Un nuevo estudio revela que el grado de felicidad que sientes cuando tu sueldo se eleva tiene una relación directa con el ingreso que hayas tenido antes de ese incremento. Aquí los detalles.   Por Susan Adams ¿Cómo te sentiste la última vez que recibiste un aumento de sueldo? ¿Mejoró tu estado de ánimo, redujo tu ansiedad, te hizo sentir más esperanzas por el futuro y elevó tu autoestima? De acuerdo con un nuevo artículo de David Clingingsmith, profesor de economía en la Escuela de Negocios de la Case Western Reserve en Cleveland, si el ingreso combinado que recibes tú y el resto de tu hogar es menor a 200,000 dólares anuales, la respuesta a todas esas preguntas casi seguro será sí. De acuerdo con Clingingsmith, cuanto menor haya sido tu ingreso antes del aumento, mejor te sentirás después de recibir uno. Una cajera de Walmart que sobreviva gracias a un sueldo anual de 19,000 dólares al año se pondrá mucho más feliz por un aumento de 10% que un ingeniero de software que gane 125,000. Clingingsmith también descubrió que los trabajadores que ganan hasta 80,000 dólares anuales registran aproximadamente el mismo aumento en la felicidad que la trabajadora de Walmart, y cualquiera con un salario entre ambas cantidades. Por encima de los 80,000 dólares el incremento de placer se va reduciendo y se desvanece en los 200,000 dólares al año. El artículo de Clingingsmith se suma al largo debate entre los economistas acerca de si el dinero puede comprar la felicidad. Su contribución a la literatura: Está de acuerdo con la mayoría de los economistas en el campo, quienes sostienen que hay un punto de saciedad de riqueza más allá del cual un aumento en esa misma riqueza no provoca una mayor felicidad. Él también es el primero en identificar los 200,000 dólares como la cifra de ingresos de los hogares más allá del cual los trabajadores estadounidenses no son más felices. También hay algunas diferencias significativas en la forma en que mide la felicidad, y él es el primero en examinar el ingreso familiar, a diferencia de la renta individual, un paso importante dado que dos tercios de los hogares de Estados Unidos tienen un doble ingreso, según el Departamento de Estadísticas Laborales. Clingingsmith también utiliza una medida mucho más matizada de la felicidad que los economistas del pasado. Antes de entrar en los métodos de Clingingsmith, hagamos una rápida revisión de parte de la literatura relevante sobre el tema del dinero y la felicidad: En 1974, el profesor de Economía de la University of Southern California, Richard Easterlin, propuso una teoría que llegó a ser conocida como la paradoja de Easterlin. Postuló que dentro de un país, ya sea Estados Unidos o Sri Lanka, las personas más ricas eran más felices que los pobres. La paradoja se produjo cuando se comparaba a países ricos con pobres. Easterlin no pudo encontrar ninguna evidencia de que la gente en los países ricos como Estados Unidos fuera más feliz que aquella que vivía en países pobres como Sri Lanka. Los economistas han debatido la paradoja de Easterlin desde entonces. Los profesores Betsey Stevenson y Justin Wolfers de la University of Michigan han escrito dos artículos que abordan el tema del dinero y la felicidad. En 2008, refutaron la paradoja de Easterlin. Descubrieron que aunque la primera parte de la teoría de Easterlin era cierta –dentro de un país, los ricos eran más felices que los pobres– la población de los países ricos, en su conjunto, era más feliz que la población de los países pobres. En 2013 publicaron un segundo documento diciendo que la gente se vuelve más feliz mientras más dinero tiene, sin punto de saciedad. Para complicar más las cosas, dos premios Nobel, los profesores de Princeton Daniel Kahneman y Angus Deaton (que ganó el premio este año), publicaron un artículo en 2010 con resultados mixtos: Más dinero aumenta la sensación de satisfacción general en la vida de las personas, pero cuando se trata de la felicidad cotidiana, hay un punto de inflexión de 75,000 dólares (82,000 dólares de hoy). Ellos basan esta conclusión en una encuesta que preguntaba a la gente acerca de sus estados emocionales positivos y negativos el día previo