Nunca me había detenido en esos aspectos de su vida, digamos, más íntimos y personales, así que decidí hurgar en los recuerdos del director de orquesta Sergio Cárdenas, hoy, cuando vive “un momento cúspide de madurez musical”.   “Qué fascinante historia”, recuerdo que pensé, mientras escuchaba su relato. Le había pedido a Sergio Cárdenas que me contara sus recuerdos de infancia, sus inicios en la música; en fin, cómo se había decantado hacia la dirección sinfónica. Mientras iba desvelando fragmentos de su vida, yo no dejaba de repetir, para mis adentros, frases como “qué increíble”, “qué fascinante”, “qué historia de éxito”. Verán: no era la primera vez que charlábamos; sin embargo, sí era la primera vez que hurgaba en sus recuerdos. Habíamos conversado del fenómeno del sonido, de álbumes publicados por él, de su faceta como compositor, de su postura política y estética, de su incursión en la escritura; empero, nunca me había detenido —en el tiempo que llevo conociéndole— en estos aspectos de su vida, que eran, digamos, más íntimos y personales. De cierta forma, tenía la impresión de que conocía esos detalles de su vida. Supongo que tenía que ver con la información que entonces había leído sobre él en recortes de periódicos y revistas. Datos que, con el tiempo, habían sido reforzados por las facilidades actuales de la web.
Extensa, y rica, y prestigiosa trayectoria.

Extensa, y rica, y prestigiosa trayectoria.

Pero eran eso (son eso): datos e información que daban cuenta del “qué” y no del “cómo”. Semblanzas breves, o biografías abrumadoras —de páginas y páginas, de caracteres y caracteres— que resumían (resumen) la extensa, y rica, y prestigiosa trayectoria de Sergio Cárdenas. Porque, en efecto, no hay que darle muchas vueltas: hoy por hoy, él es, sin temor a equivocarme, el más sobresaliente director de orquesta que tenemos en México. Su extensa trayectoria así lo avala. De hecho, no hay en este momento, en nuestro país, un director con su historial. Veamos. Sergio Cárdenas es director de orquesta, compositor, director de coros, y profesor. También es articulista, ha escrito libros, traduce poesía, y ha sido un incansable promotor cultural (por ejemplo, dirigiendo festivales, así como ciclos de música de cámara). Desde hace 40 años —sí, ¡40 años!— ha ejercido de director sinfónico. Ha estado al frente de la Sinfónica de la Universidad de Música Mozarteum, de Salzburgo, Austria (1975-1979); de la Sinfónica Nacional (1979-1984); la Sinfónica de Hof, Alemania (1985-1989); de la Filarmónica del Bajío / Filarmónica de Querétaro (1986-1997); Orquesta Sinfónica de El Cairo, Egipto (2003-2004); y Orquesta Sinfónica Estanislao Mejía de la Facultad de Música-UNAM (2005 a la fecha). Además, como director huésped también ha dirigido notables agrupaciones orquestales; entre ellas la Philharmonia Orchestra (Londres), y las Filarmónicas de Munich y de Stuttgart (Alemania), las Sinfónicas de Radio Leipzig (Alemania), Cracovia y Katowitz (Polonia), y la Orquesta de Cámara de Lituania. Y no sólo eso: el catálogo de sus composiciones abarca alrededor de 120 obras para diversas combinaciones instrumentales y/o vocales, que, en su mayoría, han sido ya estrenadas, al igual que otras tantas también ha sido ya grabadas. Todo esto lo ha logrado sin perder un ápice de sencillez, generosidad, afabilidad. Características que lo describen de cuerpo entero hoy, y, de cierta manera, desde que caminaba en la árida Ciudad Victoria (Tamaulipas) de su infancia, en donde nació en 1951. Porque fue justamente ahí, en su ciudad natal, y siendo todavía un púber, donde hizo su debut hace ya cinco décadas, dirigiendo un coro infantil —organizado ad-hoc— para el anual concierto de Navidad de la Iglesia Nacional Presbiteriana Luz y Salvación. Porque fue justamente ahí —en aquella ciudad hoy lejana— donde comenzó todo para él, y donde comienza (para nosotros) esta historia… Eso sí: lo primero que dijo el maestro, cuando le pedí que me rememora aquellos primeros pasos, fue toda una declaración de intensiones: Por razones que yo ni entonces ni ahora me he explicado, y que entiendo como la manifestación de una necesidad interior, siempre quise hacer música. Éstas fueron sus primeras palabras, como para dejar en claro y patente su pasión por lo que hace. Unos segundos después, se dirigió ya hacia el pasado: ¿Sabes, José David? —me contó—, yo provengo de una familia que, durante largo tiempo, fue de escasos recursos. Se podría decir, incluso, que llegamos a estar en una situación de extrema pobreza, en serio. Nosotros apenas teníamos colchones para acostarnos… Aun así, mi madre hizo un enorme esfuerzo y me llevó, cuando tenía 8 o 9 años, con una señora que enseñaba piano, para ver si me daba clases. Ella le preguntó a mi madre si teníamos piano en la casa, y, como le dijo que no, simplemente le respondió: “Entonces, no me interesa.” Dicho esto, hizo una pausa para darle un trago a su bebida. (Estábamos en una cafetería, así que el bullicio en el lugar subía y bajaba en intensidad, de manera bastante caprichosa.) El maestro continuó: así que ahí se acabó toda la historia con ella —dijo, y esbozó una sonrisa irónica—; lo interesante del asunto —prosiguió— es que había estado yo asistiendo a muchos ensayos de un coro que se formó en esa época. Mi madre me llevaba con frecuencia a escuchar esos ensayos, porque en el desierto cultural que era Victoria en aquel entonces, ¡un desierto total!, era lo único que había que no fuera la pachanga, la borrachera o cosas por el estilo. Yo tendría unos 10 años. De tanto asistir, y de tanto estar oyendo, me aprendí muchísimas obras, coros de ópera, villancicos navideños… ¡Y todo de oreja!, pues no sabía leer notas ni nada de eso, ¿lo puedes creer? Yo iba a decirle que sí, pero sólo balbucí un tímido “¡wow!”. El maestro siguió su relato: Pero entonces, un día, en el verano de mis 14 años, la que era directora del coro en nuestra iglesia emigró, se fue a Matamoros… donde había encontrado trabajo. Así que, de pronto, nos quedamos sin coro, lo cual nos dejó un poco vacíos porque cantaban en Semana Santa, Navidad, en domingos. Y lo más alarmante: la gente se dio cuenta de que nos habíamos quedado sin coro para el concierto navideño… Fue ahí, y así de la nada, que dije: “Yo organizo un coro.” Aquí le interrumpí: ¿No le sorprendió que le dejaran hacer eso? ¡Por supuesto! —expresó, con una sonora carcajada, el maestro Cárdenas—. Pero lo que más me sorprendió —continuó narrando— fue verme a mí organizando un coro, así, sólo de oreja. “A ver, ustedes serán primera voz, y ustedes segunda.” Yo tenía 14 años, y estaba dirigiendo un grupo de 20 o 25 chicos y chicas que tenían, de igual manera, 13 o 14 años. Yo nunca había estudiado música. Nunca me había dicho nadie cómo se dirigía un coro. Nada… Yo creo que fue una reacción, quizás inconsciente, de seguro que espontánea, a una necesidad personal. Y, eso sí, estoy convencido de que esa necesidad radica en todo ser humano, de una u otra manera. Me pareció prudente volver a interrumpir: ¿A qué necesidad se refiere, maestro? A la necesidad —dijo, con voz suave— de llegar a esos niveles del misterio, de lo indescriptible, de lo inasible, de lo que es fugitivo, de lo que queda tanto tiempo en nosotros a pesar de esa fugacidad, que es lo que nos sostiene interiormente…

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Durante una hora o así, Sergio Cárdenas fue contándome algunos de los pasajes más significativos de su niñez, adolescencia, sus sueños o aspiraciones. Lo hacía con tanta gracia y honestidad, que en un momento pensé: “Si verlo dirigir es un deleite, platicar con él también lo es.”
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Al final, no fue político ni pastor.

