Tienes que fracturarte algo, o ya de perdida, romperte un diente. Tienes que patear una piedra o una corcholata hasta lograr una diferencia geográfica en la vida de ese ser inanimado. Tienes que saber que aunque pasen los años tienes la superlativa capacidad de mantenerte niño. Tienes que tender la cama en contra de la voluntad de todas las células que quieren dejar destendido tu cuerpo. Tienes que tomar la mano de un adulto al cruzar la calle (como si el adulto supiera a dónde va). Tienes que caminar por la calle sin pisar las líneas del adoquín. Tienes que responder con firmeza y decisión cuando alguien te pregunte lo que quieres ser de grande. Tienes que hacer trampa en el Rubik y arrancar las estampas de colores (el mejor atajo que la creatividad pudo ocultar). Tienes que odiar con todas tus ganas esa parte del domingo que parece ya ser lunes. Tienes que estirar la cara cuando te cambian de lugar por hablar en clase (y luego se preguntan por qué no desarrollaste habilidades comunicativas).

Tienes que voltear a ver las nubes y atestiguar la lucha entre dragones y quimeras. Tienes que hacer que duermes cuando se acercan tus papás para que constaten que te has dormido y entonces poder discutir a gusto. Tienes que portar el uniforme cuando lo menos que sientes, es uniformidad en esa escuela. Tienes que aprenderte de memoria las tablas en lugar de comprender la naturaleza de la realidad.

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Tienes que beber la leche directamente del cartón. Tienes que pegarte y calcinarte los dedos con Kola Loka, intentando pegar el Lladró de tu abuelita, que se interpuso entre la portería y tu tino. Tienes que dejar de buscar algo para que aparezca. Tienes que meterte en lo que no te importa. Tienes que enlodarte justo cuando portas ropa recién lavada. Tienes que coleccionar objetos que eventualmente tirarás a la basura. Tienes que decirle adiós a los coches que pasan junto nomás por competir con tu hermanito. Tienes que jugar a fracturar todos tus muñecos para entender la ley de la causa y el castigo.

Tienes que idear el plan maestro para cachar a Santa Clos. Tienes que hacer de cuenta que no viste nada cuando descubriste a Santa Clos, si es que quieres seguir recibiendo regalos. Tienes que jugar videojuegos hasta que la X del botón se quede tatuada en el dedo. Tienes que robarte un Playmóbil de la casa de un amigo y luego generar remordimiento por años. Tienes que fingir cáncer de colon para evitar el examen de matemáticas. Tienes que falsificar una boleta de calificaciones. Tienes que lucirte en la fiesta de los primitos y recibir esa mirada de tu mamá que congela y que es peor que quince cinturonazos. Tienes que aprender karate, música y a no meterte los dedos a la nariz (como hasta ahora).

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Tienes que decir “es la ultimita” después de que bajas de uno de los juegos mecánicos. Tienes que comer el cereal con las manos, directo del empaque, para descubrir la sorpresa que trae dentro (la sorpresa es que no trae nada). Tienes que vomitar en casa de alguno de tus amiguitos y ser recordado por ello una cuarta parte de tu vida. Tienes que olvidar que mañana hay examen e inventar cualquier historia que te dignifique. Tienes que querer tanto a tu perro que quieres morir el día que se te pierde. Tienes que comer lo que te dicen que comas, mientras te vean. Tienes que ponerte ese suéter, desde luego, por encima de cualquier cosa. Tienes que tomar clases de lo que sea que te canse y ventile a tus padres. Tienes que quemarte con una bengala y descubrir que en la inocencia de la travesura hay un aprendizaje que ninguna academia ofrece. Tienes que rendir culto a unos tenis, o a todos.

Tienes que elogiar a los Ramones aunque ni te gusten, porque los grandes lo hacen. Tienes que rezar o al menos hacer que rezas para dejar en paz a quien te lo exige. Tienes que crecer lo más rápido posible, solo para manejar, beber, fumar, casarte y anhelar regresar. Tienes que odiar el hígado y la coliflor. Tienes que correr, correr muchísimo, hasta que se te olvide que vienes aquí a desaprender lo que aprendiste que tienes que hacer. Por eso tienes que recordar que nunca es tarde para tener una infancia feliz.

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Contacto:

Eduardo Navarrete es Head of Content en UX Marketing, especialista en estrategias de contenido y fotógrafo de momentos decisivos.

Mail: [email protected]

Instagram: @elnavarrete

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