Habiendo atravesado ya los primeros compases del año e inmersos en un escenario de excepcional incertidumbre, muchas son las personas en el planeta que se preguntan cuando será el inicio de la recuperación económica que deben experimentar las economías, tras una de las mayores crisis de nuestra historia reciente. La pandemia, como si de un cisne negro se tratara, trastocó los cimientos de la economía a nivel mundial, y los riesgos que asoman en el horizonte preocupan a unos mandatarios que prevén un ensanchamiento de los desequilibrios, con fuertes incrementos en la desigualdad.

Hace escasos días, la gerente del Fondo Monetario Internacional (FMI), Kristalina Georgieva, escribía un artículo en el blog del organismo en el que avisaba sobre una crisis económica que, entre sus riesgos, se encontraba con la alta probabilidad de que, cuando esta amaine, la desigualdad económica entre países siga ensanchándose. La recuperación, aun habiendo pronosticado el organismo un mejor comportamiento a lo largo de este 2021, presenta muchos riesgos en el horizonte, así como condicionantes, que, dependiendo del país al que hagamos referencia, pueden dañar en mayor o menor medida dicha recuperación.

Las proyecciones que hace el FMI respecto al comportamiento de la economía mundial para este año mostraban que, en medio de esta incertidumbre, se proyecta que la economía mundial crecerá a un ritmo del 5,5% en 2021, mientras que moderará dicho ritmo hasta situarse en el 4,2% en 2022. Las proyecciones para 2021 se han revisado al alza en 0,3 puntos porcentuales con respecto al pronóstico anterior, en vista de las expectativas de un fortalecimiento de la actividad más avanzado el año gracias a las vacunas y al respaldo adicional de las políticas en algunas grandes economías.

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No obstante, el FMI, de la misma forma, avisó de que la solidez de la recuperación varía considerablemente entre países, dependiendo estas variaciones de los ritmos de vacunación y el acceso a intervenciones médicas, la eficacia del apoyo de las políticas y la capacidad de cada economía para aplicar dichos estímulos, o, por último, las características estructurales de cada economía al inicio de la crisis, teniendo en cuenta sus niveles de endeudamiento, así como otros aspectos relacionados. Y es que, aunque a veces nos cueste reconocerlo, sabemos que no todas las economías tienen la misma capacidad para recuperarse, dado que no tienen, siquiera, la misma capacidad para hacer frente a la pandemia.

Así pues, esta capacidad, medida por los estímulos, o lo que el FMI denomina el respaldo a las políticas, es notablemente asimétrica. Esto se observa cuando contrastamos la respuesta fiscal de las economías desarrolladas y, por otro lado, la de las economías emergentes. De acuerdo con los datos que ofrece el Banco Mundial, mientras que las economías desarrollas han podido destinar cerca del 7% de su PIB en recursos para combatir el ciclo económico, las economías emergentes y en desarrollo, especialmente las de Latinoamérica, no han sido capaces de alcanzar el 3% de su PIB, debido a una escasez de recursos que evidencia la imperativa necesidad de un cambio en los sistemas tributarios, así como en la regulación de una economía informal que acecha fuertemente a estas economías.

Esto es lo que comentaba la directora del organismo, pues existe un riesgo considerable de que, mientras las economías avanzadas y algunas de mercados emergentes se recuperan a mayor velocidad, la mayoría de los países en desarrollo languidezcan durante años. Esto agravaría no solo la tragedia humana de la pandemia, sino también el sufrimiento económico de los más vulnerables. Una situación que preocupa, pues pone en peligro un avance que, durante años, ha provocado el desarrollo de muchas economías emergentes, pero que, desde hace años, venía desacelerándose; pudiendo estancarse con la crisis que hoy nos acontece.

Al menos es esto lo que encontramos cuando analizamos los datos.

Desde la crisis de 2008, los crecimientos en las economías emergentes se han ido moderando notablemente. Los países emergentes, que crecían a tasas cercanas al 14%, comenzaron a crecer a un ritmo del 7%. De esta forma, la tasa de crecimiento de las economías emergentes, que se distanciaba en hasta 4,5 puntos porcentuales de la registrada por las economías desarrolladas, pasó a distanciarse en tan solo 0,38 puntos porcentuales. Un ritmo de crecimiento que hubiera permitido la convergencia en un plazo aproximado de 30 años, pero que, de seguir así, retrasaría dicha convergencia en hasta 300 años.

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Debido a esta situación, en adición al culmen que ha supuesto esta crisis económica que hoy nos acontece, y que ha dejado contracciones nunca vistas en muchas economías a lo largo y ancho del planeta, el propio organismo multilateral, el FMI, que pronosticaba que cerca de 110 economías emergentes podrían comenzar a converger en los próximos años con las economías desarrolladas, ha cambiado su previsión. En este sentido, ha comunicado que dicha previsión sufrirá un reajuste a la baja, permitiendo únicamente que el 50% de estas economías pueda alcanzar dicha convergencia, mientras que el resto están condenadas a un estancamiento moderado. Ni que decir ya de la propia desigualdad que, también, está floreciendo entre la propia población dentro de cada país.

Como vemos, además de los temas que hoy se están tratando, debemos atender a estos otros fenómenos que, silenciosamente, están produciéndose en la economía; dañando a su paso el bienestar y el nivel alcanzado hasta la fecha. La desigualdad es un problema que combatir, pero todo lo que hemos hecho hasta este momento, si no respondemos ante lo que está evidenciando la pandemia, podría caer en saco roto. Los desequilibrios comienzan a mostrarse, y de no actuar, volveremos a ser testigos de una recuperación poco inclusiva y muy dañina para la economía mundial.

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