El futbol es cosa seria, aunque lo que pese en las canchas y sus alrededores no siempre nos guste. El encuentro entre las selecciones de México y de Argentina fue visto por 40. 5 millones de espectadores en la televisión abierta. 21.1 millones para Televisa Univisión y 19.4 millones para Tv Azteca.

Es la transmisión con mayor alcance en la historia de la televisión mexicana.

Hace algunos años, Juan Luis Cebrián escribió, en “El Tamaño del Elefante”, que los medios de comunicación, incluidos la prensa escrita, tenían que entender y aprender de los reflejos de las audiencias en lugar de condenarlos. 

En efecto, la congregación de espectadores puede estar dando cuenta de muchas cosas, pero una de ellas es que se requiere de emoción, competencia y de un horizonte en el que se puedan relatar historias que se desprendan de la crudeza de lo cotidiano y no porque el futbol no sea duro, sino porque alberga y se robustece con la posibilidad misma que genera. La duda misma es un aliciente. 

Héroes y villanos, rudos y técnicos, limpios y sucios. De todo hay en los 90 minutos reglamentarios de un juego profesional. Pero además, todo ello tiene una magia especial cuando los futbolistas portan la playera nacional.

La expectación era mucha. Estaba en juego la posibilidad misma de la continuidad de los argentinos en el Mundial de Qatar y parecía una oportunidad para que los mexicanos hicieran historia. 

Ocurrió lo que suele ocurrir con la selección mexicana, desilusionó, en parte porque solemos creer en la factibilidad de romper con las predicciones, de hacer a un lado las estadísticas, buscando que la excepción confirme la regla. Son décadas de entender las posibilidades futbolísticas de esa manera. 

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Argentina y México se han enfrentado, en copas del mundo, en cuatro ocasiones. En Uruguay, en 1930, la escuadra nacional cayó por seis tantos contra tres; en Alemania, en el 2006, los argentinos metieron dos goles y los mexicanos lograron descontar uno; en Sudáfrica el marcador resultó con tres goles para Argentina y uno para México; en Qatar, apenas el sábado, el marcador fue de dos a cero, poniendo al Tri en severos aprietos, al grado de que podría ser que no se pase a la siguiente ronda, algo que no ocurría desde 1978. 

Pero el equipo nacional saltará a la cancha este miércoles contra Arabia Saudita. Hay que meterles goles y en estos tiempos es de lo que escasea el equipo. Matemáticamente aún es posible ir al cuarto partido, aunque depende de factores que lo hacen difícil. 

Frente a ello, nos volveremos a emocionar, aunque alberguemos al pesimista que nos acompaña en cada justa mundialista y que suele decirnos, aunque sea en secreto: “se los dije, advertidos estaban”.

 A pesar de los hechos, de jerarquías futbolísticas, cada cuatro años volvemos a soñar. ¿Está mal esto? No lo creo, el problema es que el futbol mexicano no acaba de encontrar la fórmula para enmendar los errores y ser más competitivos. 

En una suerte de ilustración optimista, solemos predecir que ya será para la próxima, que los directivos y los dueños de los equipos entenderán que se trata de establecer proyectos de largo plazo. 

Y sí, el mundial, el próximo, aunque sea solo en parte, será en casa y vendrá la revancha. 

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