Ni modo, en ocasiones tomamos una decisión importante y nos sale mal. De repente, se abre ante nosotros una opción que nos pareció excelente y dejamos lo que tenemos para aventurarnos a esta nueva posibilidad. Pero con el paso de los días, nos damos cuenta de que no todo lo que brilla es oro, que no es verdad que el que es perico donde quiera es verde y caemos en la cuenta de que lo que teníamos era mejor que lo que tenemos. Y, como dice la canción del maestro Fernando Z. Maldonado, nos morimos por volver. Momento, antes de volver a tomar una mala decisión, es necesario tomar un respiro hondo y evaluar ciertas circunstancias.

En la vida profesional, nos topamos con momentos en los que quisiéramos echarnos para atrás, desandar los pasos o recoger palabras que nunca debieron de haberse pronunciado. Nos preguntamos cómo pudimos renunciar, pero lo hicimos. Es imposible ajustar las manecillas del reloj para atrás y lo sabemos. También, hay situaciones en las que no es conveniente mirar hacia atrás. Otras, estamos seguros de que esa es la mejor opción, que morimos por recuperar lo que jamás debimos haber perdido. En medio de este galimatías, siempre es mejor hacer un análisis sincero en el que tomemos en cuenta todos los elementos para que la siguiente decisión se tome de la mejor manera posible.

Calma, lo primero que tenemos que hacer es darnos cuenta de que por más que analicemos, las circunstancias quedan más allá del extrarradio de nuestro ámbito de decisión. Volver a ocupar un antiguo puesto implica nuestras ganas de regresar y también la voluntad de que nos tomen de regreso. De ahí que estemos frente a una alternativa riesgosa: nos pueden dar con la puerta en la nariz o nos pueden recibir con los brazos abiertos o una serie de posibilidades intermedias que terminan en el mismo derrotero: volver o no volver. Por eso, más que actuar con el corazón, hay que hacerlo con el cerebro. Para ello, podemos seguir algunos pasos que nos aclaren la mente:

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  1. Recordar qué fue lo que nos hizo renunciar. Cuando estamos en una situación de incomodidad, tendemos a romantizar las circunstancias del empleo anterior. Ciertamente, cuando decidimos renunciar hubo una lista de razones que nos llevaron a apreciar más la otra opción que la que teníamos. Por lo tanto, será muy conveniente repasar esa lista. ¿Qué de aquello que nos llevó a volar sigue vigente? Tal vez, ya no nos gustaba tanto la empresa, el jefe no era muy comprensivo, habíamos llegado a nuestro tope de desarrollo, sentimos que ya no podíamos aportar más o que ya no éramos escuchados.
  2. Recordar qué fue lo que nos hizo preferir la nueva opción. Seguramente, la propuesta que nos hicieron estuvo llena de puntos seductores que nos llevaron a elevarnos a un nuevo escenario. Es posible que nos hayan ofrecido un mejor sueldo, un paquete de compensaciones más atractivo, que nos quede en un lugar más accesible, que hayamos apreciado que habría mayores oportunidades para crecer o desarrollar nuevas competencias.
  3. Echarnos un paso atrás y observar nuestro nuevo lugar de trabajo y preguntarnos con sinceridad qué es lo que me hace sentir incómoda. Se puede tratar de un nuevo nivel de exigencia que me tiene fuera de mi zona de confort, tal vez no me queda claro qué es lo que se espera de mí, no entiendo los ritmos de trabajo; si esto es así, el problema se resuelve con comunicación. Hay que atreverse a elevar la mano y preguntar para darle luz a la solución. Sin embargo, cabe otra posibilidad: que el ambiente de trabajo no sea agradable, que los compañeros de equipo sean hostiles, que no nos vean méritos para ocupar el lugar, que no se entienda el lingo corporativo, que no haya forma de encajar. En esos casos, es vital buscar un canal que nos permita desempeñarnos, porque ese tipo de problemas sí que puede obstaculizar los resultados. Asimismo, es posible que muchas de las promesas no se estén cumpliendo: que el sueldo pactado no se esté dando, que las condiciones no se cumplan, que los objetivos no sean alcanzables: ahí la situación es más grave porque no importa cuanto hablemos y tratemos de clarificar, las cosas no se van a dar.
  4. Una vez que tenemos luz sobre el tema y que hay claridad en torno a las razones que nos quieren hacer volver a los brazos de nuestro antiguo empleador, hay que investigar si estamos en posibilidades de volver. Es necesario averiguar si nuestra plaza ya se ocupó por otra persona, si existe el presupuesto para cubrir nuestra posición, si quienes toman la decisión estarían contentos de que regresáramos o no. Vamos, tenemos que ver si dejamos la puerta abierta y si quien la puede abrir está dispuesta a girar el perno del picaporte.
  5. Una vez que sabemos que es una buena idea volver y que tenemos la puerta abierta para regresar, es importante prever el regreso. Y, eso implica, planear la entrevista en la que plantearemos nuestra intención de volver. Es decir, dar las razones que le resulten convenientes a nuestro antiguo empleador y a nosotros. Tenemos que volver con la frente en alto y hacer que el regreso sea visto como un éxito y no como un fracaso.

Regresara un lugar del que ya nos hemos ido no es sencillo y, en muchas ocasiones, tampoco es recomendable. Por eso, si vamos ha hacerlo, es necesario que lo hagamos por las razones correctas y para ello es necesario tomar una decisión razonada. Insisto, es momento de usar el cerebro más que las tripas o el corazón.

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