Por ejemplo, me contó cuando un procurador —¡y no una vidente!— le auguró un futuro promisorio. Fue después de haber organizado una kermés para juntar algo de dinero y mandar a hacer un busto de don Justo Sierra —uno de los personajes más influyentes de la historia moderna de México—, ya que su colegio llevaba ese nombre. No teníamos ninguna figura de él —me dijo, con una sonrisa, Sergio Cárdenas—, así que me pareció lógico encargar una. Yo tenía 15 años. Desde luego, invitamos al gobernador del estado para inaugurarla, pero no pudo ir; mandó al procurador de justicia. Recuerdo que leí un discurso. Al final de la ceremonia, se me acercó y dijo: “Oiga, usted va a ser gobernador del estado.” Y yo: Pero, ¿por qué dice eso? Y él: “Pues por lo que acabo de ver, por lo que ha hecho, y luego ese discurso. Usted es político.” ¡Imagínate eso! Dijo esto, y soltó una carcajada contagiosa. Cincuenta años después de aquella predicción, para fortuna nuestra, Sergio Cárdenas no es un político, tampoco un pastor. En un momento de su adolescencia, me contó, pasó por su mente convertirse en uno. Sucedió cuando llegó aquí, a la Ciudad de México, para tomar un curso de verano en el Seminario Presbiteriano. Descubrí, para mí, que yo quería ser pastor (en la iglesia protestante). Y empecé a enfocarme en eso —recordó Sergio Cárdenas con cierta añoranza—. Así que, para empezar, quise entrar al Seminario. Pero necesitaba terminar la preparatoria, ya que es nivel licenciatura… Sin embargo, también en el Seminario había cursos de música sacra. Medité: “Seguramente la música, el día que yo ya sea pastor, me va a ayudar en mi trabajo.” Y no sólo esto: como ya había dirigido el coro, y cantaba mucho en coro, me metí. Así fue como comencé a estudiar música, a los 16 años. Por lo menos para mí, llevaba diez años de retraso. Lo que pasó después fue vertiginoso. Tras iniciar de manera formal sus estudios musicales en la Escuela de Música Sacra del Seminario Teológico Presbiteriano, continuó en el Westminster Choir College, de Princeton, donde se licenció en la especialidad de canto, para después obtener su maestría en dirección coral. De igual forma, Sergio Cárdenas se graduó en dirección orquestal de la famosa Universidad de Música Mozarteum, de Salzburgo. Y continuó su preparación al asistir a cursos de perfeccionamiento musical en dirección orquestal impartidos por Herbert von Karajan, Witold Rowicki y Sergiu Celibidache. (Una triada, en efecto, monumental.) ¿Sabes, José David?, a lo largo de mi vida han habido decisiones importantes que he tenido que tomar, algunas de ellas verdaderamente determinantes —me dijo, en un momento dado, Sergio Cárdenas—. Cuando estaba terminando la carrera de dirección orquestal, por ejemplo, recibí una carta de mi padre en la que decía que la situación económica de la familia estaba por los suelos… Me pedía que yo regresara, para que me pusiera a trabajar en la papelería que tenía, ¡y que dejara todo! No fue fácil, pero le dije no… Sé que fue la decisión correcta. Tenía ya una maestría, y estaba a punto de terminar la especialización en dirección orquestal. “Papá, lo siento mucho. Con todo el dolor de mi corazón, no voy a regresar… No voy a dejar esto”, le escribí… El maestro Cárdenas, entonces, hizo una pausa. Yo iba a comenta algo, pero dejé que continuara. El día que me titulé —prosiguió—, el día que fui a recibir mi título como director de orquesta, el rector de la entonces Escuela Superior de Música y Arte Dramático Mozarteum (hoy Universidad de Música Mozarteum), me dijo: “Hemos decidido ofrecerle la dirección titular de la orquesta de la institución.” Tenía 24 años. Iba a ser director de orquesta titular. Y en la ciudad donde nació Mozart… ¿Y dónde quedó lo de ser un pastor?, balbucí, tratando de no interrumpirle. El maestro soltó una carcajada. Luego, dijo: Bueno, de pronto me quedó claro que mi vocación estaba en otro lado. Eso sí: nunca me propuse ser director de orquesta, así, como tal. Las cosas me fueron guiando, y ahí caí… Esto me llevó a plantearle un punto fundamental (o eso me parecía): ¿Cualquiera puede ser, entonces, director de orquesta? El maestro movió la cabeza de un lado a otro. No —dijo—. Definitivamente no. Volví a la carga: ¿Se nace, entonces, para ello? El maestro se quedó pensativo. Yo creo que, en gran medida, sí —dijo, al cabo de unos segundos—. Y se puede depurar siempre. Pero no cualquiera puede serlo. A mí me encanta la pintura; sin embargo, ni remotamente voy a ser pintor… Sé mucho de pintura, y tengo amigos pintores, pero no por eso me pondré a pintar, aspirar a ser uno de ellos. Eso no puede ser. Alguna vez entrevistaron a la esposa de un famoso cantante, quien, de un día a otro, se puso a dirigir escena en producciones operísticas. Un día le preguntaron: Usted, ¿dónde estudió dirección de escena? Ella respondió: “Yo no necesito estudiar, yo he visto muchas óperas. Con eso me basta.” O sea, ¿yo puedo ir al hospital todo los días y con eso convertirme en un cardiólogo? ¿De qué estamos hablando?

