Hoy nada ni nadie escapa a la manipulación efectiva. La política no se entiende, menos aún sus mensajes; el lenguaje tradicional se ha roto. Estamos andando en arenas movedizas donde el miedo provoca terribles decisiones, y el odio, aún peores, surgiendo así las emociones violentas. Es una era de violencia sin sentido.

Aportaciones de la neurociencia

Hace tiempo que se habla de un giro neurocientífico para referirse a la tendencia dominante en prácticamente todos los ámbitos de la cultura actual, en los que “la mente” ya no es vista como un mecanismo de racionalidad ajeno a las emociones. Hoy “las emociones” toman un papel primordial en campos de los que hasta hace poco habían sido excluidas por considerarlas enemigas de la razón fría y calculadora como, por ejemplo, la Política, el Derecho o la Ética. Una de esas emociones que ha sido reivindicada por estudios de Neurociencia es la llamada “emoción política”, que acompaña a los ciudadanos cuando salen a las calles a manifestarse o protestar, y a los electores cuando acuden a las urnas a ejercer su derecho al voto o, simplemente, a emitir su opinión en alternativas plebiscitarias. La emoción política no es un sentimiento efímero, es un estado de la mente que es movida por razones, pero también por pasiones, por sentimientos que frecuentemente son avivados por el amor o el odio, por miedos o sentimientos de indignación ante posiciones políticas en juego o polarizadas. Descubrimientos de la Neurociencia ponen en evidencia que las emociones no constituyen una plaga que haya que “destruir o anular”, como lamentablemente así fueron educadas generaciones de adultos que hoy oscilan entre los 40 y 60 años, a quienes se impuso un modelo de comportamiento según el cual “los niños no lloran”, “las mujeres deben someterse a sus maridos” y “los sentimientos deben dejarse para la intimidad”. Esas absurdas ideas permearon al terreno político considerando que la democracia era absolutamente contraria al mundo de las emociones; era un sistema de diálogo, de razones. Siempre razones. Razones que ignoraban las emociones que suscitan sentimientos de aprobación, de adhesión, de indignación, de crítica, etc.

Encausar; no negar

La reivindicación de las emociones en los procesos de conocimiento y decisión ha reconsiderado su papel en la política. Después de todo ¿qué es el humanitarismo sino una emoción que nos mueve a actuar en pro de los demás? o ¿qué es el patriotismo que nos exige ciertas limitaciones en favor de nuestros conciudadanos? Todas estas emociones políticas las sometemos ‘al gobierno de la razón’, pero no para ocultarlas o negarlas, como si fuesen defecto connatural al ser humano, sino para “encausarlas”. No son vicios ni debilidades a las que debemos dominar de manera radical para liberarnos de su influjo negativo. Aunque obviamente hay emociones negativas de odio y envidia, hay otras positivas como el anhelo, la lealtad o el amor. Martha Nussbaum afirma: “a veces suponemos que solo las sociedades fascistas o agresivas son intensamente emocionales y que son las únicas que tienen que esforzarse en cultivar las emociones para perdurar como tales”. Para los convencidos de la democracia liberal es nocivo, como señala Nussbaum: “Ceder el terreno de la conformación de las emociones a las fuerzas antiliberales otorga a éstas una enorme ventaja en el ánimo de las personas y conlleva el riesgo de que esas mismas personas juzguen insulsos y aburridos los valores liberales”. También decía ella que: “Una de las razones por las que Abraham Lincoln, Martin Luther King Jr., el Mahatma Gandhi y Jawahral Neru fueron líderes políticos de singular grandeza para sus respectivas sociedades liberales es que entendieron muy bien la necesidad de tocar los corazones de la ciudadanía y de inspirar deliberadamente unas emociones fuertes dirigidas hacia la labor común que ésta tenía ante sí”.

