La esencia del trabajo está cambiando, lo que no cambia en el ámbito profesional es ese anhelo por destacar y progresar. En esta condición, es necesario saber qué atributos se requieren para lograr este propósito. Ahora, no sólo evaluamos a los miembros de nuestros equipos de trabajo por su conocimiento, por su experiencia o por su inteligencia sino por el nivel de habilidad que tienen para coordinarse y coordinar a otros. En la actualidad, damos por hecho que las personas son inteligentes, que sus credenciales avalan el conocimiento adquirido y que cuentan con los conocimientos técnicos para asumir las responsabilidades que se les han asignado. Dicho de otra forma, no basta con un papelito que avale lo que sabemos ni los años de trabajo que sustenten lo que conocemos, se requiere de ciertas competencias que nos hagan sobresalir y nos otorguen una ventaja competitiva. 

Entender cuáles son las habilidades, conocimientos y desempeños que nos ponen un paso adelante es estar preparados.  La encrucijada que vivimos nos hace enfrentar una circunstancia particular: los Baby Boomers se empiezan a jubilar, la Generación X tiene exigencias muy especiales frente al trabajo y la dedicación que demanda, los Millenial ya no son esa generación de jovencitos que salen del cascarón ya están cerca de los cuarenta años y están enfrentando la gestión de la relación y dirección de la nueva Generación Z, que ha irrumpido con fuerza en la estructura de las organizaciones. La diversidad es la constante en nuestro tiempo.

Cada generación tiene sus competencias distintivas y todas ellas conviven en un universo en el que tenemos que buscar el entendimiento si no queremos convertirnos en la versión remasterizada de la Torre de Babel. Encima de esta consideración, hay una realidad terrible: hemos vivido una época en la que el tejido social se ha desbaratado, pervive una confrontación malsana. La diversidad se ve como un punto de confrontación en vez de ser una fuente de riqueza y eso debe cambiar.

A pesar de que cada generación tiene sus competencias distintivas, existen tendencias en competencias directivas que es conveniente desarrollar, con independencia del año en el que nacimos. Como punto de arranque es importante reflexionar sobre el entorno en el que vivimos y en el que nos desempeñamos. Eso nos hace falta en un mundo acelerado en el que el análisis falla, las respuestas inmediatas no siempre son las mejores y los desafíos frente a la incertidumbre son cada vez más grandes. 

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Por si fuera poco, estamos atestiguando como las organizaciones deficientes sucumben frente a las crisis, pero las que son excelentes se fortalecen con ellas. Por lo tanto, las empresas requieren directivos con competencias que los ayuden a sostener firme el timón para llevarlas a buen puerto. El equipo de trabajo es esencial en este cometido. Las tendencias directivas son las siguientes:

Comunicación. Es la capacidad para transferir e intercambiar información de forma eficiente para que las personas se puedan comprender. Esta competencia va más allá de los medios que se elijan, es entender cuándo y cómo comunicarse de manera formal, informal, en tiempos de crisis y sobre todo la forma de negociar. La comunicación es la madre de las competencias ya que de ella se desprenden todas las demás.

Pensamiento crítico. Una vez que nos hemos dado tiempo de expresarnos y que hemos escuchado pasamos a la etapa de valoración. Esta competencia se refiere a la capacidad que tenemos de ver todos los puntos de vista, de escuchar todas las versiones, reconocer los sesgos —intencionales, conscientes e inconscientes— para analizar en forma crítica lo que percibe de la organización y fuera de ella.

Diversidad generacional. Se refiere a tener la capacidad para trabajar, cooperar, coordinar y colaborar con las personas de nuestro equipo, sacándole jugo a la diversidad que presentan las diferentes edades, perspectivas, habilidades sin denostar sino más bien aprovechando la riqueza que cada generación puede aportar. Esta es una de las competencias que más tenemos que desarrollar y que hace falta en el ámbito profesional para no caer en vicios que rompen los equipos de trabajo y que afectan a las empresas en el corazón de sus operaciones.

Diversidad de género. Consiste en comprender que todas las personas tenemos la posibilidad de afrontar las pruebas profesionales con independencia del género. Es decir, la misión es borrar del mapa todos aquellos prejuicios que nos separan, romper los techos de cristal, poner a jugar a nuestro favor las diferentes perspectivas. Se trata de desarrollar y retener el talento, propiciando un ambiente de trabajo en el que florezca el talento y un ecosistema organizacional que les dé más peso a las posibilidades que a las figuraciones sin limitar a las personas por sus preferencias.

Autoadministración. Implica asumir la responsabilidad de nuestro propio desarrollo, asumir la responsabilidad de nuestra vida en el trabajo y fuera de él. Cuando algo sale bien, solemos apropiarnos de los aplausos, cuando sale mal buscamos a quién echarle la culpa. Con esta competencia no caemos en esta trampa. La autoadministración implica integridad y ética, entusiasmo y flexibilidad, equilibrio de la persona, conocimiento y desarrollo de uno mismo.

Dado que la esencia del trabajo está cambiando constantemente, no es posible pintar una raya exacta que nos delinee la forma de destacar. No hay recetas ni fórmulas mágicas. Cuando las veo, no me queda más que sospechar. Por eso, me parece que la tendencia expuesta es una alerta que nos ayuda a entender el rumbo y elegir desempeños dinámicos que nos que nos ayuden a resolver y enfrentar los desafíos que se nos presenten en las organizaciones. La esencia del trabajo está cambiando, lo que no cambia en el ámbito profesional es ese anhelo por destacar y progresar.

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