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Creo que no lo he dicho: el motivo principal que nos había impulsado a buscar al maestro Sergio Cárdenas, es que varias efemérides que están marcadas en su biografía artística se han ido cumpliendo en 2015. Por ejemplo, sus 10 años de profesor titular de carrera en la hoy Facultad de Música de la UNAM, y como director artístico de su Orquesta Sinfónica (la Estanislao Mejía). Asimismo, cumple 30 años de haber ganado el concurso para ocupar la dirección titular de la Orquesta Sinfónica de Hof (Alemania). También 30 años de su debut como director huésped de la legendaria Staatskapelle Weimar (Orquesta Estatal de Weimar, Alemania), y los mismos 30 de su debut como director huésped de la Filarmónica de Cámara de Polonia, con la que ha grabado tres álbumes con obras de su autoría. De igual manera, cumple 40 años de haber sido designado director titular de la Orquesta Sinfónica de la hoy Universidad de Música Mozarteum, de Salzburgo. Y claro, los 50 de su debut como director (con aquel coro juvenil en su terruño). Así que, en cierto momento, le pregunté por todo esto, qué sentía, en qué etapa de su vida y de su carrera él sentía que se encontraba. Y, sobre todo, si pasó por su imaginación, hace 50 años, estar en el lugar en el que hoy está, convertido ya en el más sobresaliente director de orquesta de nuestro país. Gracias, dijo el maestro Cárdenas, con una cálida sonrisa, tras decirle esto, y se quedó en silencio unos segundos. Yo aclaré: No dije el más famoso, que para eso están los relacionistas públicos y el dinero familiar aquí en México, sino alguien con su historial y su trabajo. El maestro asintió, y soltó una carcajada. Entiendo a qué te refieres, dijo, y volvió a guardar silencio. Yo creo…, comenzó a decir, y se detuvo. Yo siento…, empezó a decir de nuevo, y volvió a interrumpirse. Miró de reojo por la ventana, y luego me miró. Yo estoy convencido —dijo, una vez que halló las palabras exactas— de que me encuentro en un momento cúspide de madurez musical… (Lo dijo en un tono suave, sin pretensión alguna.) Al mismo tiempo —añadió—, tengo la sensación de que, al menos en México, me siento sobrado; es decir, como que esta conciencia que tengo del momento en el que me encuentro es algo que aquí, en este país, no interesa. O sea, yo le sobro al país. No soy alguien que aquí se necesite o que sea reconocido de alguna forma… O, mejor dicho, cuyo trabajo verdaderamente sea apreciado. Dijo esto, y se llevó el vaso a sus labios. Bebió. (Supongo que vio la confusión en mi rostro, porque se apresuró a continuar.) La UNAM, en efecto, me ha dado mucha confianza, ha confiado en mí, y lo sigue haciendo —me explicó—; hemos tenido grandes proyectos para este año, y el que sigue ya se está armando. Por lo pronto, tenemos ya la invitación a Berlín para el siguiente año. A diferencia de la Mata, de la Sinfónica, y todas esas orquestas que van y compran las salas para poder tocar en Europa, a nosotros nos invitan… ¡Yo no he pagado ni un centavo para poder tocar en Europa! Así que el resultado que tuvimos en la presentación del año antepasado fue de tal magnitud, que nos han vuelto a invitar para 2016. Ya se están vendiendo las entradas. Y para mi fortuna, y para fortuna de la UNAM y de la Facultad de Música, el concierto ya se incluyó en el programa oficial de México, ya que 2016 será el año dual México-Alemania. Espero que no haya broncas políticas que puedan echar abajo esto, aunque