Esta semana, el presidente Andrés Manuel López Obrador (en adelante AMLO, por sus siglas) presentaba, a través de la Secretaría de Hacienda, así como su secretario Arturo Herrera, lo que será el paquete económico de México para 2021. Un informe que recoge la política presupuestaria que llevará a cabo la ejecutiva de AMLO para el próximo ejercicio, a través de la cual, dicho sea de paso, se pretende, entre otras cosas, combatir una pandemia que ha llevado al país de una situación de estancamiento económico a registrar, de acuerdo con los datos ofrecidos para el segundo trimestre, su mayor contracción del PIB en su historia reciente.

Como digo, el informe recogía, de igual forma que lo hacía de manera desglosada, todo el gasto presupuestado para el próximo ejercicio, en el cual se incluye la programación del gasto para combatir la pandemia. En este sentido, y sin entrar a valorar el paquete económico en su detalle, hablamos de un paquete que cuenta con la capacidad de gasto, es decir, un cómputo de recursos, que asciende hasta los 6 billones 295 mil 736.2 millones de pesos. Un gasto que, dicho sea de paso, se distribuiría de tal forma que, de desglosarlo, el 73.4% correspondería a gasto programable. Mientras que, por otro lado, el 26.6 por ciento que resta correspondería a erogaciones que, en este caso, serían no programables.

Si atendemos al gasto, en su contraste con el presupuestado para el ejercicio 2020, podemos observar como el presente plan económico recoge una menor cuantía de la estimada en el pasado ejercicio. Sin embargo, esto era de esperar; ya que, como también recoge dicho plan, el presupuesto se ha ido reduciendo, en tanto en cuanto lo hacía el ingreso previsto para el próximo año. Y es que, aunque pueda parecernos “agua pasada”, no está de mal recordar el mal desempeño de la economía mexicana durante el ejercicio pasado, así como esa incapacidad de incrementar el gasto en una economía que, atendiendo a la robustez institucional y su escasa capacidad de incrementar la recaudación -teniendo en cuenta que hablamos del país que menor ingreso público en porcentaje del PIB ingresa, del conjunto de países que integran la OCDE-, presenta severas vulnerabilidades que, tarde o temprano, deberían ser, como recomiendan todos los organismos, atendidas.

Además, junto al proyecto presupuestario, como era de esperar, también se incluyen las previsiones que se realizan para estimar el comportamiento de la economía mexicana en los próximos meses. Atendiendo los informes publicados al respecto, excluyendo, eso sí, el informe del Gobierno, podemos observar un severo ajuste del PIB mexicano para este año. La contracción prevista por los distintos organismos, teniendo en cuenta la registrada durante el pasado trimestre, y, además, debiendo contemplar los escenarios, se sitúa en niveles superiores al 10%. En este sentido, Citibanmex, por ejemplo, estima una caída que podría situarse en niveles cercanos al 11%; por su parte, Signum Research, otra casa de análisis, sitúa dicha caída en niveles cercanos, esta vez más pesimistas, al 12%. La OCDE, por su parte y como organismo multilateral, ha situado la caída en niveles que podrían alcanzar el 8,6%.

Sin embargo, y al margen de lo expuesto, también se ha publicado en el informe una corrección del PIB que, en el mejor y en el peor de los casos, se situará en el 8%. Una previsión que, como recogen diversos analistas en el campo económico, compañeros economistas, se presenta, de igual forma que en años anteriores, como una previsión optimista. Y es que, Barclays o JP Morgan, por ejemplo, estiman que dicha contracción se sitúe en niveles más bien cercanos al 9% que, por el contrario, en el 8% que estima la presidencia. Un 8% que, dicho sea de paso, no refleja el pesimismo que, por el contrario, presenta la previsión de crecimiento para el próximo ejercicio. Un AMLO que, jugando al despiste, sorprende por mostrar un mayor pesimismo en la previsión futura al que, al contrario de como ocurría con la previsión de la caída, no nos tenía acostumbrados.

Lo que quiero decir con esto, nuevamente, es la realidad de una economía mexicana que, habiendo sido, entre otras, una de las economías más afectadas por la pandemia, puede llegar a pecar, como en años pasados, de optimismo y autocomplacencia. Pues México necesita salir de esta, pero necesita hacerlo con reformas que, por el momento, no se han planteado. Muchas son las políticas sociales que quieren atenderse con el capital movilizado para enfrentar la pandemia, muchas las inversiones que deben valorarse antes de inyectar dicho capital, pero pocas las reformas evaluadas para solventar problemas estructurales de los que adolece la economía mexicana. Problemas estructurales que, en cierta forma, comprometen año tras año este plan presupuestario que aquí se analiza. Y es que, de no solventar eso, México seguirá siendo un país, financieramente hablando, débil e incapaz.

Esto es algo que debería atender el país, además de aprovechar esa exhausta revisión presupuestaria para seleccionar qué partidas, así como el destino de estas, saldrán reforzadas de esta situación. Un gran elenco de países ya están manos a la obra, y México, aun faltando concretar cómo se irán realizando los gastos, debe decidir, así como controlar, las inversiones realizadas. Pues, contando con que la economía mexicana ya venía de un estancamiento económico y un peor desempeño durante el ejercicio pasado; teniendo en cuenta la pandemia que hoy nos acontece; así como, por último, esa vulnerabilidad en materia de capacidad presupuestaria; las asignaciones, ante la necesidad de llevar a cabo esos reajustes y ante semejante contexto, deben extremar la austeridad, la precaución y el rigor. Pues dicha austeridad, en ausencia de recursos para incrementar el gasto, además de hacerlo en un entorno de extrema incertidumbre, provocará dificultades en la remontada económica que deberán ser suplidas con el acierto en la selección. Todo ello, al menos si lo que desea el presidente es seguir cumpliendo con su promesa de no endeudarse.

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