El empoderamiento del consumidor no solo ha hecho que las empresas aceleren sus procesos para adaptarse cada vez más a sus necesidades, también está exigiendo que las compañías tengan una visión más amplia de su impacto en materia de responsabilidad social. Desarrollo económico y solidaridad van de la mano, pero se requieren estrategias creativas y viables para crear valor para todos. En este nuevo enfoque empresarial, el desarrollo económico y la solidaridad no son polos opuestos; por el contrario, son dos conceptos que van unidos.

La tendencia actual es que el capitalismo sea guiado por el consumidor, como propone la teoría del profesor y consultor de negocios Peter Drucker: a customer-driven-capitalism (capitalismo impulsado por el cliente). En este capitalismo, el trabajo de las empresas es crear más valor para otros seres humanos.

La clave para entender la solidaridad se encuentra en la consideración del ser humano como un ser social, necesitado de los demás para su sobrevivencia, para lograr desarrollarse exitosamente a través del contacto con sus similares y su entorno.

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Los  productos agrícolas que consumimos diariamente, por ejemplo, tuvieron que haber sido sembrados, cultivados y cosechados por alguien más, y luego recolectados, almacenados y transportados hasta un supermercado, para que pudiéramos disponer de ellos. Lo mismo sucede con nuestra vestimenta o artículos de higiene personal o del hogar y se extiende a dimensiones más profundas, como las emocionales, psicológicas y espirituales.

Esto no quiere decir que no seamos capaces de hacer estas acciones por nosotros mismos, pero nos regimos bajo una serie de contratos y acuerdos mutuos para dedicar tiempo a otro tipo de actividades a cambio de un pago o recompensa por ese trabajo. La solidaridad surge, entonces, como una especial atención a la interdependencia social humana y a una especie de comunión con el resultado o destino final de todos.

Esta consideración de la solidaridad, no solo como un valor universal propio de nuestra condición humana, sino como una auténtica obligación moral, dejó de ubicarse en una esfera meramente teórica y opcional, propia de las instituciones dedicadas a labores altruistas, y pasó a formar parte de la responsabilidad de cualquier organización local, nacional y mundial. Todo esto dentro del marco de una visión de desarrollo mucho más amplia, que integra el concepto de interdependencia entre organizaciones y Estados. La solidaridad es una respuesta clara a un deseo de participar activamente por el bien común universal al que todos estamos destinados.

La solidaridad no es un sentimiento superficial por los males de tantas personas, cercanas o lejanas., es la determinación de empeñarse por el bien común; es decir, por el bien de todos. Esta determinación se fundamenta en la firme convicción de que lo que frena el pleno desarrollo es el afán de ganancia y la sed de poder.

En este marco se han estado generando una serie de iniciativas destinadas a dar respuesta a las necesidades de los menos favorecidos y a ofrecerles apoyos solidarios. Un ejemplo es el auge que ha tenido la industria de las microfinancieras, especialmente en países en desarrollo. El propósito de las microfinancieras es convertirse en una alternativa de créditos de montos pequeños para fomentar el crecimiento y desarrollo de las clases medias y bajas.

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A pesar de tener una excelente intención de fondo y de generar nuevas fuentes de fondeo para microempresarios que difícilmente les entregaría un banco tradicional, no se trata de una práctica totalmente libre de cuestionamientos sobre el impacto real que tienen en la lucha contra la pobreza de los sectores menos favorecidos. Para algunos críticos, las tasas de estos microcréditos son excesivamente altas y los deudores suelen pedir muchos préstamos a varias microfinancieras, dando a entender que no están satisfaciendo sus necesidades financieras de manera efectiva.

Con esto no pretendo criticar las iniciativas en materia de solidaridad, sino poner de manifiesto que no es una cuestión fácil de atender y que requiere de la puesta en práctica de ideas creativas y viables, según las condiciones que pone el mercado.

Una auténtica preocupación por los menos favorecidos económicamente es fruto de un deseo humano de aportar al cambio compartiendo de lo que se tiene. En su artículo “Ricos y pobres. Igualdad y desigualdad”, el pensador español Leonardo Polo dice que “la ley de la oferta y la demanda en el mercado es algo que está en la naturaleza del ser humano, y de forma especial la oferta (…). Esto cuadra con la íntima esencia del hombre, que está hecho para dar más que para pedir”; es decir, generar acciones solidarias es propio de la naturaleza humana.

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Luis Felipe Martí Borbolla es profesor del área de Factor Humano de IPADE Business School.*

Las opiniones expresadas son sólo responsabilidad de sus autores y son completamente independientes de la postura y la línea editorial de Forbes México.

 

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