Las imágenes viralizadas de una tragedia humanitaria que parece lejana, pero que ha sido recurrente durante años parecen haber tocado las fibras más sensibles de la ciudadanía digital. La amenaza latente hacia las niñas y mujeres afganas se asoma hoy como un escenario catastrófico, no sólo por el nivel de violencia que podría desatarse sino por el retroceso que puede representar en tres esferas particulares de la participación de la mujer en Afganistán.

En los últimos años, la incursión de las niñas y mujeres en procesos de educación había ganado un terreno importante, logrando el acceso a procesos de alfabetización y educación en diferentes niveles.

Así mismo, las iniciativas de desarrollo y empoderamiento a las mujeres emprendedoras y empresarias como She trades de la Organización Mundial de Comercio o las creadas por el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional para impulsar el desarrollo de start-ups, habían logrado que la participación activa de las mujeres en Afganistán fortaleciera su autonomía y restaurara poco a poco los procesos de participación comunitaria.

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Por lo que toca a los derechos políticos y ciudadanos de las mujeres afganas, la llegada a posiciones de representación (como alcaldías y escaños en el poder Legislativo) representaba la oportunidad para marcar una diferencia en un sistema heredado de la Guerra Fría y de esquemas importados que, más que beneficiar, han dividido y profundizado las heridas de un Estado fallido y fracturado desde hace tiempo.

Ante este escenario de crisis humanitaria, los ciudadanos del mundo en el siglo XXI debemos aprovechar los procesos de digitalización para ejercer una verdadera acción social que permita el desarrollo de una mejor y más sólida participación ciudadana, sin importar filias ni fobias.

Al mundo, en este momento, le urge una agenda de valores, de solidaridad, de género. Apremia la necesidad de formar ciudadanos socialmente responsables, éticos, con sentido humano y sensibles a las necesidades del prójimo. Ciudadanos (de todas las edades y condiciones sociales) que se preocupen por la trascendencia, por la generación de valor y no por generar descalificaciones, fortalecer estigmas ni propagar divisiones. 

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El pilar que debe soportar la participación social del siglo XXI debe ser la formación en valores. El regreso a los básicos. 

La revaloración de la ética ciudadana permitirá que todas las manifestaciones de la sociedad civil en Afganistán, en México o en cualquier lugar del mundo tengan ante todo una voz de respeto absoluto al ser humano, sin importar raza, religión, género o estatus social. 

Al mundo del siglo XXI le urge dejar atrás los intereses mezquinos de unos cuantos que sumergen a los países en conflictos constantes y amplias tragedias que ponen frente al espejo el lado más siniestro de la humanidad.

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