La historia es la repetición de la estupidez humana, decía Poncio Pilato, quien fuera gobernador de Jerusalén y corresponsable de la tortura a Jesucristo, de acuerdo con los textos canónicos.

En “El maestro y Margarita”, el novelista Mikhail Bulgakov perfila a Pilato no solo como un personaje cruel sino como uno que encarna la complejidad que solo podría entender y contener un ser humano.

Pero el texto de Bulgakov ni siquiera busca un lindero religioso, se trata de una sátira política en contra de la sociedad soviética y retrata las contradicciones y afinidades de las personas, atoradas en sus emociones, en sus interacciones cotidianas y sus culpas que alejan a cualquiera de un estado de bienestar significativo.

No es necesario preguntar a Bulgakov o a Pilato por su meta ulterior en este plano de existencia para entonces compararlas. Sus respuestas —y prácticamente la de cualquiera de nosotros en un estado de condicionada honestidad socializada— sería algo más fantasiosa que digerible: ser feliz, en cualquiera de sus direcciones o manifestaciones.

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Algo que apunta a ser un lugar común en este ejercicio y que por desgracia resulta una proclama, un deber ser verbalizado o un ansiolítico para que los demonios duerman esta noche, es responder que quiero ser feliz. El concepto ni se discute por la contundencia en su intención, pero quizás tampoco por lo impreciso y lánguido de su planteamiento. ¿Qué significa, pues, ser feliz?

Un estado subjetivo y discutible amerita un puñado de visiones y revisiones:

  • Aristóteles: la felicidad es el significado y el propósito mismo de la vida, se trata del objetivo y el fin de la existencia humana.
  • El filósofo Daniel Dennet: buscar algo más importante que tú y dedicar la vida a eso.
  • La investigadora Sonja Lyubomirsky: habitar las experiencias prácticas de la alegría, del contentamiento y del bienestar combinadas con la certeza de que la vida de uno es significativa y valiosa.

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  • El XIV Dalai Lama: la felicidad no es algo prefabricado, construido o externo. Se trata de la combinación de tus acciones mezcladas con tu estado mental.
  • El escritor Chuck Palahniuk: la Felicidad no deja cicatriz, aprendemos tan poco de la paz.
  • El humorista Don Marquis: La felicidad es el intervalo entre períodos de infelicidad.
  • El guionista Andy Rooney: la felicidad depende más de cómo te golpea la vida que de lo que ocurre en ella.
  • El escritor Ernest Hemingway: la felicidad en una persona inteligente es la cosa más rara que conozco.
  • El filósofo Albert Camus: nunca serás feliz si sigues buscando en qué consiste la felicidad. Por eso no vivirás si hurgas por el sentido de la vida.

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  • El filósofo Fernando Savater: no podemos aspirar a una felicidad absoluta, pero sí a una alegría permanente.
  • El escritor Mark Twain: la salud mental y la felicidad son una combinación imposible.
  • El autor Haruki Murakami: es como dice Tolstoi: la felicidad es una alegoría y la tristeza una historia.
  • Abraham Lincoln: La gente suele ser tan feliz como lo disponga.
  • El artista Oscar Levant: no es algo que se experimenta sino algo que se recuerda.
  • El filósofo Lucio Antonio Séneca: disfrutar del presente, sin depender ansiosamente del futuro.
  • La filósofa Ayn Rand: es ese estado de conciencia que se origina en la materialización de los propios valores.

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  • El psicólogo Wayne Dyer: es algo que tú eres y viene de la manera en la que piensas y concibes al mundo.
  • El político Robert Ingersoll: no es un premio, sino una consecuencia.
  • El escritor Jorge Luis Borges: la felicidad es frecuente, no pasa un día en que no estemos, un instante, en el paraíso.
  • El autor Antonio Gala: es darse cuenta de que nada es demasiado importante.
  • El atleta George Sheehan: la felicidad es diferente del placer. La felicidad tiene que ver con la lucha, el aguante y el logro.

Felicidad, hoy, puede ser quedarte sin luz para ni siquiera tener que avisar que no te sumarás a las 9 llamadas por Zoom que hay en el día.

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Tras la actual pandemia, la reflexión personal en torno al sentido de realización no tendría por qué asomarse a metáforas como la que Mikhail Bulgakov creó con la figura de Poncio Pilato, y en realidad, con ninguna. Dicho estado no pende de metáfora alguna, sino de un profundo estado de bienestar que se basa en distinguir el contacto mediato con estímulos sensoriales de corto plazo y transitorios, de un estado lúcido en el que se activan los recursos propios para imprimir un significado genuino y duradero en la experiencia. No lo que el mundo aporta, sino lo que se imprime al mismo.

Lo más cercano que he escuchado —y que aplica en los negocios, como a la esfera personal— es que felicidad es la capacidad personal para traducir cualquier condición y experiencia en una circunstancia favorable para el desarrollo evolutivo. Pero como dice Albert Camus, no es un tema que se resuelva con la rectificación de términos. O, al final del día, ¿qué prefieres: tener razón o ser feliz?

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Contacto:

Eduardo Navarrete se especializa en dirección editorial, Innovación y User Experience*

Twitter: @elnavarrete

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