El 22 de junio de 1997 llegué con mi acostumbrado voceador a comprar los periódicos del día. En aquel entonces La Jornada, Reforma, El Universal. La portada en todos, las ocho columnas, era la noticia de la muerte de Fidel Velázquez, líder vitalicio -40 años al frente- y creador de la CTM (Confederación de Trabajadores de México) en 1936 al lado de Vicente Lombardo Toledano -a quien traicionó casi inmediatamente creada la CTM con ello eliminando las ideas de ‘izquierda’ del máximo órgano concentrador del sindicalismo nacional-, así como cofundador del PNR (Partido Nacional Revolucionario), hoy PRI. Recuerdo que La Jornada tenía una gran imagen de Fidel en la portada y que al verla le dije al voceador, un chavo de no más de 16 años, que ‘por fin’ se había muerto. En aquel entonces, la CTM y el PRI continuaban siendo una parte fundamental de la nomenklatura mexicana. La CTM reunía al sector obrero alrededor del PRI con ello aportando los volúmenes de votos necesarios para hacer creíble una elección, obviamente a cambio de prebendas gremiales -prestaciones, plazas heredables, jubilaciones tempranas, instalaciones de todo tipo- y por supuesto personales… las que convertían a los representantes obreros en parte fundamental del sistema, cómplices a modo dependiendo del voto político del momento. Entonces todo mundo sabía quién era Fidel Velázquez, por lo que le pregunte al voceador que opinaba. Me contestó que él quería ser como Fidel cuando fuera grande. ¿Líder de los trabajadores? pregunté. No, político para hincharme de ‘lana’. Pero un político no entra a la política por esa razón, lo hace porque cree que tiene algo que aportar en beneficio de su comunidad, de su país, no entra por dinero. ¿Y a poco cree que este ‘pinche ruco’ lo hizo por eso? me dijo con un gesto de ‘ya vas’ mezclado con ‘que ingenuo, pobre’, y una pizca de ‘no me choree’. Después de un brevísimo silencio concedí la plática. Desde siempre los sectores políticos de nuestro país han sido especies modernas de tlatoanis a quienes se respeta básicamente porque tienen dinero. Ese es el límite máximo al que aspira la clase política y que ha contaminado a nuestra sociedad hasta el grado de ser el límite al que aspira la mayor parte de la población. Tener dinero. No es cómo, no la aportación de una idea o negocio que produzca ingresos saludables. ‘Hincharse de lana’ es el fin. Y los políticos perfumados, con trajes de cortes impecables -sin importar cuan contrahecha sea la percha-, rasurados, correctamente humectados y con siempre un ‘entourage’ de disponibles incondicionales, son el ejemplo máximo de aspiración. Si bien con hombres de carácter fuerte y con ideas más o menos claras del país que imaginaban para las siguientes generaciones, los políticos a lo largo del siglo XX y hasta el último tercio, eran personas que se esforzaban por cultivarse, por seducir a sus interlocutores, por efectivamente crear estructuras funcionales tanto en obras como en servicios, que fueran la garantía de su trascendencia, de su legado. La importancia de un buen trabajo era la garantía de inmortalidad, el resultado le daba al político su legado. Así, la infraestructura creada en México entre 1930 y 1970 fue una infraestructura de alta calidad, de proyectos desarrollados con profesionalismo incuestionable y que daban al político la oportunidad de generar ingresos propios a partir de comisiones y prebendas que los proveedores sabían eran necesarias, pero que eran concebidas como gestos de generosidad, de admiración y reconocimiento al político, de ninguna manera una simple y vil mordida. Los políticos de esos años hicieron grandes negocios en diversas áreas necesarias para el desarrollo del país: telecomunicaciones, bancos, transporte, generación de luz, agua, el desarrollo de la industria petroquímica, carreteras, aeropuertos, puertos marítimos, telefonía, bienes raíces, hotelería, etcétera. Con ello, el político entonces, además de ser un protector de la comunidad, era un abnegado hombre de negocios que entregaba su conocimiento y dinero al gran riesgo de construir un país. Y todos agradecíamos y veíamos con admiración a los grandes prohombres que el país producía. El éxito de los políticos consistía en mantener un establishment impenetrable con acceso a sólo una pequeña parte de la población que se destacaba por su linaje ‘revolucionario’, por su linaje económico, o por su capacidad de ganarse a los señores de los linajes gracias a sus simpatías, sentido del humor, tolerancia a la humillación, servilismo desproporcionado, y cuidado de las indiscreciones del licenciado. En el último tercio del siglo XX, específicamente 1970 el modelo se fracturó cuando no comprendió que era momento de cambio social. El movimiento social de 1968 era la consecuencia natural de la mecánica fluida de los tiempos, el éxito de las políticas sociales y económicas que tenían al país con una económica estable, en crecimiento, y con una sociedad más o menos igualitaria, era la propia fuerza que abría a México al mundo y, por consiguiente, a nuevas formas de relación entre la gente y el poder. La cancelación rotunda del movimiento de 1968 fue la fractura evolutiva del sistema político mexicano que, a partir de ese momento, tuvo que recurrir a formas de gobierno reaccionarias que hundirían al país hasta nuestros tiempos. La fractura del sistema provocó una apertura indispensable para justificar el ejercicio del poder con la máscara de la democracia, y ello provocó que nuevas personas, con nuevos perfiles, y sin el conocimiento a fondo de las reglas del establishment, rompieran la armonía institucional, a través de la anomia, según Merton, en la que -descubrirían los nuevos allegados- los objetivos sociales no corresponden a los medios legítimos por los cuales lograrlos. Esta búsqueda de los objetivos sociales – ‘hincharse de lana’- para los nuevos incrustados en el servicio público significó comenzar a lucrar con las obras y servicios de maneras más burdas y poco a poco menos exigentes en cuanto a calidad y garantía para la posteridad. Entre 1970 con el disfraz de estatización que utilizó Luis Echeverria para hacerse de bienes raíces en Cuernavaca, Cancún, Ixtapa, a donde se destinarían los recursos turísticos de su gobierno, a la hoy descarada adjudicación de ‘licitaciones’ a grupos completamente cerrados y afines al gobierno en turno, en donde la calidad del trabajo no es tan importante como el monto de dinero a repartir, el sistema político mexicano ha actuado como un grupo con todas las características delincuenciales de cualquier organización criminal. Edwin Sutherland en su Asociación Diferencial sostiene que a través de la interacción con otros individuos -dedicados de lleno a la actividad delincuencial que define a su grupo-, el individuo ajeno ‘aprende valores, actitudes, técnicas y motivos para el comportamiento delictivo’. Así, la acción ‘desviada’ del grupo define nuevas fronteras morales al tiempo que entrega los argumentos que justifican su comportamiento y que Matza y Sikes, al participar en el estudio para la Asociacion Diferencial de Sutherland, definieron como Técnicas de Neutralización a través de los siguientes métodos:
  • Negación de responsabilidad: “no fue mi culpa”.
  • Negación de la afectación a un tercero: “no es para tanto, tienen y les sobra” (dinero, por ejemplo).
  • Negación de la víctima:se lo merecían (los afectados) de una forma u otra”.
  • Acusación a los acusadores: “en mi situación tu hubieras hecho lo mismo”.
  • Servicio a lealtades superiores: “tenía un compromiso moral mucho más grande”.
La necesidad de estas Técnicas de Neutralización, afirman Matza y Sykes, son, por otro lado, y como posible solución a nuestra emproblemada realidad, signos de que aquellos que las utilizan son conscientes de sus obligaciones morales y por lo tanto tienen una obligación moral para con ellos mismos contra sus actos ilegales. Pero más de 40 años de recibir el mensaje constante que configura la realidad sin castigo ni consecuencias de nuestro sistema político, si no convencieron a un voceador de 16 años en 1997, menos lo harán ahora en la era de la información selectiva en donde la Asociacion Diferencial es un acto de absoluta conciencia. Esa conciencia, es la que debemos comenzar a trabajar. Fuentes: Differential Association. Edwin Suherland y Delinquency and drift. David Matza, Gresham Sykes.   Contacto: Correo: [email protected] Twitter: @lgsrock101 Facebook: Rock101 Página web: Rock101online.mx Las opiniones expresadas son sólo responsabilidad de sus autores y son completamente independientes de la postura y la línea editorial de Forbes México.

 

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