Lo sabemos, las personas no renuncian a sus trabajos, sino que renuncian a los malos jefes. Todos hemos padecido a una persona que no sabe ejercer su liderazgo. Estoy segura de que alguna vez, por lo menos, hemos tenido que lidiar con un mal jefe en alguna etapa de la vida. Yo puedo pensar en más de una persona que me hizo ver mi suerte y me quitó la ilusión de ir a trabajar. Hay quienes confiesan que el elemento más estresante de su vida es su jefe. Puedo apostar que ya están recordando a uno que otro personaje nefasto que nos ha hecho ver nuestra suerte. No todos sabemos ser jefes, eso no se enseña en la universidad. Nos hablan de liderazgos, de estilos, pero a la hora de ponernos en juego nos enfrentamos con el momento de la verdad y no sabemos bien a bien qué hacer.  Ser un jefe no es fácil, las demandas diarias pueden hacer que sea sencillo perder de vista la importancia de la gestión de personas. Ser buen jefe es complejo. Por eso, me parece muy importante ofrecer estas ideas para descubrir lo que se necesita para fomentar relaciones de alta calidad entre los jefes y las personas que les reportan y llevar habilidades de gestión en forma correcta.

Siempre he dicho que las fórmulas prefabricadas me hacen sospechar. Esta guía simplificada pretende ser una compilación esencial de buenas prácticas que nos pueden ayudar a edificar y desarrollar al buen jefe que llevamos dentro. Por supuesto, no es un manual infalible, pero son algunos pasos que nos ayudarán a avanzar en el camino profesional, porque si bien padecer un mal jefe es terrible, serlo puede ser un obstáculo en nuestra vida profesional. Tampoco es un compendio exhaustivo, sino una guía muy simple que nos ayude a arrancar o a reflexionar.

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El primer paso para ser un buen jefe es asumirse como tal y eso implica entender que hay un nivel jerárquico diferente entre esa persona y sus subordinados. La confusión viene cuando tratamos de dulcificar los términos a tal grado que se desdibujan. Un jefe es el que da una instrucción y otros la tienen que acatar. Para eso se les paga a ambas partes y ese es el compromiso que se adquiere. Por lo tanto, un buen jefe sabe delimitar esas fronteras. Es decir, un jefe no es un tipo complaciente que a todo dice que sí, con el que uno se va a emborrachar y al que uno le cuenta sus confidencias: eso es un amigo, no un jefe. Puede ser que una persona tenga ambos desempeños, pero no debemos confundir esos roles si queremos ser profesionales. A un amigo se le pueden dar pretextos, a un jefe se le deben dar resultados y debe estar preparado para exigirlos.

El buen jefe por su persona empieza, como un buen juez. En pocas palabras, si alguien quiere dirigir debe aprender a dominar sus pensamientos, sus acciones, sus acciones. En otras palabras, tiene que saber controlarse a sí mismo. En un pequeño manual, escrito por George Washington, titulado Rules of Civility, la primera regla es: “cada acción hecha en compañía debe mostrar respeto a todos los que están presentes”. La regla del primer presidente de los Estados Unidos se refiere a la consideración que le debemos al prójimo y aplica como un elemento fundamental a tomar en cuenta.

De la regla washingtoniana podemos desprender una virtud esencial para un buen jefe: la amabilidad. Todos somos personas distintas y tenemos caracteres diversos y formas particulares de manifestarnos. Algunos somos más agresivos y otros más tímidos, no obstante, aquellos jefes que tratan con cortesía a sus subordinados abren canales de comunicación y permiten un flujo continuo de productividad. Dice el dicho que puede más una gota de miel que un barril de hiel.

Un buen jefe es una persona que respeta el tiempo de los integrantes de su equipo. La naturaleza del trabajo y como lo hemos organizado parece que se nos fue por la ventana. Muchos de los sufrimientos que se inflige a los empleados viene de la falta de organización de quien emite las ordenes. Ese desorden se refleja en horarios de trabajo extendidos innecesariamente, en extralimitar las fronteras entre el tiempo personal y el laboral, en dejar de considerar los tiempos de descanso —vacaciones y sueño—, en dejar de ver que estamos trabajando con personas que tienen familia, responsabilidades, ganas de divertirse y no de estar trabajando todo el tiempo. Un mal jefe es el que manda mensajes a deshoras, que interrumpe las vacaciones de su gente, que no respeta los horarios de comida ni entiende las urgencias de su personal.

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Un buen jefe es un facilitador, es una persona que ayuda a que su gente entienda el propósito de su trabajo y le de un valor trascendente. Dicen que el obispo de Chartres, cuando se estaba construyendo una de las catedrales más hermosas del mundo, le decía a la gente, ustedes no están picando piedra, mezclando cemento, cargando materiales; están edificando un monumento. Esta característica hace de un buen jefe un mentor, una persona que acompaña el aprendizaje de sus colaboradores, que está ahí para dar apoyo —no sólo moral sino de recursos— da ejemplo, motiva, anima, exige, impulsa a su gente a alcanzar la mejor versión posible y consigue resultados. En esta condición, aprecian el trabajo de los demás, valoran el esfuerzo y lo encaminan a una buena dirección.

El impacto que causa la relación laboral entre el jefe y sus subordinados está directamente asociado con la satisfacción en el trabajo, pero va más allá. Un colaborador feliz es una persona satisfecha y eso se irradia a su vida personal y a la sociedad. Un buen jefe tiene una influencia positiva en el nivel de satisfacción individual, impacta en la salud mental —estrés, ansiedad, insomnio—, permea para generar buenas actitudes de entusiasmo, colaboración, resiliencia y creatividad.

Un buen jefe está consciente del legado que dejará para el porvenir. Los jefes buenos tienden a formar entre sus colaboradores a personas que serán buenos jefes en el futuro. Se constituyen como modelos que ilustran lo que esperan de sus equipos de trabajo y comunican adecuadamente lo que las compañías aprecian y, llegado el momento, su gente repite estos desempeños.

En general, un buen jefe no es una persona complaciente. Más bien, se prefiere a alguien exigente pero enfocado. Sabe hacer uso del poder sin ser tirano. Es una persona que sabe escuchar, entiende que la felicidad es un factor de satisfacción laboral. De acuerdo con la firma consultora McKinsey, un buen jefe es empático, equilibrado, tiene una actitud y trato amable, es agradecido, tiene una orientación positiva frente a los desafíos profesionales. 

La forma más simplificada y rápida de convertirse en un buen jefe es recordar a aquellos personajes que no fueron buenos guías con nosotros. Todos hemos tenido alguno, hemos padecido a personas que no saben ejercer el liderazgo. Nos basta imaginar qué harían estos personajes en una situación determinada para entender que tenemos que hacer lo contrario. Sería terrible convertirnos en el factor más estresante en la vida de alguien, ¿no creen?

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