Hemos escuchado en tantas ocasiones la frase “renovar o morir” que se ha convertido en un lugar común. Las palabras se desgastan con el uso, igual que se les hacen hoyos a nuestros zapatos favoritos de tanto ponérnoslos. Pero, queremos seguir usando ese pijama viejo, ese cojín luido, ese espacio al que estamos tan acostumbrados, ese método que nos trajo tan buenos resultados. La tibieza de la zona de confort nos abraza y aunque queremos algo nuevo y sabemos que lo necesitamos, nos negamos a dar el paso de dejar lo viejo para experimentar. También, nos topamos con muchos que hablan y hablan de innovación y jamás se ponen en marcha para hacer que las cosas sucedan. 

Por fortuna, existen herramientas que nos pueden servir y que llegan a a nuestro auxilio. La metodología del pensamiento innovador se ha convertido en los últimos años en una herramienta de gran utilidad para las empresas. Ayuda a los grandes conglomerados y a los pequeños proyectos de emprendimiento. Ha probado ser útil,   principalmente porque se enfoca en avivar la generación de mayor valor en los productos y servicios que se ofrecen. No obstante, hay un elemento frustrante: no siempre existe un propulsor para que las cosas sucedan.

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Es difícil desprenderse de nuestras viejas formas, ni duda cabe. Aunque las personas dicen ir tras la innovación no siempre es cierto. Cuesta mucho trabajo convencernos y aún más convencer de que la propuesta de innovación será benéfica. Todos sabemos que en estos tiempos de transformación hay cambios en todos sentidos: salto digital, alta competitividad y demandas de los usuarios o clientes, los negocios dependen de seguir ese camino. ¿Cómo ayudar a empresarios y emprendedores a aplicar el pensamiento innovador y hacer que las cosas sucedan?

El pensamiento innovador no es una ocurrencia ni tampoco es una moda pasajera. Es una metodología que considera la relevancia del análisis y el raciocinio para la resolución de problemas. No se trata de ir de tontas y locas, se trata de usar la innovación a nuestro favor.  Claro, esta metodología gira alrededor de la experiencia del usuario. Su aplicación genera soluciones que de otro modo no se habrían podido implementar, permitiéndoles a los desarrolladores ponerse en los zapatos de sus propios clientes o usuarios. Por supuesto, parte de la reflexión del plan estratégico en el que se pone todo en concordancia para servir a nuestros consumidores, la misión, la visión, nuestros valores, nuestra meta, nuestros objetivos se alinean para entregarle al cliente algo valioso.

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A diferencia del proceso tradicional, en el que se partía del producto para definir la experiencia, ahora es al revés. Se busca la satisfacción del cliente. Para hacer este análisis se integran equipos multidisciplinarios, que generen tantas ideas como sea posible que vayan en torno al cliente. El objetivo de ese proceso es aprender a partir de las reacciones de los usuarios al interactuar con el producto.

Hay quienes piensan que el primer paso a considerar en la metodología es fracasar y yo no estoy de acuerdo. Nadie debe planear nada con el fracaso en la mira. La meta es triunfar, pero si hay que tener alternativas en caso de que la cosas no salgan como se planearon en primera instancia.

Según Tina Seelig, profesora de la Universidad de Stanford, son 5 los pasos de esta metodología:

Empatizar. Es la primera estación y está considerada la fase esencial de esta metodología que se ocupa del descubrimiento y entendimiento de las principales necesidades del consumidor. Arrancamos con el enfoque que lleva a analizar profundamente al cliente, comprendiendo sus verdaderas motivaciones y haciéndolas propias. Es decir, no es suficiente con observar a los usuarios, hay que entenderlos y para ello, es necesario interactuar con ellos. 

Definir. La segunda estación arranca después de haber conocido las distintas necesidades en la etapa anterior, se definen cuáles son las principales. Se  lleva a cabo un estudio minucioso de la variedad de problemas detectada previamente. Al determinar las necesidades fundamentales, es viable plantear medidas para llegar a una solución definitiva.

Idear. En esta estación, el equipo de trabajo hace uso del pensamiento  creativo y lanza más de una idea para solucionar aquellos problemas específicos que identificó en la fase anterior. Lo lindo de esta etapa es que en este proceso de pensamiento divergente está permitido equivocarse. Además, para llevarlo a cabo de la mejor forma, se pueden utilizar técnicas para estimular la creatividad y el pensamiento libre. 

Prototipar. La cuarta estación e muy importante. Muchos son los que llegan a la tercera etapa y ahí se quedan. Se hace efectivo el dicho de mucho ruido y pocas nueces. Aquí se trata de materializar las ideas seleccionadas. En ocasiones, el prototipo puede ser digital o físico, no importa. Lo relevante es tener un producto que se pueda apreciar. Por lo general, hay quienes dien que estos prototipos se deben realizar con materiales de bajo costo, como papel, cartón o plastilina. Es lo de menos, lo importante es hacerlos. Y, claro, esto dependerá del presupuesto con el que se cuente.

Evaluar. Finalmente, en esta estación, los clientes entran al juego: prueban y evalúan los prototipos elaborados anteriormente. Así, de acuerdo con las críticas de los consumidores, el equipo de trabajo podrá hacer correcciones en los prototipos. Esta etapa empírica de validación es crucial para descubrir errores y aciertos.

En esencia, el proceso para usar el pensamiento innovador y hacer que las cosas sucedan va más allá de ser iterativo, flexible y está enfocado en la colaboración entre diseñadores y usuarios. Se trata de hacer énfasis en hacer realidad las ideas basadas en cómo los usuarios reales piensan, sienten y se comportan. Se trata de soñar sí, pero de dar el paso que sigue. Permite obtener nuevos conocimientos, desarrollar nuevas formas de ver el producto y sus posibles usos, y obtener una comprensión mucho más profunda de los usuarios y los problemas que enfrentan. Se trata, por decirlo en pocas palabras, de hacer que los sueños se concreten.

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