Ne mutlu Türküm diyene

“Feliz aquel que dice: yo soy turco”

Mustafá Kemal Atatürk

  Por Manuel Férez Gil*   A lo largo de los años que me he dedicado al estudio y la enseñanza del Medio Oriente me he centrado en las dinámicas de construcción identitaria de las sociedades en la zona ya que, mi opinión, los Estados Nación que la componen atraviesan por profundos procesos de redefinición de su identidad nacional. Es por ello que hoy, cuando parece que los turcos no están muy felices, es necesario un análisis sobre lo que significa “ser turco” en un país con profundas divisiones sociales. La República de Turquía experimenta un periodo de manifestaciones, protestas y enfrentamientos violentos. El conflicto, que ya se expande por la mayoría de las ciudades turcas, pone al descubierto las grandes contradicciones y tensiones sociales, culturales, económicas y políticas existentes en el país fundado por Atatürk en 1923. De esas contradicciones siempre latentes destacan dos: el desafío que “lo kurdo” representaba para una república étnica y lingüísticamente definida como turca y el lugar que el Islam jugaba en la sociedad, cultura, historia y política de este Estado. En estas líneas me centraré en la segunda dinámica. Mustafá Kemal Atatürk estableció los fundamentos de la moderna Turquía; dichas bases, conocidas como kemalismo, descansaban en los principios del nacionalismo, secularismo, populismo  y estatismo. En cuanto al papel del Islam en la vida política del país Atatürk buscaba, en palabras de Bilal Sambur, “purificar la vida social y cultural del factor religioso y circunscribir la religión al ámbito individual” (SAMBUR, Vanguardia Dossier, 2009). Para lograr sus objetivos Atatürk se apoyó en una élite militar secular, la cual ha tenido un constante y profundo involucramiento en todos los ámbitos de la vida nacional. El poder del ejército en la vida política queda de manifiesto en los numerosos Golpes de Estado registrados a lo largo de la historia moderna del país y en su liderazgo para el proceso de modernización  y occidentalización de la nación. Es indudable que el proyecto kemalista se volcó decisivamente a Europa ignorando, por muchos años (con excepción del caso Kurdo), las dinámicas del Medio Oriente. Si bien se experimentó un acercamiento bajo el liderazgo de Turgut Özal fue con la llegada al poder del AKP de Erdoğan que la República turca retomó un papel de liderazgo en aquellos países anteriormente parte del Imperio Otomano. Ejemplo de lo anterior es el aumento de la inversión y comercio turcos en países como Marruecos, Libia, Irak y Jordania, y su activo papel en el conflicto Palestino Israelí. En este punto surge la figura de Recep Tayyip Erdoğan quien, al frente del Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP por sus siglas en turco) logró una mayoría absoluta en las elecciones realizadas en noviembre del 2002. Erdoğan, nacido en Beyoglu en 1954 y antiguo alcalde de Estambul se presentaba como el político más carismático, polémico y desafiante del establishment kemalista desde que Necmettin Erbakan ganara las elecciones en 1995 al frente del Partido Refah y fuera el primer Primer Ministro turco con tendencias islamistas, hasta que la presión militar lo forzara a dimitir en 1997. El AKP se define como un partido demócrata conservador con fundamentos islámicos que, por un lado, se declara heredero de Atatürk y sus ideales modernizadores y, por otro, representa a esa otra Turquía tradicional, rural y apegada a sus prácticas religiosas (uso del türban, rechazo al consumo de alcohol, recato público, rezo semanal). El éxito conseguido por el AKP en las elecciones parlamentarias en 2007 significó que, por primera vez en la historia del país, los islamistas ocuparan tanto la Presidencia (Gül) como la Jefatura de Estado (Erdoğan). Esto fue un duro golpe a las élites de poder turcas quienes, tradicionalmente, habían sido seculares. De esta manera, la presencia islamista comenzó a colocarse dentro de la estructura gubernamental amenazando directamente los beneficios que la élite secular disfrutaba desde la fundación de la República. Hoy, en las ciudades, pueblos y villas de Turquía se enfrentan dos grandes campos: el secular, anclado en las élites militares, burocráticas, mediáticas, educativas y comerciales y el tradicionalista que representa a una contraélite conservadora que surge de las áreas rurales y marginales y que se ha visto beneficiada (paradójicamente) por los procesos modernizadores y occidentalistas de Turquía, especialmente su proceso de adhesión a la Unión Europea. Es indudable que Erdoğan ha cometido graves errores de cálculo (en fondo y forma) estas últimas semanas: calificar  a Atatürk de dipsómano; intentar regular el consumo de alcohol y las expresiones de cariño en público; imponer proyectos impopulares para un gran sector de la población  (mezquita en Taksim, tala de árboles, un tercer aeropuerto) han terminado por lanzar a la calle a los diversos grupos opositores a dichas políticas. Sin embargo, aceptando que Erdoğan muestra hoy su lado más autoritario e intolerante, sería injusto no reconocer que durante su gestión el país ha logrado grandes avances entre los que destacan la apertura de las negociaciones de ingreso a la Unión Europea en octubre de 2005; una acelerada privatización de empresas estatales (especialmente en 2005-2006); una mejora en la calidad institucional; una apertura mediática; una reducción progresiva de la influencia militar en la vida nacional (caso Ergenekon) y, sobre todo,  una evolución en el reconocimiento de minorías, especialmente en el tema Kurdo (proceso de Imrali). ¿Qué resultará de los enfrentamientos y protestas que sacuden a Turquía en estos días? Es difícil llegar a una conclusión pues al estar agitadas las aguas es imposible ver el fondo, sin embargo, lo que queda patente es la división profunda de la sociedad turca y la crisis de legitimidad que Erdoğan experimenta hacia un sector de la población que no es feliz con su líder.   * Manuel Férez Gil es académico del Departamento de Estudios Internacionales de la Ibero Contacto: Twitter: @ferezmanuel

 

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