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Una mujer es violentada y decide salir a las calles de la Ciudad de México, a las de 1994, a cobrar venganza. ¿Su objetivo? Además de sus victimarios, todo aquel que repita con otras los crímenes que la han dejado marcada, con una cicatriz no física sino espiritual. Su nombre es Aída Cisneros (Diana Lein) y es la protagonista de Rencor tatuado. El proyecto más reciente de Julián Hernández, como muchos otros dentro de la industria nacional, tardó más de un lustro en llegar a las pantallas de cine. Éste marca un cambio en el cine del realizador mexicano, el inicio de la búsqueda de nuevos horizontes. Escrita por Malú Huacuja del Toro –la primera ocasión en que Hernández trabaja con un guionista–, la cinta llegará al circuito alternativo de exhibición de la zona metropolitana y, posteriormente, recorrerá diversas ciudad del país. Conversé con el director sobre la historia detrás de la producción de Rencor tatuado y los temas que buscó plasmar en celuloide. Recientemente falleció Jaime Humberto Hermosillo, ¿qué significa su obra para tu trabajo? Julián Hernández (JH): Curiosamente no aparecía entre mis cineastas preferidos, o aquellos que menciono con frecuencia. Es algo que ocurre siempre. Su manera de hacer las películas estaba tan cerca de lo que yo hago que quizá no lo tenía presente, aunque, sin duda, es determinante para mi trabajo. Fue determinante por la forma de producción, la rebeldía, ser siempre alguien que desafiaba la forma en que se hacían las películas. Siempre fue un poco adelante en temas como la factura de las películas. Me lo encontraba con mucha frecuencia en la Sala del Fósforo en los 90, en una sala casi siempre vacía a la que iba con Roberto Fiesco.   Recuerdo esos primeros encuentros, él no tenía idea de quiénes éramos nosotros. Años después tuve oportunidad de conocerlo, en la presentación de mi película de titulación, Hubo un tiempo en que los sueños dieron paso a largas noches de insomnio…, él la vio, yo siempre me sentí inconforme con esa película en términos de sonido e imagen. En la presentación, Roberto y yo nos deshicimos en explicaciones sobre el estado de la película y que en algún futuro, cuando tuviéramos dinero, seguramente haríamos algo mejor para que se escuchara como queríamos. Él nos dijo que las películas eran lo que eran, reflejaban un momento en la vida del realizador y que tenían las características que tenían, lo que había que hacer era dejarlas y seguir con lo siguiente, no detenerse, considerarlas un escalón y seguir adelante. Tardaste 10 años en llevar Rencor tatuado a la pantalla. JH: Es una historia larga y complicada. Después de presentar Rabioso sol, rabioso cielo en el Festival de Berlín, era mi tercera ocasión ahí, pensé que, después de estar 3 veces en un festival importante y ganar el Teddy dos veces, podía pasar a lo siguiente, abordar otros temas que me interesaban. Mi propósito era cambiar, darle un giro a todo lo que venía haciendo, desde la forma cinematográfica hasta los temas. Pensé que lo mejor era eso, había visto una película de Apichatpong Weerasethakul llamada Las aventuras de Iron Pussy, y me dije “claro, tengo que hacer una película de acción y aventuras”. Me gusta mucho el cine mexicano de acción a la Valentín Trujillo y Gilberto de Anda. Pensé en hacer algo de género, cambiar mi forma cinematográfica y llamar por primera vez a un guionista, sin dejar lo LGTBI que venía haciendo. Quería algo distinto. Llamé a una colaboradora, que nos había estado ayudando desde los 90, que se llama Malú Huacuja del Toro, que es novelista y escritora. Le comenté lo que quería, un personaje trans que le hiciera justicia a las mujeres que habían sufrido abuso, y así llegamos a Rencor tatuado. Ella tenía una idea que había escrito en el 95, con un personaje parecido a lo que buscaba. El personaje protagónico era una mujer, que permaneció hasta la versión que filmé, Aida Cisneros, la vengadora. La película se tardó 10 años más en llegar. ¿Cómo surgió esa necesidad de reinvención? ¿A qué se debía? JH: Una era porque todos decían “ahí va Julián a hacer la misma película”. Estaba otra vez con una película igual, en términos temáticos, porque creo que mucha gente ni siquiera se acercó a la forma de esas películas, a cómo estaban hechas. Creo que son muy distintas las tres, por lo que intentan experimentar. Es algo que venía desde antes de El cielo dividido, Ayala Blanco, mi maestro del CUEC, dijo que parecía que todo lo que hacía lo hacía deliberadamente para destruir lo que había construido con la película anterior. Y dije “claro, yo quiero hacer eso”. Encontrar una manera distinta de contar cada película. Para cada película me planteo lo mismo: cómo encontrar una nueva manera de ver y contar, aunque en eso se me vaya todo. Roberto siempre me dice “para qué te complicas”. Aprendí, también, después de trabajar con un guión de hierro, un guión de shooting, donde hacía la planeación de la película, a hacer eso y llegar al rodaje, con esa base para no quedarle mal a la gente que viene a trabajar, puedo decir “que ocurra lo que tenga que ocurrir”. ¿Eso te da libertad? JH: Muchísima libertad. Decían de Antonioni que dejó de hacer esos planes porque llegaba a la locación y ésta le decía qué hacer. Si fuera Antonioni, llegaría igual, pero no puedo. Tengo que hacer mi tarea. Al llegar a la locación tienes que ver, todo cambia, porque a pesar de conocer como director muy bien tu instrumento, la cámara, siempre hay cosas que se modifican. Si aprovechas los cambios, finalmente ayudan a la película. Después de 20 años de hacer películas, se pierde mucho cuando te ciñes demasiado a hacer las cosas como se planean. Peor si haces storyboards. Esa vocación de seguir investigando, de