proceso creativo que motiva y despierta la acción, representa un detonador en cadena, un llamado a la acción, síntoma del progreso y hasta del andar evolutivo: se ideó la electricidad por incomodidad a estar a oscuras.

Pero un rostro desfigurado que parte de este mismo fenómeno que llama a salir de la zona de comodidad es el de la queja, una aguda perturbación individual que busca resonar en el prójimo para mostrar lo incómodo que me encuentro y así subrayar que no pienso mover un dedo al respecto. El móvil es, pues, verbalizarlo y con ello validar mi incomodidad.

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¿De qué se queja uno?

En tiempos difíciles, lo fácil es dificultarlos más. Hemos ido y vuelto a la luna, pero complicarnos la vida sigue siendo el motivo para estar con vida.

Las opciones sobrarán: el mal gobierno, la crisis, la edad, la soledad, la compañía. Una situación económica sostenida con pinzas; el telón global en el que el interés individualista dirige las cámaras y el destino de la colectividad; un normalizado clima de encono cubierto por una frazada de “aquí no pasa nada”; la ley de la selva a manos de delincuentes de todo color de cuellos; partidos políticos que ni por asomo representan a la sociedad y que se han vuelto —por decir lo menos, execrables—; escándalos que en eso quedan, con misterioso timing; un estado anímico que se propaga como el Covid y paraliza como el miedo; un futuro aún más incierto con ecos de nuevas oleadas virales y guerras involutivas; en fin, un arcón de problemas que de manera práctica se pondrían bajo una alfombra para respirar porque efectivamente, no pasa nada.

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Pero al no haber tapetes que resistan varias veces su tamaño, vale hacer una disección de la queja. ¿Cuántos lamentos se hacen diario y hasta de manera inconsciente? ¿Apuntan a un lugar con la fuerza, contrapesos y bujías que sustentan una realidad y su percepción proyectada? ¿Es la única versión de la situación? ¿Cuál es el vínculo que se guarda con el tema? ¿Se está generalizando? ¿Hay conclusiones aceleradas? ¿Existe un pensamiento maniqueo? ¿Qué demandas se están haciendo de la realidad? ¿Se trata de una serie de exigencias y expectativas poco relistas? ¿Se está culpando a alguien a algo sin contexto? ¿Hay condicionamientos e interpretaciones al respecto? ¿Se están aplicando en el presente los aprendizajes del pasado? ¿Cuál es la ganancia? ¿Cuál es el costo?

Siempre habrá algo de qué quejarse

No es extraño leer en la prensa acerca de adjudicaciones directas, fiscalizaciones fantasma y zonas en las que las leyes operan a modo con la intención de beneficiar a quien actúa presumiendo lo contrario. Pero esto no es exclusivo de este gobierno, se trata de una herencia transexenal: como la mofa y la burla que retratan dichos excesos.

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La queja no resuelve el problema, pero libera tensión. Lo saben las agencias creadoras de memes contratadas por gobiernos. Desinflando presiones momentáneas se convierten en ganancia para salvar el momento y cambiar de tema. Estamos acostumbrados a la queja, se nos olvidó resolver las cosas. De ahí la queja: se busca hacer permanente lo impermanente, dependiente lo independiente y mío lo que no lo será. Mientras dure este ciclo, durará la mueca.

Pero da la impresión de que hay más quejosos que nunca, lo que llevaría a entablar otra queja por la efervescencia del tiempo y —más aún— el tino para habitarlo. Sin poder probar esto, la queja termina siendo una medida de la percepción. Acostumbrados al “solo falta que me orine un perro”, el anhelo de un penacho tendría la capacidad de olvidar por un momento la queja de un país para dirigirla en torno de un nuevo capítulo.

México descendió 23 lugares en un reporte que mide el bienestar de la población, publicado la semana pasada por la ONU. De ser el 23er país más feliz del mundo, ahora somos el número 46 en esta lista, lo que significa nada, sino reparar en el sentido común de Daniel Dennett: procurar vigilancia al estado propio en el cultivo del desapego endémico y encontrar que hay algo más interesante en este mundo que yo y mis quejas.

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Contacto:

Eduardo Navarrete es Head of Content en UX Marketing, especialista en estrategias de contenido y fotógrafo de momentos decisivos.

Mail: [email protected]

Instagram: @elnavarrete

Las opiniones expresadas son sólo responsabilidad de sus autores y son completamente independientes de la postura y la línea editorial de Forbes México.

 

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