La adopción de las redes sociales en las empresas debe acompañarse siempre de un propósito claro y de una serie de reglas que instruyan cómo usarla, para evitar que se desvirtúe su meta final.     “Pienso, luego existo”… Esta frase fundamental constituye uno de los conceptos filosóficos que la aparición de las redes sociales parece haber impactado con más fuerza. La vorágine de conversaciones inacabadas que la democracia mediática mantiene flotando en el ciberespacio (impulsada básicamente por la convergencia y portabilidad de tecnologías para la comunicación) da lugar a una nueva necesidad, que si bien quizá ya existía, ahora es extrapolada y potenciada por la ubicuidad propia de Internet. Hoy tener una opinión sobre algo parece no importar tanto como el poder decir algo (lo que sea) para llenar ese espacio inocuo con un pedazo de información que atestigüe la existencia del individuo. Cuando se tienen solo 140 caracteres con una vida funcional a veces centesimal, el reflejar una ideología se convierte en un desafío que sólo quienes tienen la claridad de saberse partidarios de la misma pueden enfrentar concientemente. El resto de la población, abrumada por el solo hecho de tener un eco global a sus palabras, se engancha con la producción de solo eso, palabras, a menudo reflejo colectivo de las acciones más vanas de la vida diaria de cada individuo. En este espacio virtual el significado ha sido desbancado por la forma, que debe ser rápida, oportuna y, si tenemos suerte, al menos ingeniosa o entretenida (si es que el usuario quiere mantener seguidores a su cuenta, el nuevo gran incentivo y pieza clave de esta nueva dinámica social). Sin embargo, esos cambios que las redes sociales han producido en media década tienen un impacto global inmediato, mayor que varias otras revoluciones, con aportaciones sociales históricamente tan o más importantes que ésta, tardaron varios años en permear por el planeta. Y es quizá esa velocidad en el impacto una de las razones por las que el mundo corporativo se ha apurado a insertar las capacidades de una red social en sus propios ecosistemas. Comienza a ser una demanda popular de la empresa de hoy el tener un ‘facebook’ interno, relacionado a sus propios medios de comunicación y formación de la cultura organizacional. Chats, blogs, campañas de email y demás elementos del argot propio de las redes sociales, son hoy elementos que los departamentos de Recursos Humanos exploran y explotan, instando a los empleados a usarlos consistentemente, incluso con la misma energía con la que usan sus cuentas personales. Y si bien es verdad que para que sean relevantes, los cambios de hábitos asociados a la tecnología deben ser igualmente rápidos, quizá en este caso una pausa sea prudente. Este tipo de herramientas debe acompañarse siempre de un propósito claro y de una serie de reglas que instruyan cómo usarla para dicho propósito, pero sobre todo de una estrategia de implementación que impida que se desvirtúe su meta final, y que se encuentre alineada a la estrategia general de comunicación interna, la misma que genera cultura y comunica valores organizacionales, y que formaliza en el día a día la relación discursiva empresa-empleado. Después de todo, lo que menos quisiera una empresa eficiente es promover un foro para conversaciones carentes de fondo y llenar su espacio de trabajo (virtual y real) con frases vacías, derivadas de una nueva premisa que ya domina a las redes sociales: “Hablo, luego existo”     Contacto: Twitter: @MonsieurBastian e-mail: [email protected]

 

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