“¿Por qué empecé a jugar al tenis? Porque me gusta En realidad es una especie de pasatiempo soñado que se convirtió en un trabajo. Algunas personas simplemente no entienden eso, nunca”.

Roger Federer

Siempre he pensado que el mundo de los deportes y el terreno profesional se parecen mucho y comparten valores, estrategias, modos, incluso filosofía por lo que, así como algunos empresarios sirven como punto de referencia por sus formas de proceder, algunos deportistas, a partir de su legado, son ejemplo para seguir. Al escribir sobre un ídolo, siento que me tiembla la pluma y que es necesario ser precisa para que la admiración no lleve a la pérdida de objetividad.  A los fanáticos de Roger Federer nos solía ser fácil seguirlo y admirarlo, no nada más por los resultados que consiguió en la cancha de tenis sino por sus modos, su elegancia, su amabilidad y la forma en la que siempre se condujo. Se retira de las canchas y lo hace como lo hacen los grandes, aclamado por compañeros y rivales: se llevó el aplauso del respetable. Eso es muy difícil de lograr.

Roger Federer tiene el secreto de los triunfadores a los que se les tiene una admiración genuina: le dio propósito a su labor y se dedicó a disfrutar el don que le fue otorgado.  Es ese tipo de personas que son amablemente conscientes de su buena fortuna y nunca cayó en la tentación de la arrogancia o la patanería como muchos otros jugadores que son buenos en la cancha y se olvidan de que el tenis es un juego de caballeros. Así como muchos empresarios pueden ser exitosos, pero les falta ese grado de empatía para convertirse en líderes y hay otros que como si fueran el Rey Midas saben transformar en oro las oportunidades y seguir siendo esas personas que miran al mundo sin ser presuntuosos. Es decir, este jugador suizo supo respetar su espacio de trabajo, le dio dignidad y nivel a partir de su comportamiento. Guardo el equilibrio: disfrutó y cuidó su imagen.  Era un contendiente dominante, el más grande de todos los tiempos y supo balancear su vida que parecía transcurrir sin fricciones.

Analizar a Roger Federer nos lleva a reflexionar sobre los elementos que integran a un campeón. Su estilo de juego era parte integral del beau idéal. Es curioso, Federer nunca ha sido el jugador más veloz, pero siempre fue uno de los más rápidos. Tenía una intuición especial, era capaz de levitar en ese pequeño salto de paso dividido lo suficientemente largo como para leer el ángulo, vaticinar el tiro. Es decir, hay otros tenistas más rápidos y precisos, pero él sabía leer a sus contrincantes y anticiparse. 

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Conocía sus fortalezas: nadie tenía mayor velocidad de cabeza de raqueta, o muñecas más fuertes —esas muñecas le permitieron desplegar una asombrosa gama de tiros cortados y giros, y jugar cerca, y a menudo dentro, de la línea de base—. Sus resultados lo avalan: ocupó el ranking No. 1 durante doscientas treinta y siete semanas consecutivas. Desde 2010, era ampliamente entendido como el mejor jugador en la historia del juego, y también se había convertido en el más icónico, en la encarnación no solo del tenis, sino una idea del deporte blanco. Los fanáticos de otros jugadores podían dejarse llevar por la calidad estética de su tiro. Convirtió legiones de espectadores casuales en fanáticos.

No obstante, nada es para siempre. Le pasó lo que le sucede la gente normal: los signos de la edad aparecieron, el cuerpo empezó a pasar factura. Se veían las señales:  comenzó una discusión sobre el dolor que muchas personas sentimos al ver perder a Federer. No era la primera vez, cuando Federer tenía veintiséis años y luchaba contra la mononucleosis y el dolor de espalda crónico, se hablaba mucho sobre su declive. Iniciaron los rumores de la jubilación. Pero, tenía veintiocho años y siguió dando batalla.

A los cuarenta y un años, Federer ya había pasó lidiando con dolor de espalda y una pérdida de agilidad. Probó una raqueta más grande, la rechazó, la recogió de nuevo. Logró triunfar en Wimbledon una vez más, en 2012, un florecimiento tardío de su carrera del tipo que los grandes de todos los tiempos a veces llegan a disfrutar. En 2016, después de una carrera muy bendecida por su buena salud, se sometió a una cirugía de rodilla y parecía estar cerca del final de sus días de juego. No lo era, por supuesto; ganaría tres Slams más e incluso recuperaría el ranking No. 1. Siguió dando batalla.

Lo curioso, y esto, para mí, siempre será su verdadero legado, es que esas victorias fueron tan dulces y gloriosas tanto para él como para los millones que lo amamos. Roger Federer, que una vez pareció representar un tipo de lujo que está fuera del alcance de la mayoría de nosotros, llegó a simbolizar algo más accesible, una especie de decencia soleada tan agradecible en estos tiempos. Trataba bien a la gente, en público y entre bastidores. Abrazó su éxito y buena fortuna. “Estoy feliz de no tener flashbacks en momentos difíciles de mi carrera”, dijo en una conferencia de prensa antes de su último partido, en la Laver Cup. “Veo más la felicidad, yo con trofeo, yo ganando, ganando momentos, y estoy feliz de que mi cerebro me permita pensar de esta manera, porque sé que no es fácil empujar, a veces, las derrotas y esas cosas”. Se presentaba como una forma admirable de estar en el mundo. Amaba su vida: amaba los viajes, la competencia. Le encantaba amarrarse las agujetas de los zapatos antes de los partidos, y le encantaba el tiempo con su familia, las tradiciones. Amaba a la gente. 

Llegan las nuevas generaciones —de jugadores, de ejecutivos y de empresarios— pisando fuerte. Muchos romperán los récords que sus antecesores dejaron y alzarán las copas de sus triunfos. Así es y así siempre han sido los cambios de estafeta. No obstante, nadie puede ni podrá negar que fue algo notable cuando Federer comenzó a establecer récords,  a pesar de que en poco tiempo comenzaran a caer. 

Es verdad, Rafael Nadal tiene el récord de más majors ahora, con veintidós; Novak Djokovic está justo detrás de él, con veintiuno. Federer, con veinte, sobrevivió a su propia grandeza, lo que, en mi opinión, sólo aumenta el caso para ello. “Para mí, se trataba de cómo manejé mi horario, si era feliz dentro y fuera de la cancha, ¿me gustó mi vida en la gira?”, Dijo durante su conferencia de prensa final, cuando se le preguntó sobre cómo se sentía acerca de dónde se encontraba en el debate más grande de todos los tiempos. “Y lo hice. Creo que tuve el mejor de los momentos”. No hay quien pueda argumentar en contra de ello.

Es por ello por lo que Roger Federer es un referente: se forjó en las canchas, con una raqueta en las manos y se trascendió a sí mismo. Ahora veremos al emprendedor que organiza torneos, al empresario que sabe cómo generar utilidades, al altruista que es embajador de iniciativas de responsabilidad social en el mundo. Eso es Roger Federer, no sólo en el tenis sino en muchos más ámbitos y en más diversos escenarios. Seguiremos sabiendo de él, es de esas estrellas que brillan, no de las que se opacan.

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