La sofisticación de la tecnología ha tenido impactos variados en la humanidad: surcamos los cielos acortando distancias y sembramos terror desde las alturas; descubrimos la capacidad de generar grandes avances para la salud humana y redujimos la humanidad a objeto de experimentación; creímos descubrir la parte más pequeña de la materia y con su manipulación desarrollamos la mayor capacidad de destruir nuestro planeta…

La tecnociencia ha enamorado y desencantado al hombre, la mayoría de las veces lo ha hecho de formas llamativas, dignas de titulares, y otras veces sin que a penas reparemos en sus implicaciones negativas.

Facebook y Twitter encabezan revoluciones contra tiranías, convocatorias de defensa de los ideales más altos –y variados–, puntos de reunión de personas en los extremos del mundo, medios de convocatoria de protesta, democratizaciones, y –por qué no– el role model, el ‘Silicon Valley Dream’ o ‘Silicon Valley way of life’.

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Forman parte de las denominadas redes sociales, de las que vale la pena afirmar su carácter de ‘redes’ y cuestionar –o al menos reflexionar– sobre su carácter de sociales.

El carácter de ‘red’ se puede afirmar tanto en su lectura positiva como en su versión negativa. A través de estos medios se interrelacionan personas, intereses, información, viejos amigos, sitios comunes, filias y fobias en común que fluyen en un complejo entretejido entre personas y algoritmos, de forma tan ‘user friendly’ que no hay que hacer grandes esfuerzos para aprender ni para permanecer dentro.

Estos medios atrapan, absorben el tiempo, la calma se ve perturbada en espera de ‘likes’ ‘retweets’ y ‘follows’, haciendo que de ser una red social se convierta en un aparador virtual donde las personas se transparentan, dispuestas a convertirse en un producto a ser consumido y así suplicar con fe ciega “danos hoy nuestro like de cada día”.

Por otro lado, su carácter o función social en positivo parece también claro, toda distancia cede el paso a la convocatoria de las redes sociales, congregando más allá de kilómetros, huso horario y situaciones económicas, democracia a la carta… 

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Sin embargo, si se observa con detenimiento se puede ver que el problema en el aspecto social comienza desde el origen mismo de las redes sociales y, aquí lo preocupante, se ha ido sofisticando de forma intencionada y táctica. Respecto al origen, la virtualidad supone un obstáculo para la verdadera sociabilidad, el otro al que se le dedica más tiempo en las redes sociales, no es al otro consciente, al otro que es capaz de contestarnos, de vernos, de cuestionarnos, de escucharnos. La mayoría del tiempo se dedica al otro ‘mercantilizado’, estático en fotos y frases, capaz de moverse, pero no más allá de los minutos que dure el video. Facebook y Twitter –no son los únicos– desarrollaron algoritmos sofisticados y guardados bajo secreto industrial, cuya intención es convertir nuestra experiencia dentro de sus redes en una golosina autocomplaciente, en la que la información que aparece en la página principal, sugerencias de contenidos, artículos, siguen el estándar de la homologación a través de una especie de ‘on demand’… Lo que me gusta, lo que pienso, lo que creo, a quien apruebo, eso es lo que veo.

En principio esto podría indicar solamente una herramienta de eficacia, que nos acerca a los resultados esperados, pero el riesgo se encuentra no en lo que acerca sino en todo lo que aleja. Bajo la premisa on demand se expulsa todo lo distinto, todo contraste, toda posibilidad de experiencia social madura donde el otro existe no como producto sino como individuo con pensamientos, opiniones y comportamientos propios. La experiencia social queda reducida a grupos cerrados donde el otro se transforma en extensión de cada persona que refuerza pensamientos y credos o, el otro aparece como distinto y, por lo tanto, se convierte en objeto de ataques, de desacreditación, o crítica, en el chivo expiatorio que une al respectivo enjambre digital.

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Esta forma impropia de relación con el otro en la vida online contrasta con la vida social offline que nos ofrece en todas las dimensiones al otro: conocido o desconocido; similar o diferente, independiente o necesitado; con el que se converge o diverge; que aparece con toda su complejidad humana y ante el que hemos ido perdiendo capacidad de aceptar, comprender, interactuar y dialogar.

Pensar sobre la forma en que nos relacionamos con el otro es de importancia incalculable para la experiencia humana ya que, como decía Buber, “no hay yo sin tú”. Te invito a pensar esta relación no solamente en la vida offline, también en la online, aquella a la que le dedicamos tanto tiempo, ya que pensar que “lo que pasa en la virtualidad se queda en la virtualidad” sería tremendamente ingenuo.

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Alejandro Salcedo Romo, Profesor del área de Factor Humano de IPADE Business School.*

Las opiniones expresadas son sólo responsabilidad de sus autores y son completamente independientes de la postura y la línea editorial de Forbes México.

 

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