Una vez conocí a dos hombres de negocios con opiniones opuestas acerca de su inminente retiro. Ambos estaban ya en los setenta años y aún ocupaban el puesto de presidente y director general de sus respectivas empresas.

El primer hombre, que ya había sentado las bases de lo que sería su estructura de gobierno corporativo, me había hablado con entusiasmo acerca de sus planes una vez consumado el proceso de sucesión: dejar la empresa y su oficina para dedicarse a viajar, a vacacionar en el bosque y, además, a pintar. Curiosamente, esa había sido su afición en la juventud, y tenía mucho interés en retomarla.

Un buen retiro no es un evento que ocurre de la noche a la mañana, sino que es un proceso que es necesario aceptar. planear y ejecutar, con la participación y apoyo de la familia y con la asesoría de un profesional en la materia.

El segundo una persona sumamente orgullosa de todo lo que había logrado, se resistía, siempre que le preguntaba, a tocar el tema. “¡El retiro es para holgazanes!”, me decía, “¡yo me voy a morir trabajando!”.

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Este hombre, tan ocupado en aferrarse a su cargo, no ha tomado un minuto de su tiempo para preparar a quienes deberían continuarlo en su cargo en la empresa y propiedad.

Trabajar hasta la muerte

No tocamos más el tema. Y me consta que este distinguido personaje ama su trabajo. Pero el contraste entre ambas posturas me hizo pensar en el mito de Sísifo. No estoy hablando del libro de Albert Camus, sino de la historia original de la mitología griega: Sísifo era un rey a quienes los dioses lo castigaron cruelmente: todos los días debía empujar una enorme roca hasta llegar a la cima de una montaña. Y todos los días la roca rodaba cuesta abajo, y Sísifo debía volver a empezar. Así por la eternidad.

Hay, en el mundo de los empresarios, aquellos que temen el retiro. Hay varias razones: porque tienen miedo a perder su identidad, su jerarquía, su autoridad o inclusive la razón de su vida; otros temen que el negocio se desplome con su ausencia, porque ellos y solo ellos conocen el negocio por dentro y por fuera, y solo ellos están capacitados para enfrentar las más grandes amenazas y retos que lo acechan.

A primera vista, podría pensarse que las estadísticas están del lado de este temeroso fundador: hay diversas fuentes que ilustran lo mismo con estadísticas marginalmente diferentes, pero, en general, podemos decir que el 70 % de las empresas familiares en México no sobrevive a la segunda generación y el 90 % sucumbe cuando llega a la tercera.

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Suelta esa roca

Pero esto es una ilusión. El fundador, dueño o empresario, como queramos llamarlo, se ve a sí mismo como héroe… pero también como víctima. Sin él, la roca no llegaría a la cima de la montaña; sin él, la empresa no avanzaría… sin embargo esta forma de pensar lo ha condenado a empujar, en soledad, la dichosa piedra por el resto de sus días.

Volviendo a las estadísticas antes mencionadas, la ilusión es esta: las empresas no sobreviven por culpa de sus fundadores: porque estos no se preocuparon por institucionalizar el negocio (es decir, en instaurar los mecanismos necesarios para asegurar que la empresa pueda operar sin ellos), porque nunca se preocuparon por preparar a un sucesor, o porque eligieron a la persona equivocada por capricho o, en casos más extremos, porque murieron repentinamente, sin dejar siquiera un testamento ya no digamos a un sucesor en la dirección de la empresa.

Entonces, ¿qué significa cuando un fundador exclama que se va a morir trabajando? ¿Morirá acaparando todas las decisiones, cargando con todo el peso del negocio, o lo hará cumpliendo un rol de acuerdo con las circunstancias que más le convengan a la organización (con un puesto en el consejo de administración, por ejemplo, o como un mentor de su sucesor)?

Y, lo más importante, ¿qué tanto disfrutará haciendo su trabajo? Si encima tiene toda la presión, si toma todas las decisiones, si debe estar involucrado en todos los procesos, ¿qué clase de piedra ha escogido cargar? ¿Qué clase de ejemplo está dejando a sus hijos y a sus colaboradores más cercanos? ¿Qué tipo de cultura existirá en un negocio donde Sísifo es el director general?

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Es muy común aquella frase… ya casi es un cliché, pero tiene razón: hay que trabajar para vivir, no vivir para trabajar. Yo añadiría un complemento a ese dicho, uno que veo muy necesario para estos tiempos: hay que trabajar para vivir, sí, pero para vivir bien. Es decir, buscar un equilibrio. La vida tiene otras montañas que escalar, algunas ni siquiera necesitan de una roca que empujar.

Lograr una existencia balanceada, con contrapesos que hagan que tu vida no gire exclusivamente en torno a tu trabajo, es una de las mayores inversiones que puedes hacer para tu retiro. Ya sea para viajar, para pintar, para disfrutar a la familia, o incluso para emprender otro tipo de proyecto, el fundador debe renunciar a ese típico rol de héroe-víctima, que aún perdura, que ha sido tan idealizado, y que realmente no aporta valor.

Cultivar este equilibrio no es sencillo, especialmente entre las personas que son realmente apasionadas de lo que hacen; sin embargo, ese equilibrio será el mayor éxito, la mayor riqueza de tu vida y mejor legado que puedes dejar a tu esposa e hijos, te lo puedo asegurar. Lo más importante es no permitir que la época del retiro llegue sin tener la adecuada planeación.

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