estoy un poco tranquilo porque la invitación vino directamente de Alemania. Me pareció prudente volver interrumpirle: ¿Cree que eso pueda ser factible, aún? El maestro dibujó una sonrisa sarcástica. (A mí me dio la impresión de que me miró con tono compasivo, o quizá ternura.) Tú y yo sabemos, José David, que en este país todo es posible —respondió casi de forma inmediata—. Tú sabes que viví el ostracismo total cuando tuve que dejar la Sinfónica Nacional, cuando tuve que salir de Bellas Artes por presiones políticas. Yo tenía varios contratos para dirigir algunas orquestas del país… pero, en cuanto se supo que yo había tenido que salir de la Sinfónica, se vinieron abajo todos esos contratos apalabrados, y las invitaciones. Había caído de la gracia del sistema, de alguna manera… Y no vamos a hablar de si fue justo o injusto; simplemente alguien decidió que yo tenía que salir y, ¡pum!, se acabó la historia. Sin embargo, en este caso, insisto, la invitación vino de Alemania. Eso me deja más tranquilo. Además, sería un error, un suicidio, hacerlo —prosiguió el maestro Cárdenas—… Porque el éxito que conseguimos fue abrumador. Si de algo estoy orgulloso, es de la creación de esa orquesta con la que fuimos a Berlín; le demostré a todo mundo qué se podía hacer con chavos mexicanos, formados aquí; demostré que se podía armar una orquesta de altísimo nivel, mucho mejor que las otras… esas que están llenas de extranjeros y con mediocres directores extranjeros y demás… Aunque el día era sumamente agradable, y nuestra conversación lo era aún más, decidí pedirle una reflexión última: ¿Cuáles son los retos para Sergio Cárdenas? Seguir adelante, José David —respondió—. Es eso: seguir adelante —repitió—, no perder esperanzas, y seguir trabajando con la integridad con la que he hecho mis cosas. Ojalá para el siguiente año, después de ir a Alemania con la Orquesta de la Facultad, se puedan encontrar unos mecanismos de apoyo que hagan posible, de verdad, un trabajo serio y a fondo. Que no nos suceda lo mismo, ya que luego del tremendo éxito que tuvimos en Alemania, y también por el interés de los chavos, estuve tocando todas las puertas posibles para que se pudiera mantener el grupo. Fue imposible, a nadie le interesó apoyar un proyecto de esa naturaleza. A nadie. Hizo, entonces, una pausa. Y finalizó: Hay que hacer un trabajo serio, hay que hacer un trabajo a fondo, que tenga que ver con este potencial tremendo que tiene la juventud mexicana en la música. Ya que a pesar de la crisis que tenemos, cada vez existe una mayor demanda en este tipo de manifestaciones. Porque esas necesidades interiores encuentran su cauce, su camino, su vía, en justo estas manifestaciones que les permiten llegar a otras riquezas que su contexto social no se los da.
Nota bene: El mismo Sergio Cárdenas lo escribió hace unos días en su blog: “La primera vez que me presenté como director concertador en la Ciudad de México al frente de un ensamble musical profesional, fue el 18 de junio de 1977 en la Sala Nezahualcóyotl de la UNAM, dirigiendo el oratorio sacro Mesías, de G. F. Haendel.” La noticia es que lo hará de nuevo: en la misma sala, el viernes 4 de diciembre (de 2015), conducirá la misma obra —joya de la literatura universal— con el Coro del Seminario Teológico Presbiteriano de México y con la Orquesta Sinfónica Estanislao Mejía de la Facultad de Música-UNAM. Será a las 20:30 horas. Más información…
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