a que respondieran sus preguntas de la encuesta. Clingingsmith apoya la teoría de Kahneman y Deaton. Considerando que estudió los ingresos del hogar en lugar de los ingresos individuales, su punto de saciedad está muy cerca del de la pareja de académicos. También usa un conjunto de datos sin duda más rico que cualquiera de los economistas que estudiaron el fenómeno antes que él: el Panel de Estudio de Dinámica del Ingreso, o PSID, la encuesta a hogares de más larga duración en el mundo, dirigida por un equipo de la University of Michigan. Inició en 1968 con una muestra nacional representativa de más de 18,000 personas que viven en 5,000 familias en EU. Él observó las conclusiones entre 10,000 personas en el estudio entre 1999 y 2013. En lugar de confiar en los datos de la encuesta como hicieron otros economistas, que plantearon preguntas relativamente simples sobre los niveles de satisfacción, usó el “Índice K6 de angustia mental no específica”, desarrollado por el sociólogo de Harvard y profesor de políticas sanitarias Ronald C. Kessler, para permitir a los investigadores evaluar enfermedades mentales graves como un trastorno depresivo agudo. El K6 pregunta si, en los últimos 30 días, el sujeto se sintió 1) tan triste que nada podía animarle, 2) nervioso, 3) inquieto, 4) sin esperanza, 5) que todo era un esfuerzo, 6) sin valor. Los encuestados eligen entre cinco respuestas posibles: 1) todo el tiempo, 2) la mayor parte del tiempo, 3) una parte del tiempo, 4) un poco más de las veces, o 5) ninguna parte del tiempo. La encuesta da puntos por cada respuesta, que van desde cero para “ninguna de las veces” a cuatro puntos para “todo el tiempo”. Cuanto mayor sea la puntuación, mayor será el índice K6. “Mi trabajo está más enfocado en la felicidad, porque pensamos acerca de nuestras emociones cuando pensamos en la felicidad”, dice Clingingsmith. Él reconoce que las experiencias individuales podrían no coincidir con su estudio. Obviamente 200,000 dólares no son tanto dinero en ciudades caras como San Francisco y Nueva York como en algún pequeño poblado de Iowa. Y sabe que, incluso cuando el K6 puede ser más revelador que un cuestionario sencillo sobre la satisfacción, no capta todos los matices de la felicidad. Si sirve de algo, mi ingreso familiar es menor al punto de saciedad de Clingingsmith y con frecuencia me preocupa tener que recurrir a mis ahorros para pagar mis gastos corrientes mientras pago la universidad de mi hijo en la UCLA. La última vez que recibí un aumento, me sentí muy emocionado porque no había tenido uno en un rato. Me gustó ese dinero, aunque hice el cálculo de la inflación desde mi último aumento y resultó que apenas lo había compensado. Aún así, Forbes no daba muchos aumentos y yo sabía que los jefes estaban contentos con una gran historia que había escrito, y que había contribuido a su decisión de subir mi sueldo. Eso me dio una oleada de satisfacción profesional y golpeó algunos puntos en la escala K6. Pero hablé con un colega sobre cómo se siente cuando consigue un aumento de sueldo y él me dijo: “Siempre es deprimente. Nunca es suficiente y sabes que no vas a recibir otro durante mucho tiempo.” Creo que el trabajo de Clingingsmith es una valiosa contribución a la literatura sobre la riqueza y la felicidad, pero también creo que la búsqueda de la felicidad es un reto muy complejo que no se puede reducir a estudios económicos, no importa cuán cuidadosamente formulados sean. ¿Qué pasa con el amor, la fe y la profunda satisfacción de llevar a cabo un trabajo que paga horriblemente, como el arte o el teatro? Tengo una buena amiga de mi infancia en California que se convirtió en una monja anglicana en Londres. Ella vive junto con otras religiosas en una casona muy modesta en uno de los  vecindarios más grises de la ciudad. Le he preguntado cómo es que su orden sobrevive económicamente, y creo que la respuesta es que apenas lo hace. Estoy seguro de que ella no recibe con frecuencia lo que llamaríamos un aumento, pero si tuviera que medirla en la escala K6, creo que descubriría que es una de las personas más felices que conozco.

 

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