La posverdad en el horizonte de las emociones políticas

En ese campo de pensamiento y acción emocionales cobra auge el recurso de la posverdad, como forma de comunicarse en la que se emplean medios que pueden inducir a error o simplemente a tomar una decisión en determinada dirección sin que medie la reflexión o sin que ésta se realice libre de poderosas influencias externas. La posverdad no necesariamente es una mentira, es la sobrevaloración de las emociones sobre la razón, lo cual, desde el punto de vista ético no es moral ni inmoral siempre que no se le emplee para defraudar o para inducir a error. Uno de esos medios de comunicar posverdades es el ‘priming’, un cebo cognitivo que nos colocan esencialmente en redes sociales asociando imágenes de personas o de objetos que nos provocan determinadas emociones y nos llevan “necesariamente” a tomar determinado tipo de decisiones. El primig reviste muchas formas. Por ejemplo, “LA CONTIGÜIDAD”, que es cuando vemos a una persona junto a otra que tiene para nosotros un significado especial o cuando un candidato, gobernante o personaje público se coloca real o ficticiamente (por medio de un montaje o Photoshop) junto a una imagen o signo que nos hace creer que piensa de determinada manera. Ese ha sido un recurso que se ha visto en varias campañas políticas y discursos gubernamentales donde aparecen, por ejemplo, junto a líderes espirituales o imágenes religiosas. Otra forma del priming es el de “LA SEMEJANZA”, que consiste en asociar personas que en algo se parecen a otras como si ese sesgo fuera determinante de su personalidad.  La semejanza nos lleva a pensar o a suponer que ‘el parecido garantiza identidad de criterios o de ideas’ y por esa aparente asociación, que puede ser real o no, orientamos una opinión, voto o nuestra adhesión o rechazo a determinada posición.

Priming nacionalista, caso Brexit

Muchos políticos suelen hoy esgrimir entre los votantes, no solo ‘razones de conveniencia’ para optar en una dirección determinada, sino también de ‘amor-odio’ hacia lo que resulta entrañable para el ciudadano de a pie, como es el terruño, la patria, la raza, la lengua, la tradición, el folclore, la religión o la historia común. Los creadores de la propaganda en favor del Brexit en Reino Unido emplearon el priming nacionalista, mucho más allá de la manipulación tradicional, provocando en los votantes emociones políticas de amor-odio. Amor a lo propio y rechazo (convertido en odio) hacia lo extraño, lo diferente, lo no británico. Hay quienes sostienen que la exaltación de esos sentimientos, como sucedió con el Brexit, es antidemocrático, como si acaso la democracia fuera una discusión de razones carentes de emoción o de sentimientos. Las personas no podemos escindir nuestra existencia en partes racionales y emocionales. Somos seres complejos en los que intervienen simultáneamente ‘pensamientos y sentimientos’ de manera aleatoria. Lo importante es que seamos capaces de discernir el nivel de racionalidad o de emocionalidad que ponemos en las decisiones que tomamos.

Manipulación efectiva

No obstante, existe la posibilidad de que seamos manipulados y eficazmente inducidos de manera engañosa a creer, pensar o a emocionarnos de tal manera que actuamos o decidimos en determinada dirección. ¿Hasta dónde la propaganda política o los discursos, como el nacionalista, pueden recurrir a ‘la emocionalidad’ para generar opiniones, adhesión o votos a favor o en contra? Es en estas arenas movedizas donde aparece la actual discusión en torno a la poderosa posverdad; esos mecanismos de asociación provocados por manipulaciones de imágenes o lenguajes que, asociados producen una creencia que no se corresponde del todo con la realidad. ¿Cuál es el límite del uso o abuso de esos medios para provocar sentimientos de adhesión o inducir a personas a opinar o votar en determinada dirección? Mientras tanto, la posverdad aumenta sin límites.

Miedo terrible, peor odio

El primer criterio que nos llevaría a valorar negativamente el recurso a esos medios de comunicación es ‘el miedo’. Provocar miedos no es una vía válida en ningún sentido, pues provoca sufrimiento y dolor en las personas. El miedo lleva a tomar decisiones generalmente precipitadas e incluso contrarias a lo que consideramos justo o bueno para nosotros y para los demás. Sin embargo, ‘el odio’ es la peor y más nociva de las emociones, porque implica el rechazo a cualquier tipo de reconocimiento del “Otro”. Ello conlleva la negación al diálogo, la negación al sano pensamiento y al debate reglamentado. El odio lleva, por tanto, a la violencia. Por ello, provoca emociones anti-políticas a las que no puede recurrir ningún priming ni dispositivo de posverdad alguno. La complejidad nos atrapa.  

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