Este año será el de las vacunas. El desenlace, sin embargo, es más que incierto y por múltiples motivos.

En 2019, la Organización Mundial de la Salud (OMS) estableció como uno de los riesgos globales el escepticismo ante el uso de las vacunas.

Si bien los proyectos de vacunación han seguido funcionando, cada vez son más extensos los grupos que son reacios a su utilización y que pueden, en el futuro, complicar los niveles de inmunización que se requieren ( entre el 70 y 90 por ciento de la población)  para evitar la propagación de algunas enfermedades, como el sarampión, por ejemplo.

Esto se vuelve más complicado, en el contexto de la pandemia del Covid-19 dónde la ignorancia y las informaciones falsas pueden ser un catalizador de la propia expansión del virus.

Ante esta situación se requiere de datos de calidad, donde los circuitos científicos sean escuchados y los gobiernos actúen con la transparencia debida.

Las vacunas que se están utilizando y las que están en curso de obtener su aprobación para situaciones de emergencia, son una muestra de la capacidad científica y una proeza, por el tiempo en que se han desarrollado.

Esta hazaña, sin embargo, tiene que ser acompañada de una narrativa pedagógica que resuelva dudas y entierre prejuicios.

Hay que tener en cuenta, insisto,  que el problema no solo consiste en desarrollar programas de vacunación adecuados sino en lograr la inmunización y es en esa franja, donde la diferencia incidirá, para bien o para mal, en el futuro del planeta.

A ello habrá que sumar otro desafío y que es el que tiene que ver con la producción de las vacunas y su distribución. En este momento no hay suficientes y los países más desarrollados son los que tienen mayor acceso a las dosis.

Si bien es compresible lo que está ocurriendo, aunque muestre debilidades en la solidaridad internacional, será una victoria pírrica de las grandes potencias si ello no se extiende a los países con economías medianas y pequeñas.

Por eso son indispensables los esfuerzos de colaboración internacional, como el de Covax, auspiciado por la OMS,  que tienen el propósito de establecer una distribución más equitativa de las vacunas y de su desarrollo, aunque difícilmente pueden competir con el dinero y el mercado.

Después de todo, la solución al Covid-19 solo se puede dar de manera global, donde el eslabón más débil, puede convertirse la pesadilla de los  amarres más poderosos.

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