seguir aprendiendo es permanente. Ésta aparenta ser muy diferente a tus trabajos anteriores, ¿la palabra es un nuevo elemento? Es de las cosas que tenía muy claras que quería cambiar. Lo platiqué mucho con Malú cuando vio mis películas anteriores. Ella ve mucho cine y teatro, además de lo que escribe. Ella me decía que le quedaba muy claro que había llegado a un nivel en el que podía construir los planos, darles una unidad y desarrollo, un poco como siempre he hecho las películas: con planos autónomos haces unidades de tiempo. Para ella era un buen constructor de atmósferas, lograba manejar bien a los actores dentro de la coreografía, pero que cuando hablaban mis personajes no lo hacían bien. Para Rencor tatuado, quería un guión en el que la acción también estuviera contenida en el texto, no sólo en lo que yo construyo con los elementos audiovisuales. Que los personajes no digan “hola, ¿cómo estás?”, como sucedía en mis películas anteriores. Fue así como Malú construyó el guión, pensando en que el diálogo era sumamente importante. Resultó muy complicado, verdaderamente complicado, porque los primeros días fueron desafiantes, para mi y los actores, porque estaba acostumbrado a hacer las películas de otra forma. Me costó tiempo, hubo momentos con Diana, la protagonista, en que ella no entendía muy bien qué estaba haciendo yo con la cámara. De alguna manera, he creído siempre, que la cámara es una extensión de las emociones del personaje. Ése fue el mayor reto de rencor. Los cuerpos en tu cine tienen la necesidad de encontrarse. Una necesidad de cumplir su destino, como el protagonista que parece deambular por la ciudad. JH: Ésta era una película sobre eso. El personaje masculino apareció por solicitud mía, en el guión original había un periodista pero no tenía relación alguna con la protagonista. Yo necesitaba un personaje sobre el cual volcarme, sentir que era un poco yo, lo necesitamos todos los directores. Todos los protagonistas somos un poco nosotros, quien diga que no, está haciendo una película por encargo que no le interesó en absoluto. Es una película sobre la solidaridad y la posibilidad del amor. Recuerdo que le decía a Malú “necesito un final como los míos”, de amor total y rotundo. Llegamos a la conclusión de que no era el motivo de esta película. Lo importante aquí era lograr que el personaje de Martha, que es de cierta manera el cúmulo de todas las mujeres de la película, tenía el riesgo de reproducir lo peor de ellas, está construyendo su identidad. Es un momento que me da miedo, porque decía “si ya me odian, me van a terminar odiando más”. De lo que trata la película es lograr que Martha sea quien más evolucione, que sea ella la que logre esa transformación. Irse sin quedarse con un hombre, construir su vida sola. Hay un intercambio de papeles, de roles, en una película de acción. De nuevo, el protagonista es bastante pasivo, mientras que la acción la ejecutan ellas. JH: Fue la propuesta de Malú que el personaje masculino funcionara como un vínculo entre todos. Va uniendo la historia. Por él sabemos que Martha está evolucionando, consiguiendo lo que Aidea intentó y no consiguió: denunciar a la banda que abusaba de ella. Él es como un pivote alrededor del cual funcionan las cosas. ¿Actualmente se le exige ser correctas a las películas? JH: Se les exige ser correctas, es un momento muy difícil. No es bien visto que un hombre haga películas donde la problemática fundamental sea de mujeres. Tienen razón. Estamos acostumbrados a ver películas dirigidas por hombres, aunque tengan protagonistas mujeres, en las que conocemos sólo el punto de vista de un hombre. Hace falta ver ese punto de vista por una mujer. Necesitamos ese punto de vista, lo que está mal es negarnos a que existan otras posibilidades. Creo que está mal pensar que sólo los gays pueden hacer películas de gays o los heterosexuales películas sobre heterosexuales. Si el punto de vista está equivocado, se cuestiona, pero negarlo per se está mal. Existe la necesidad de que esos temas que siempre han sido retratados por hombres sean ahora retratados por mujeres. Quisiera creer que el haber pasado por una época difícil, los noventa y principios de los dosmiles, hacer películas y vivir en la sociedad que nos tocó me da posibilidades de hablar de esta película un poco más cerca de lo que podría hacerlo alguien más. Usas por primera vez actores conocidos, Itatí Cantoral debe ser la actriz más famosa que haya aparecido en tus películas. JH: Siempre he trabajado con actores en distintas etapas de formación o con intérpretes, porque he usado a muchos bailarines, dependiendo de las necesidades que tenía en la filmación. Como en Yo soy la felicidad de este mundo, donde el protagonista es un bailarín y, no sólo eso, tenía la necesidad de probar ciertas cosas sobre la relación entre el desplazamiento y la cámara. Es complicado hacerlo con un actor porque no llegan a sus marcas o sólo esperan que los sigan, con un bailarín era más sencillo porque sin importar cuánto hacía girar la cámara llegaba a su marca. Estaba acostumbrado a trabajar con el cuerpo. Para el caso de Rencor tatuado, con un texto más denso, son diálogos complicados y con su retruécano, necesitaba actores con cierta experiencia, que pudieran entender el texto y transmitirlo al espectador. Necesitaba un actor importante para ese papel, aunque entra a mitad de la película, se habla de ella desde el principio: la locutora sensual. Habíamos hecho un corto con Itatí y siempre me pareció que ha sido un poco menospreciada por las telenovelas y los escándalos. Nunca le han reconocido que es buena actriz. Se me ocurrió que el papel era para Itatí y me topé con una actriz extraordinaria.  

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