Si confiamos a las computadoras las tareas más difíciles e importantes de nuestras vidas, ¿acaso no resulta extraño que la tecnología se encuentre ausente de importantes áreas del gobierno, en especial las elecciones?   Por Antonio Mugica La tecnología de la información ha permeado casi todos los aspectos de nuestras vidas por una razón muy simple: cuando un sistema está bien diseñado, características como la velocidad, confiabilidad, seguridad y eficiencia se incrementan exponencialmente. A nadie se le ocurriría operar un banco sin las computadoras y el software que fungen como su sistema nervioso central. Cada vez que vuela en avión, pone su vida en las “manos” de una computadora durante la mayor parte del viaje, aunque siempre cuente con supervisión humana. Si alguna vez llegase a estar en el hospital en condición crítica, las máquinas que lo mantendrían con vida serían controladas por computadora. Nosotros, los humanos del siglo XXI, confiamos a las computadoras las tareas más difíciles e importantes de nuestras vidas; por ende, resulta extraño que la tecnología se encuentre ausente de importantes áreas del gobierno, especialmente de las elecciones. Alrededor del mundo, desde los países más desarrollados hasta los que enfrentan mayores desafíos, llevar a cabo una elección segura y transparente es el primer paso hacia una verdadera democracia. Sin embargo, procesos como la autenticación del votante, la votación misma, el conteo de votos, la generación de resultados y la totalización se llevan a cabo todavía de forma manual en la mayoría de los países. En cada una de estas etapas, este sistema de 2,000 años de antigüedad es –en el mejor de los casos– poco confiable y –en el peor de ellos– pervertido, ya que da lugar a toda clase de problemas. Con frecuencia estos problemas se esconden bajo la alfombra, y al no desaparecer, continúan pervirtiendo el ideal de la democracia, es decir, que sea la voluntad popular la que prevalezca durante una elección. La oposición actual al uso de la tecnología electoral está definida primordialmente alrededor de dos líneas:
  1. Una elección es tan simple que no requiere tecnología. ¿Qué tan difícil puede ser contar papeles y declarar a un ganador?
  2. (La segunda es la inversa de la primera.) Una elección es un proceso tan complejo que no hay sistema informático lo suficientemente seguro para manejarlo.
Ambos argumentos tienen fallas. Llevar a cabo una elección de tamaño medio (digamos, en un país con 20 millones de votantes) no es algo sencillo: esa elección es una misión crítica para el país, se lleva a cabo a lo largo de un territorio extenso, puede tener miles de candidatos en cientos de jurisdicciones, requiere que millones de instrumentos electorales estén bajo seguridad estricta mientras se trasladan por el territorio nacional, y amerita la actuación disciplinada de cientos de miles de trabajadores en los centros de votación durante un cronograma muy apretado. Precisamente porque las elecciones son tan complejas y difíciles de realizar es que los sistemas de computación bien diseñados son esenciales para hacerlas confiables y garantizar que sean a prueba de manipulaciones y libres de errores. La automatización ofrece mejoras significativas –ya comprobadas– sobre los sistemas tradicionales de votación, comenzando por la seguridad que se incrementa entre 10 y 1,000 veces. En votaciones manuales sólo hay una copia de cada voto, así que es fácil alterarlos o destruirlos. Los sistemas bien diseñados reducen la posibilidad de alteración de los resultados y eliminan el fraude. Los resultados oficiales pueden obtenerse pocos minutos luego del cierre de la votación. Un buen ejemplo es el de la República de Filipinas, donde antes tomaba 6 semanas obtener resultados oficiales, y después de la automatización, que comenzó en 2010, menos de 12 horas. Uno de los mayores problemas con la votación manual es que deja un rastro de auditoría muy débil, con poca o ninguna redundancia de datos. Una elección automatizada bien diseñada, en contraste, genera múltiples copias de cada punto de datos tanto de forma electrónica como en papel, creando un rastro de auditoría abundante que no puede ser obviado. Esto le da a los partidos políticos, oficiales electorales, candidatos, observadores acreditados e incluso a los ciudadanos la capacidad de verificar que los resultados reflejen genuinamente la voluntad del electorado. Éste es uno de los argumentos más fuertes a favor de tener elecciones automatizadas. Además de estos beneficios, se incluye la sustentabilidad, accesibilidad, integridad de la elección, reducción de costos, etc. Por una o varias de estas razones, más de 70 países están implementando actualmente algún tipo de tecnología electoral. Hace 5 años eran menos de 30 países. La tendencia es indetenible, pero nos beneficiaremos antes si aceptamos plenamente la tecnología electoral hoy, enfocándonos sólo en lo importante: que la calidad de las soluciones sea sólida y que cumplan con los más altos estándares.
Antonio Mugica es el fundador y CEO de Smartmatic, empresa líder de la industria de votación electrónica a nivel mundial. Hoy día tiene 11 patentes emitidas bajo su nombre y dos más pendientes en Estados Unidos.   Las opiniones expresadas son sólo responsabilidad de sus autores y son completamente independientes de la postura y la línea editorial de Forbes México.

 

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