El triángulo simulación-corrupción-impunidad le da respetabilidad a la expoliación, a los llamados derechos adquiridos, al abuso y, por lo tanto, al atraso en que vive el país.   Un empresario se presenta ante la oficina de inspectores de la Secretaría del Trabajo para preguntar sobre una multa que recibió. El encargado de la oficina le explica que el inspector visitó su empresa y encontró que las rayas pintadas en el piso eran de nueve centímetros, en tanto que el código establece que deben ser de 10. Esa violación conlleva una multa de 16,000 pesos que debe ser pagada en los siguientes 30 días, pero el encargado le informa que existe un procedimiento de inconformidad y que es fácil ganarlo porque el código tiene distintas medidas para esas rayas dependiendo de la parte del código que se aplica. Acto seguido, se acerca una persona que estaba sentada a un lado del escritorio de la recepción y le ofrece al empresario representarlo en el procedimiento de inconformidad. Se mueven a una esquina y el presunto abogado le informa que es fácil ganar la querella y que le cobra 5,000 pesos por el procedimiento. El empresario acepta a regañadientes y en 24 horas se resuelve el caso por módicos 5,000 pesos. La celeridad del procedimiento hace pensar que se trató de una celada, un procedimiento concebido para extorsionar. La simulación es el pan de cada día. A unos los extorsiona el crimen organizado, a otros inspectores gubernamentales, pero el acto de extorsionar no es distinto. En ambos casos, la asimetría de poder es tal que el ciudadano común y corriente no tiene más alternativa que apechugar. La extorsión por parte de la burocracia goza de un halo de legitimidad pero no es distinta de la otra: ambas están diseñadas para encarecer los costos de la operación de los negocios lo suficiente como para no matarlos. Lo interesante del caso gubernamental es la simulación que lo caracteriza: el disfraz de legalidad que adquiere un acto de flagrante abuso. Ejemplos de simulación sobran. Un médico amigo mío, que realizó su servicio social en una población del Estado de México, enfermó de sarampión. Sin embargo, el gobierno del estado informó unos meses antes que esa enfermedad se había erradicado de la entidad, razón por la cual el caso no podía existir. Acto seguido, una ambulancia lo llevó a su casa con un certificado de terminación del servicio, aunque faltaban meses para concluirlo. La legislación en materia de telecomunicaciones, supuestamente orientada a generar mayor competencia en el sector, no ha impedido que se siga “consolidando” la industria, es decir, que los jugadores dominantes compren a sus competidores menores. Por años, la CFE empleó la consigna de “empresa de clase mundial” para describirse. El único problema es que era única en su liga porque no era competitiva en ninguno de los rubros relevantes con que se mide a la industria. Por suerte, Pemex no ha tenido la audacia de adoptar semejante punto de comparación, quizá reconociendo que una simulación de ese tamaño ni siquiera sus propios próceres la podrían tolerar. Ahora, en temporada electoral, nos encontramos con que es la etapa de los chapulines: políticos que abandonan los puestos para los cuales fueron electos, en aras de conseguir un nuevo puesto. La responsabilidad adquirida en la elección anterior es lo de menos: lo importante no es si el vaso está medio lleno o medio vacío sino estar dentro del vaso. Algunos funcionarios tienen la necesidad imperiosa de tener un nuevo puesto porque así quedan protegidos con el fuero legislativo de las fechorías que practicaron en el anterior. El caso es que no existe compromiso alguno con la ciudadanía a la cual prometieron gobernar (es un decir) o representar. Lo importante es tener un puesto. Todo el resto es simulación. La simulación es la esencia de la política mexicana. El discurso dice democracia pero es despotismo; en la retórica se propone representación pero el objetivo es enriquecimiento individual. La ciudadanía, el progreso económico y el bienestar del país es lo de menos: lo relevante es mantenerse en el círculo del poder y la corrupción. Lo asombroso es la facilidad con que el PAN y el PRD se mimetizaron con el PRI, el viejo y el nuevo. El triángulo simulación-corrupción-impunidad le da respetabilidad a la expoliación, a los llamados derechos adquiridos, al abuso y, por lo tanto, al atraso en que vive el país. Un país que vive en y de la simulación no es un país que pueda moverse o que pueda lograr el desarrollo. Hay contradicciones que simplemente no aguantan escrutinio alguno.   Contacto: Twitter: @lrubiof   Las opiniones expresadas son sólo responsabilidad de sus autores y son completamente independientes de la postura y la línea editorial de Forbes México.

 

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