“Es nuestro hábito pensar al aire libre… preferiblemente en montañas solitarias o cerca del mar, donde incluso los senderos se vuelven reflexivos”: Friedrich Nietzsche

Hay una época del año en el que todas las tradiciones religiosas se conjuntan con el florecimiento de la naturaleza, la coloratura de las plantas, el derretimiento de los hielos y el tiempo en el que dejamos atrás la ropa pesada para dejar lucir un poco de piel. Hay un entusiasmo natural que se nos manifiesta en el ambiente. En el inicio de la primavera, confluyen la fiesta de los colores de la tradición india, Pasaj Erev de los judíos, el fin del Ramadán para los musulmanes y la Semana Santa para los cristianos. Son momentos de reflexión y descanso que coinciden con días de pausa en casi todos los puntos del planeta.

Por lo general, nuestros días están llenos de actividades, corremos de un lado al otro, nuestras agendas ya no aceptan una cita más. La aceleración social en la que vivimos no nos permite mucho espacio para aligerar al paso, descansar y abrir la mente para oxigenar nuestros pensamientos. Sin embargo, estos días de descanso y reflexión son una magnífica oportunidad para tomarnos el tiempo de hacer algo diferente. Tal vez, atrevernos a ver el mundo desde una perspectiva distinta.

Estamos tan acostumbrados a vivir compitiendo y los impactos que tenemos a diario nos condicionan a estar alerta y ver al semejante como un adversario —en el mejor y más optimista de los casos— o como un enemigo al que hay que vencer a como dé lugar. Y, mientas más rápido lo hagamos y con menos recursos, mejor. Lo hacemos incluso en nuestros días de descanso. Nos enganchamos en las competencias de un video juego y queremos ganar. También, es probable que durante el asueto, nos dediquemos a hacer deporte. El deporte y el mundo de los negocios son muy similares. Nos medimos frente al contrario para ver quién es mejor.

Luego, al volver a nuestra cotidianidad, en vez de sentirnos relajados y con la mente tranquila, regresamos más cansados que antes del descanso. Hay una especie de impedimento que nos impide desconectarnos de este mundo competitivo y nos impide entrar en ciclos de reflexión. Nos ensimismamos y nos evadimos. Reducimos el espectro de nuestra visión. Nos maquinizamos.

Te planteo un reto: trata de tomarte el tiempo para hacer algo diferente en estos días de vacaciones.  Intenta hacerlo en forma concentrada. De un tiempo para acá, a los seres humanos nos cuesta alcanzar un estado de presencia plena. Es decir, entregarnos conscientemente a hacer lo que usualmente no haríamos. Hazlo conduciendo la mente, focalizándola, vaciándola de los contenidos ansiosos, de las expectativas, aprensiones, prejuicios, anticipaciones, enganches con el pasado o posible futuro.

Se trata de aplacar la mente para dejarla en el presente, en vez de permitirle saltar de un lado al otro sin rumbo y sin dirección. Algo nuevo nos requiere ese tipo de concentración. El propósito es el de bajar la velocidad y dejar de actuar como autómatas para recuperar nuestra sensibilidad humana. La intención es recordar que nuestro cerebro no es una máquina, sino un órgano que merece descansar y relajarse.

Es muy frecuente descubrir que en nuestros días de descanso, estamos viendo la televisión y consultando redes sociales. Es impresionante ver como la mayoría de las personas encienden el televisor para ver algún evento deportivo y a la vez están pendientes de su celular para ver las reacciones del partido en redes sociales.

La capacidad de producción de memes en tiempo real es espeluznante y lo es más la cantidad de veces que se reenviaron, casi sin haberlos visto, en forma tan automática que pierde sentido. El goce del gol ya no se festeja con abrazos y emoción sino pulsando un botón para compartir con una masa anónima de ojos que verán una reacción que seguramente fue prefabricada. Nos estamos robotizando.

La mente humana tiene la capacidad de entrar en contacto con el mundo que le rodea y resonar con el ambiente. Entrar en la presencia del corazón del planeta y disfrutar la existencia. Sentir es un privilegio que está circunscrito a los seres vivos. La presencia plena es la renuncia consciente a la maquinización de la humanidad.

Friedrich Nietzsche planteó en su obra Ecce Hommo que las etapas de reflexión significan una extensión de la libertad. Se trata de inocular calma al eterno conflicto entre el caos y la forma. Entonces, al intentar hacer algo diferente, le damos a la mente una pausa luminosa, un impulso al movimiento, a la elasticidad cerebral, al ritmo de nuestros pensamientos. Y, tal vez, en esas formas misteriosas que tiene la inteligencia humana, logremos resolver aquello que nos tenía ocupados sin vislumbrar respuestas.

En una interpretación libre de lo que significa la reflexión en la filosofía de Friedrich Nietzsche, la reflexión nos lleva a tomar una distancia crítica de nuestro día a día. La presencia plena nos lleva a liberar espacio para que entren nuevas ideas. La mente necesita ese reposo y esa libertad para que nuestras ideas vuelen más lejos.

Tal vez en estos días, sea una buena idea salir a caminar para concentrarnos en nuestros pensamientos, en lo que nos decimos y cómo nos lo decimos. Salir a poner un pie frente al otro sin más afán que ser nuestra propia compañía. Caminar dejando a un lado las preocupaciones diarias, la carga de la cotidianidad, de la incertidumbre de la vida, de los movimientos políticos y del cambio climático para concentrarnos en el aquí y ahora. En las tradiciones religiosas del mundo se buscan momentos de vida de reflexión que nos desprendan de la falsa ilusión de la vida y nos devuelvan a lo esencial.  Eso sí que sería hacer algo diferente.

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