vice-news Por Óscar Balderas Samuel corre despavorido. Un sicario apunta a su nuca. Los gritos del veinteañero resuenan por un callejón de terracería que se ha vuelto su única ruta de escape. Con alaridos, suplica que alguien abra la puerta de una casa para esconderse, pero es como si nadie estuviera en la colonia aunque son las 10 de la mañana. Se sabe abandonado a su suerte, así que su última esperanza está en dar grandes zancadas y desbocarse en zigzag hasta salir de la mira de una escuadra 9 milímetros que empuña un matón de su misma edad. Las posibilidades de que sobreviva son pocas: él desciende por una estrecho camino de muros rosas y azules de casas precarias y el sicario está en lo alto de la pendiente acompañado por dos cómplices más, viéndole la espalda. Unos minutos antes, esos tres pistoleros entraron a la tortillería Los Mangos en la zona alta de la colonia La Laja, una de las franjas más pobres y peligrosas de Acapulco, y rafaguearon por dentro. Rodolfo, el único compañero de trabajo de Samuel, también pudo salir del local, pero cuando huyó hacia la azotea un disparo le atravesó la espalda y lo hizo caer muerto desde el primer piso hasta la entrada del negocio. Y ahora Samuel es el siguiente blanco. El sicario dispara contra su víctima pero las balas no alcanzan su cuerpo. Si el vendedor de tortillas quiere aumentar sus posibilidades de vivir, necesita jadear 150 metros más hasta la calle Sección Regional, la pavimentada, y girar a la izquierda para perderse en algún callejón. Chilla. Serpentea. Resopla los 23 grados centígrados que pesan en el aire. Sólo él sabe cuánto le amartilla el corazón o si su estómago se ha convertido en un hueco que le debilita las piernas. Pero sigue hasta poner ambos pies en el asfalto y a 10 metros de que alcance la curva que le salvaría la vida… se desploma. Una bala entra en su cráneo. Desde lo alto, a lo lejos, los sicarios miran como el chico de playera azul cielo y shorts verdes con blanco cae. No se levanta. Ni siquiera mueve las piernas. El comando huye con la seguridad de que se ha cumplido la encomienda de matar a todos los trabajadores de esa tortillería. Pero Samuel está vivo. Apenas. Media hora después del balazo, la policía municipal de Acapulco llega por fin a su auxilio. El agente Octavio N. recuerda al tortillero tendido boca arriba, exhalando aire caliente y sangre de la boca, balbuceando que no lo dejen morir ahí. “¡Aguanta, chavo!”, “¡Ya viene la Cruz Roja!”, “¡No te duermas!”, le piden policías municipales, estatales y federales, quienes ya han llegado para protegerlo en caso de que los sicarios se enteren que no está muerto y quieran volver. Él aguanta con dificultad la llegada de la ambulancia, pero será en vano. Horas después en un hospital público, Samuel Sotelo Jurado es declarado muerto. Ese día, el 7 de enero de 2016, él se convirtió en la víctima más reciente de una guerra que los cárteles de la droga le han declarado a la industria de la tortilla en Guerrero: tres días antes de su asesinato, sicarios mataron a dos tortilleros en la colonia Cañada de los Amates de Acapulco y otro par de vendedores de tortillas fueron ejecutados, ese mismo día, en un local de la colonia Loma Bonita. VICE News reconstruye los últimos instantes de este homicidio con el testimonio de policías que atendieron el caso de primera mano y vecinos de La Laja. Para ello, un mes y medio después del asesinato de Samuel, viajamos hasta la tortillería Los Mangos y sus alrededores para entender la saña contra los tortilleros guerrerenses. Lo que queda del multihomicidio es un local con una puerta roja que no abre desde la balacera, unos tablones viejos con manchas ocre y un pequeño monedero quemado en el mostrador. Y miedo. Mucho miedo que envuelve como sopor caliente…   Éste es un extracto de Tortillas y cárteles: cómo se metió el narco hasta los tacos de México, puedes leer la nota completa en Vice News.   Contacto: Sitio Web: news.vice.com/es Facebook: facebook.com/ViceNewsEspanol Twitter: twitter.com/VICENews

 

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